La obra de Aleksiévich es antes que nada un manual imprescindible del buen periodismo. No en vano la palabra banalidad es la más repetida en relación al discurso de los medios, en cualquier soporte. «Los periódicos están llenos de banalidades», dice.
El antídoto contra eso de la autora fue siempre afinar el oído y construirse «antenas para captar la vida de las personas». Porque el ciudadano de a pie «es el material de las grandes historias». «Cada persona tiene el deber de no desaparecer sin dejar rastro», aclara recordando aquello de Ortega y Gasset de que el siglo XX es el de la insurrección de las masas
Su máxima satisfacción profesional es la sorpresa de sus entrevistados cuando revelan cosas que ni siquiera sospechaban. «No hay ningún secreto psicológico, yo me acerco como un Premio Nobel, sino como una vecina», dice. «Cada persona es un cofre que guarda una verdad nueva», resume y «como la memoria tiene muchas puertas con cerrojos, para abrirlas hace falta un amigo». «Eso es lo que soy cuando entrevisto, una amiga», aclara en relación al paciente trabajo previo de derribo de «prejuicios y cánones culturales» para liberar la verdadera voz de sus testimonios.
Una tarea que confiesa desde su primera libro sobre las supervivientes de la II Guerra se le da más fácilmente en mujeres que en hombres. «Los hombres siempre encuentran una justificación para la guerra. Las mujeres tienen una visión más natural de las cosas y ven la guerra como lo que es: un asesinato». Pero no sólo de eso, o de la los excesos soviéticos en Afganistán o de las víctimas del desastre nuclear de Chernóbil hablan sus obras. También de cierta nostalgia del socialismo, a pesar del «fracaso de la versión rusa», y del desengaño de su generación. «En los 90 luchábamos por la libertad y nos sentíamos héroes.
Vencimos al monstruo del comunismo, pero ahora vivimos con las ratas que han salido de nuestra propia alma», dice en relación a la corrupta plutocracia que gobierna Rusia desde la caída de la Unión soviética. «Soñábamos con un socialismo con cara humana y no estábamos preparados para este mundo cruel», añade.
Y si la escritora bielorrusa no utiliza el adjetivo capitalista es adrede, «porque en Rusia no se habla de capitalismo, sino de mercado, aunque todo el mundo sepa que eso es el reino de los ladrones. En Ucrania hubo una insurrección contra ellos, pero vemos cómo otra vez vuelven los oligarcas al poder». No sorprende entonces que no sólo su generación desengañada y humillada, sino también los jóvenes, dice, vean con buenos ojos, sino el pasado soviético, sí la idea socialista. «El socialismo no es una mala idea y creo que volverá.
Si lo fue la versión rusa de esa idea, construida sobre un país feudal no podía prosperar. Lo que comenzó muy bonito, acabó en un baño de sangre», señala la periodista que, acabada su enciclopedia de la utopía roja, ahora trabaja en un libro sobre el amor. ¿A qué le teme Aleksiévich? «A los nuevos patriotas que consideran a Putin demasiado blando y explotan un sentimiento de humillación nacional. Vivimos un momento muy peligroso, como el de Alemania en los años 30, cuando surgió el nazismo. Eso me da miedo, el regreso del pasado», concluye.
Una tarea que confiesa desde su primera libro sobre las supervivientes de la II Guerra se le da más fácilmente en mujeres que en hombres. «Los hombres siempre encuentran una justificación para la guerra. Las mujeres tienen una visión más natural de las cosas y ven la guerra como lo que es: un asesinato». Pero no sólo de eso, o de la los excesos soviéticos en Afganistán o de las víctimas del desastre nuclear de Chernóbil hablan sus obras. También de cierta nostalgia del socialismo, a pesar del «fracaso de la versión rusa», y del desengaño de su generación. «En los 90 luchábamos por la libertad y nos sentíamos héroes.
Vencimos al monstruo del comunismo, pero ahora vivimos con las ratas que han salido de nuestra propia alma», dice en relación a la corrupta plutocracia que gobierna Rusia desde la caída de la Unión soviética. «Soñábamos con un socialismo con cara humana y no estábamos preparados para este mundo cruel», añade.
Y si la escritora bielorrusa no utiliza el adjetivo capitalista es adrede, «porque en Rusia no se habla de capitalismo, sino de mercado, aunque todo el mundo sepa que eso es el reino de los ladrones. En Ucrania hubo una insurrección contra ellos, pero vemos cómo otra vez vuelven los oligarcas al poder». No sorprende entonces que no sólo su generación desengañada y humillada, sino también los jóvenes, dice, vean con buenos ojos, sino el pasado soviético, sí la idea socialista. «El socialismo no es una mala idea y creo que volverá.
Si lo fue la versión rusa de esa idea, construida sobre un país feudal no podía prosperar. Lo que comenzó muy bonito, acabó en un baño de sangre», señala la periodista que, acabada su enciclopedia de la utopía roja, ahora trabaja en un libro sobre el amor. ¿A qué le teme Aleksiévich? «A los nuevos patriotas que consideran a Putin demasiado blando y explotan un sentimiento de humillación nacional. Vivimos un momento muy peligroso, como el de Alemania en los años 30, cuando surgió el nazismo. Eso me da miedo, el regreso del pasado», concluye.
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