Una noche de finales de agosto de 1944, Adolf Hitler se despertó sobresaltado en la Guarida del Lobo, en Prusia Oriental, desde donde dirigía la guerra en el Este. El caudillo alemán llevaba varias semanas con problemas de salud y una fiebre que no remitía. Pero lo peor es que estaba histérico tras el retroceso de sus fuerzas en Rusia hasta la frontera polaca y las derrotas en el frente del Oeste que habían llevado a los ejércitos aliados de París a Aquisgrán.
Esa noche Hitler tuvo una visión: era posible cambiar el curso de la guerra mediante una audaz e inesperada ofensiva que partiría las fuerzas aliadas y permitiría a la Wehrmacht recuperar el control del puerto de Amberes, clave para el suministro de las tropas de Eisenhower.
El éxito de esta operación permitiría destruir cuatro ejércitos al norte del río Mosa y volver a ocupar Bruselas. Luego vendría un avance sobre París, que culminaría con la rendición o la retirada de las divisiones que habían desembarcado en Normandía.
Tuvieron que pasar más de tres meses hasta que el sueño de Hitler pudo materializarse. Fue el 15 de diciembre de 1944 cuando cuatro ejércitos con medio millón de soldados, 2.000 tanques y 2.400 aviones de la Luftwaffe iniciaron un ataque sorpresa por los densos bosques de Las Ardenas, en Bélgica, mal defendidos por los aliados que no creían posible que sus enemigos pudieran cruzar esa abrupta zona.
La batalla de Las Ardenas fue una de las más sangrientas de la II Guerra Mundial y, según coinciden todos los historiadores, fue el último zarpazo de Hitler, que se lo jugó todo a una carta, desoyendo el consejo de sus generales. La sangrienta confrontación duró casi un mes, pero lo cierto es que el 25 de diciembre, día de Navidad, los alemanes habían progresado 50 kilómetros hasta Bastogne, pero ya no podían seguir adelante.
Carecían de combustible, sus soldados estaban agotados y sus divisiones habían sufrido un importante castigo. Walther Model, el comandante en jefe sobre el terreno, sabía que la ofensiva había fracasado, pero no se atrevió a decir nada a Hitler, que ordenó seguir avanzando hacia el Mosa.
El éxito de esta operación permitiría destruir cuatro ejércitos al norte del río Mosa y volver a ocupar Bruselas. Luego vendría un avance sobre París, que culminaría con la rendición o la retirada de las divisiones que habían desembarcado en Normandía.
Tuvieron que pasar más de tres meses hasta que el sueño de Hitler pudo materializarse. Fue el 15 de diciembre de 1944 cuando cuatro ejércitos con medio millón de soldados, 2.000 tanques y 2.400 aviones de la Luftwaffe iniciaron un ataque sorpresa por los densos bosques de Las Ardenas, en Bélgica, mal defendidos por los aliados que no creían posible que sus enemigos pudieran cruzar esa abrupta zona.
La batalla de Las Ardenas fue una de las más sangrientas de la II Guerra Mundial y, según coinciden todos los historiadores, fue el último zarpazo de Hitler, que se lo jugó todo a una carta, desoyendo el consejo de sus generales. La sangrienta confrontación duró casi un mes, pero lo cierto es que el 25 de diciembre, día de Navidad, los alemanes habían progresado 50 kilómetros hasta Bastogne, pero ya no podían seguir adelante.
Carecían de combustible, sus soldados estaban agotados y sus divisiones habían sufrido un importante castigo. Walther Model, el comandante en jefe sobre el terreno, sabía que la ofensiva había fracasado, pero no se atrevió a decir nada a Hitler, que ordenó seguir avanzando hacia el Mosa.
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