Solenoide no es una obra maestra, ni falta que le hace. Le ocurre igual que a La broma infinita (1996), de David Foster Wallace, obra con la que comparte no pocos paralelismos. Ambas son novelas totalizadoras de las estéticas de sus autores, ambas funcionan como catálogos razonados de sus filias y sus fobias. En Solenoide, obra personalísima como pocas, nacen y mueren todas las vidas de Cartarescu, también, cómo no, todas sus literaturas. Solenoide está llamado a convertirse en uno de los títulos importantes de lo que llevamos de siglo.La muerte,“La madre de todos nuestros miedos: el de la eternidad en la que ya no existes.”
"El protagonista escribe convencido: “Si no existieran los sueños, jamás habríamos sabido que tenemos alma. El mundo real, concreto, tangible, sería lo único que existe, el único sueño permitido y, en tanto que único, incapaz de reconocerse a sí mismo como sueño. Dudamos de él porque soñamos”. Sus sueños, no obstante, están repletos de horribles imágenes, muchas son fantasmagóricas pesadillas, a través de las cuales mide la realidad de su día a día, que es a su vez triste y oscura. Al menos hasta que aparece en su vida el solenoide, la enigmática bobina energética que da título a esta subyugante novela.
"Tú sabes que soy Cartarescu, pero yo me niego tres veces, me degrado y me anulo, y te doy lo que el talento de Cartarescu haría con mi vida si yo no fuera también Cartarescu".
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