27.12.19

Alejandro García Abreu "Postales y hoteles" Sergio Pitol,Enrique Vila-Matas

Rialto/Llave del Hôtel de Suède, uno de los escenarios centrales de Doctor Pasavento.

I. Geografías postales.Ciudad de México, una tarde de junio del año 2011. Recibí una tarjeta postal que Laura —mi mujer— me envió desde Venecia: una imagen del Ponte di Rialto, en cuyo reverso plasmó un entrañable mensaje. Tras la llegada de la misiva trasatlántica, me remití a El arte de la fuga de Sergio Pitol, volumen inaugurado con un relato veneciano, en el que se refiere a “fragmentos de una realidad mutable”, tras perder sus lentes en la ciudad de los canales y ensayar en torno a la magnificencia de la urbe. “Sólo sé que caminé al azar durante muchas horas —escribió Pitol—, recorrí innumerables calles y crucé varias veces el gran puente del Rialto”.
La obra de madurez de Pitol constituye un monumento literario dedicado al trabajo de la memoria. El escritor procede de la estirpe de Giulio Camillo, quien hacia 1530 ideó un teatro que constituyó el primer ejemplo significativo de la transformación renacentista del ars memoriae. El Teatro de la Memoria de Camillo era una constelación imaginaria, una búsqueda de coincidencias.

Tras la relectura del pasaje incluido en El arte de la fuga regresé la mirada a la postal que contiene la imagen del puente del Rialto y recordé la fama que el Teatro de Giulio Camillo tuvo en los ambientes venecianos, según el historiador del arte Erwin Panofsky en su libro Tiziano. Problemas de iconografía.

En “Archivo del inconsciente” —prefacio de Geografía postal. Las postales de las familias García Lorca y De los Ríos—, Enrique Vila-Matas evoca el Teatro mnemotécnico de Camillo, en relación con el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, que percibía a la cultura como un archivo del inconsciente, es decir, “como un fichero mental del que emergen arquetipos y fantasmas milenarios”. El proyecto pretendía “narrar la historia de la cultura europea a través de imágenes”. Tras la evocación de Camillo y Warburg, Vila-Matas confiesa su interés por el microcosmos de las postales, por la impronta de una imagen.

Una postal es una huella. Volví a la tarjeta del puente del Rialto y constaté la convivencia de la imagen y la letra en ese soporte de la memoria de un viaje, un destello de la vida en movimiento.

“Seguís recibiendo postales de sitios raros. Este año ha sido pródigo en geografía postal. Abrazos y besos a todos de vuestro, Federico”, escribió García Lorca en el reverso de una tarjeta postal —que contiene una imagen sepia de Pamplona— a finales de agosto de 1933, cinco meses después del estreno de Bodas de sangre en el teatro Beatriz. Esa tarjeta, enviada por el escritor granadino a su familia, concentra la esencia del libro Geografía postal, cuya selección fue hecha por el fotógrafo y coleccionista Martin Parr.

García Lorca nunca se desprendió de la fascinación por obtener una postal en los lugares por los que pasaba —comentó la periodista Ángeles García—. Para García Lorca, como para sus contemporáneos, era casi imposible no dejarse llevar por el impulso de compartir con los otros los descubrimientos hechos en pequeños o grandes viajes. El retrato de la afición del poeta por las tarjetas efectuado por la autora española cobra significado en la obra de Vila-Matas, un coleccionista de hallazgos realizados en una multitud de viajes, un hombre que imagina ser Heinrich von Stephan, el pionero de las tarjetas postales.

Vila-Matas ha incluido este tipo de tarjetas en múltiples pasajes. Una casa para siempre incluye el envío de una postal a Dublín con un adiós definitivo. En el relato “Azorín de la selva”, de Hijos sin hijos, el narrador recibe una tarjeta con una vista aérea del río Irati y un mensaje que revela el consumo de “sustancias capaces de alterar a fondo” la percepción de la realidad. En “Cronista de Nueva York”, incluido en Desde la ciudad nerviosa, recibe una postal de Bernardo Atxaga, donde éste indicaba que la felicidad sería encontrada en el Four Seasons, un bar en la planta baja del rascacielos de Mies van der Rohe; y en su “Breve antología de postales desesperadas”, Vila-Matas expone tarjetas, enviadas por amigos, de “vistas de amaneceres en países zulúes o de atardeceres en casas de grises países civilizados”.

El menor de los tres hermanos Tenorio —personajes de Lejos de Veracruz— recibe, desde Tahití, una “postal infame” de Máximo, el segundo de ellos. En el extenso texto “Mastroianni-sur-Mer”, Vila-Matas encuentra una postal en blanco y negro —en su colección de tarjetas—, adquirida cerca del café Martinho da Arcada en Lisboa, que revelaba una fotografía del faro de Santa Martha en Cascais: destellos intermitentes en un paisaje lusitano. Aquella postal implicó “una inmersión radical en la melancolía”. En “El hotel en una nube” concibe —entre el humo del cigarrillo— tarjetas mentales: una puesta de sol vista en Caracas es asimilada a una bella postal. “La parrilla del demonio”, incluido en Aunque no entendamos nada, defiende la posibilidad de viajar sin moverse de casa, enviando postales a los amigos, fingiendo que se está en Honolulu o en Malibú al dibujar una palmera y hablar de una isla lejana. Y, en Historia abreviada de la literatura portátil, se recuerda a Walter Benjamin como un coleccionista de viejos juguetes, sellos de correo y fotos de tarjeta postal. Éstos son sólo algunos ejemplos del uso vila-matiano de las tarjetas. La obra de Vila-Matas —pródiga en geografía postal, juego de espejos y corpus de disposición fragmentaria donde se eliminan las fronteras entre los espacios reales y los espacios inventados, entre la realidad y la ficción— resulta una sucesión de itinerarios diversos.

Jacques Derrida planteó un movimiento que “evita ahogar todas las diferencias, las mutaciones, las estructuras, los compases de los regímenes postales en una única y exclusiva gran oficina central de correos”. En una traslación de un argumento filosófico a la literatura, la oficina central de correos propuesta por Derrida consigue una especie de eco o figuración en Recuerdos inventados, la primera antología personal de Vila-Matas.

En ese sentido, una de las formas más radicales del universo postal al que ha recurrido Vila-Matas es el tablón de madera del bar en las Azores de Recuerdos inventados, homenaje a Antonio Tabucchi retomado en “Porque ella no lo pidió”, relato largo de Exploradores del abismo. En la isla de Faial, en el Archipiélago de las Azores, estaba el Café Sport —“destinatario de mensajes precarios y venturosos que de otra forma no tendrían otra dirección”—, también conocido como Peter’s Bar:

algo intermedio entre una taberna y un lugar de encuentro, una agencia de información y una oficina postal; iban allí los antiguos balleneros, pero también la gente de los barcos que hacían la travesía atlántica u otros recorridos más largos; había un tablón de madera que recogía todo tipo de notas, telegramas, cartas, recuerdos inventados, dibujos de barcos con frases que muchas veces parecían escritas por náufragos de la vida.

Tras repasar las postales literarias de Vila-Matas, contemplé una vez más la tarjeta con la imagen del Rialto y recordé Al sur de los párpados, la segunda novela del escritor catalán, en la que el narrador parte a Venecia y entra en la ciudad al atardecer. No pude sino pensar en Joseph Brodsky, quien comenzó a transformar esa ciudad —la marca de agua— en su centro, a partir de unas postales venecianas en color sepia que estudió larga y detenidamente con ayuda de una lupa.



II. Los hoteles de la imaginación

Sigo construyendo mi hotel, ese inexistente edificio que sólo existe en mi cabeza, el hotel del mundo próximo y lejano, de la ciudad y del silencio, del frío y del calor. Inexistentes ventanas con vistas a jardines y plazas de cemento, parques y desiertos. Las camas flotan, las paredes están hechas del material de los sueños, los teléfonos hablan únicamente entre sí. Las habitaciones son de aire, y en cada una de esas habitaciones he escrito libros, cartas, notas, historias sobre cosas y lugares que vi; sobre ciudades y poemas, sobre libros y exposiciones, sobre viajes y fotos.

—Cees Nooteboom, Hotel nómada

Un hotel implica el cruce de historias. Pensé en Laura, hospedada en un apacible hotel en Venecia, y recordé un pasaje de Esta historia, la novela de Alessandro Baricco: “Una habitación de hotel, cuando lo has recogido todo, y detrás de ti sólo queda el desorden, tu desorden, es una huella bellísima, y es una lástima que quienes la lean y la borren sean camareras aburridas, con el corazón en otra parte”. Imaginé la huella bellísima que mi mujer dejó en un hotel veneciano, deseando leerla, y comprendí ese espacio como una metáfora del tránsito.

En la habitación de un hotel se forja una realidad nueva para toda geografía literaria. Desde el hotel Colón con “sus gloriosas ruinas asaltadas por la hierba que invade trepando la finca contigua” de Mujer en el espejo contemplando el paisaje, hasta el hotel turinés donde un crítico literario busca el punto de encuentro entre la literatura “radical” representada por “el último” Joyce y la literatura “tradicional de calidad” simbolizada por Simenon de Chet Baker piensa en su arte, la atracción por esos espacios literarios ha sido una constante en la obra de Enrique Vila-Matas, quien percibe los hoteles como escenarios móviles desde los cuales indaga acerca de la escritura.

“Me gustan mucho las habitaciones de hotel”, solía decir Kafka. En un cuarto de hotel, Kafka enseguida se encontraba como si verdaderamente estuviera en su propia casa, según recuerda la historiadora francesa Michelle Perrot, quien define el hotel como un teatro de lo imaginario donde acontecen todas las cosas posibles.

La casa significa el ser interior, según Gaston Bachelard. El hotel, entonces, podría simbolizar la identidad desvanecida por el movimiento. “Cada libro es un fragmento de un tapiz”, ha dicho Vila-Matas, pero también cada volumen podría ser una habitación de su hotel literario.

En La asesina ilustrada, Ana Cañizal decide que lo mejor que puede hacer es descansar en la habitación de un hotel en Sitges, frente al mar. Vila-Matas sabe que “siempre se aprende algo en los viajes”, tal como pensó Mayol —en El viaje vertical— cuando entró en su habitación del Hotel da Bolsa en Oporto.

El texto “¿Estoy en Chile?” de Aunque no entendamos nada acentúa la convergencia de la literatura y la realidad:

Saldré de mi hotel de Santiago —escribe Vila-Matas— y compraré este periódico y allí buscaré la columna en la que leeré que acabo de salir de mi hotel y estoy leyendo esta columna, y pensaré entonces que en ella podría haber descrito, por ejemplo, cómo veo yo mis fantasmas personales.

En Lejos de Veracruz, el menor de los tres hermanos Tenorio despierta con una fuerte cruda —o resaca— en su cuarto del Hotel Majestic en el Zócalo de la ciudad de México, “golpeado por una voz misteriosa”. Más adelante, padece insomnio en un hotel con jardín selvático al pie del Monte Ávila en Caracas: la ausencia de sueño deriva en el pájaro solitario del Hotel Ávila, en el que se hospedó Vila-Matas cuando llegó a la capital venezolana por primera vez, evocado en el “Discurso de Caracas”.

Infinitamente serio —libro de edición limitada que funciona como un diario de Vila-Matas— incluye una fotografía con el apunte: “Hotel Insomnia”, una alusión a Charles Simic. En “Porque ella no lo pidió” —texto de Exploradores del abismo originado en su dietario, del que es protagonista Sophie Calle— Vila-Matas se hospeda en el Hôtel de Suède, en la rue Vaneau de París (este hotel es también uno de los escenarios centrales de Doctor Pasavento), recinto en el que se encuentra con la artista. Después, en un viaje a Buenos Aires, convierte al hotel en escenario de la enfermedad. Allí procura encubrir, con literatura al estilo del Viaje alrededor de mi cuarto, un secreto íntimo: que se fatigaba hasta cuando caminaba por los pasillos de un hotel de la Recoleta. Aunque en ese momento aún no sabía lo peor: padecía “una insuficiencia renal severa y estaba viajando hacia un estado de coma irreversible” que lo llevó a ser hospitalizado en Vall d’Hebron en Barcelona.

Otro aspecto que Vila-Matas relaciona con el hotel es el fallecimiento de escritores en este espacio: en Bartleby y compañía recuerda la muerte de Oscar Wilde en su cuarto del Hotel d’Alsace de París; Al sur de los párpados contiene “el arcoíris del hotel donde murió Verlaine”. En la novela el narrador se dirige a su fúnebre habitación de hotel: “Al entrar en mi cuarto, divisé, al sur de mis párpados, unas dalias marchitas de color violeta en una copa sobre un piano que, por supuesto, era imaginario”. Más adelante, “sabiendo, además, que la Muerte podía estar mucho más cerca de lo que suponía”, cuenta el narrador que fue, en Londres, del Soho a Piccadilly, y de ahí a Chelsea, y de Chelsea a Regent Street, y de Regent Street al hotel. “Los bares y los museos se convirtieron en los recintos que más frecuenté”.

Algunos de los personajes de Vila-Matas parecen fantasmas en tránsito. En “Muerte por saudade”, cuento de Suicidios ejemplares, el protagonista piensa en Lisboa desde un rincón sombrío de un cuarto de hotel. El cuarto de hotel se convierte en el espacio literario por antonomasia. En El mal de Montano se acuerda del narrador de “La memoria de Shakespeare”, relato de Jorge Luis Borges surgido de “un sueño que el escritor argentino tuvo en un cuarto de hotel de Michigan, cuando vio a un hombre sin cara que le ofrecía la memoria de Shakespeare”, la memoria de la tarde en que escribió el segundo acto de Hamlet. Pienso en el narrador de El mal de Montano, que llega al Hôtel La Pérouse en Nantes para ver si podía olvidarse de que era un enfermo de literatura; después surge la bella estampa de la terraza colgante del Hotel Brighton de Valparaíso.

Vista como posibilidad de viajar alrededor de un cuarto —en la tradición de Xavier de Maistre y su Voyage autour de ma chambre, escrito en el invierno de 1794— la habitación de hotel en Vila-Matas es el punto de partida para efectuar una exploración, para “ver las puertas del caos y la simultaneidad del universo. El asombro, en definitiva, de ver más”.

Samuel Riba, protagonista de Dublinesca, idea una “teoría general de la novela” en un hotel lionés —Perder teorías, libro contiguo que incluye la parte ensayística de la novela, gira alrededor de un doble de Vila-Matas que es invitado a Lyon para participar en un simposio internacional sobre la novela y es hospedado en el Hôtel des Artistes—. Riba, instalado en Lyon:

se dedicó a no ponerse nunca en contacto con Villa Fondebrider, la organización que le había invitado a dar la conferencia sobre la grave situación de la edición literaria en Europa. Tal vez porque ni en el aeropuerto ni en el hotel apareció alguien para recibirle, Riba, a modo de venganza por el menosprecio que le habían mostrado los organizadores, se encerró en su dormitorio del hotel de Lyon y logró allí realizar uno de sus sueños cuando editaba y no tenía tiempo para nada: redactar una teoría general de la novela.

El personaje comprende “que haberse pasado tantas horas en el hotel escribiendo su teoría general le había en el fondo permitido desembarazarse de ella”. Más tarde, en su cuarto de hotel de Nueva York “estuvo viendo con fascinación cómo se iban iluminando los rascacielos con la llegada de la noche. Se sentía vivamente inquieto, expectante”. El día del Bloomsday, sonámbulo, en la habitación 527 del Morgans Hotel de Dublín, Riba despierta bruscamente. Después, en el 27 de St Stephen’s Green, a cuatro pasos de la calle donde había vivido el creador de Drácula, vuelve a sucumbir al alcohol después de una abstinencia forzada. “En el gran bar del Hotel Shelbourne, se draculizó de pronto con cuatro whiskys”. La habitación de hotel se convierte, así, en el espacio donde se multiplican con mayor libertad los enclaves literarios.

En el capítulo “Suicidios de hotel” de Historia abreviada de la literatura portátil se narra que en 1924 apareció en The New York Times una carta firmada por Jacques Rigaut que decía:

No hay motivos para vivir, pero tampoco hay motivos para morir… la única manera con que se nos permite demostrar nuestro desdén por la vida, es aceptarla. La vida no merece que nos tomemos el trabajo de abandonarla… El suicidio es muy cómodo, demasiado cómodo: yo no me he suicidado. Envío desde estas páginas, mi más enérgica protesta ante esa oleada absurda de suicidios en los puentes colgantes. Jóvenes de Nueva York, elegid suntuosos hoteles si queréis abandonar esta vida. Hay hoteles que son, francamente, muy literarios. Después de todo, el mundo de las letras descansa en los hoteles de la imaginación. En Europa lo saben desde hace tiempo y sólo se consideran elegantes los suicidios en el Ritz.

Una línea de la presunta carta de Rigaut recorre toda la obra de Vila-Matas: “el mundo de las letras descansa en los hoteles de la imaginación”.

Y es que el autor sabe, como Nathalie de Saint Phalle, que los hoteles son lugares cruciales. “En ellos se ama, se bebe, se esperan días mejores, se muere”, escribió la autora francesa de Hoteles literarios. Viaje alrededor de la Tierra. Un hotel:

es un lugar de paso, un abrigo transitorio, escenario de dramas y alegrías, un espacio cerrado, anónimo, pero igualmente para algunos una ética de vida más libre, sin acumulación de recuerdos. Por una puerta giratoria o que se cierra sola se evade uno de la realidad.

Más que recurrir a una táctica evasiva —aunque en algunas ocasiones lo aparente— Vila-Matas construye una metáfora de la condición del escritor. El autor concibe el viaje como una insinuación de la soledad de los escritores y el hotel como un subterfugio del traslado literario, un espacio que incita a la imaginación. El universo es otro desde un cuarto de hotel habitado temporalmente, el mundo se transforma tras la llegada de una entrañable o sutil tarjeta postal. ~


Este texto fue leído en el coloquio internacional Géographies du vertige dans l’œuvre d’Enrique Vila-Matas, celebrado en la Université de Perpignan Via Domitia, en Francia, del 29 al 30 de marzo del 2012.


Nexos, número 426, junio de 2013.

No hay comentarios:

Publicar un comentario