Lo cuenta él mismo desde las primeras páginas de Yoga: Emmanuel Carrère tenía pensado escribir un libro “risueño y sutil” sobre el mundo de la meditación –usa el diminutivo “librito” para referirse a ese texto: lo imaginaba como algo simpático y leve– hasta que su vida bastante acomodada y sin demasiados problemas dio un vuelco inesperado en apenas cuatro años.
Ocurre que una de las primeras cuestiones tiene que ver, justamente, con algo que esa declaración inicial omite: además de esas experiencias cruciales el escritor, que en toda su obra, pero en especial desde Una novela rusa viene indagando en su propia biografía como material para sus libros, se separó de la periodista Hélène Devynck, quien fue su esposa durante la última década. Durante el proceso judicial por el divorcio ella pidió no ser más incluida en los libros del escritor, como había ocurrido cuando estuvieron juntos.
Como la separación se concretó cuando el autor tenía listo Yoga, Devynck hizo uso de su derecho, revisó el manuscrito y vetó fragmentos en los que aparecía mencionada, por lo que Carrère debió reacomodar algunos episodios (“al escribirlo debo desnaturalizar un poco, trasponer y borrar otro poco, sobre todo borrar, porque puedo decir de mí lo que quiera, incluidas las verdades menos halagüeñas, pero no de otras personas”, confiesa por la mitad de la publicación). El texto, que llegó a las librerías argentinas en las últimas semanas editado por Anagrama, contiene lo que el propio autor señaló como alguna que otra “mentira por omisión”.
Yoga, entonces, navega en ese empaste entre testimonio, experiencia, las propias ideas sobre la literatura que tiene Carrère (“bueno, al género de literatura que yo practico: es el lugar donde no se miente”, aclara también promediando Yoga), su concepción de lo que es ficción y no es, las vidas ajenas que incorporó sin tapujos a sus escritos y ahora le marcan límites, y el no menos atendible diagnóstico de trastorno bipolar que recibe el autor en los últimos tiempos de crisis total.
Por momentos muy crudo –relata sus días de depresión profunda o tratamientos con electroshock durante su internación–, por otros intentando recuperar algo del espíritu introspectivo del yoga, disciplina que el escritor practica desde hace 30 años, Yoga está compuesto de textos cortos, como pequeñas viñetas, separados por subtítulos.
A diferencia de sus libros anteriores, por lo general con capítulos extensos y bien delimitados, da la sensación de que para escribir sobre su crisis Carrère debió ir con cuidado hacia cada parte, repasar episodio por episodio, acomodarlo hasta llegar a un todo posible, como si intentara en ese movimiento desfragmentarse.
El relato plantea entonces una sucesión de encierros que comienza con un curso que el autor de El adversario va a tomar en una especie de retiro de meditación durante 10 días en los que no va a tener permitido hablar con nadie, luego hay una especie de hueco temporal y pasa a los tiempos de depresión y soledad en su piso parisino hasta que termina internado en el hospital neuropsiquiátrico.
Sin embargo, no todo es oscuridad: el escritor ofrece definiciones graciosas sobre la meditación y aporta relatos sobre los personajes que asisten a los cursos de yoga como él, además de describir magistralmente cómo se mueve cierta élite francesa que lo incluye. Además hay algunos episodios –tal vez los menos logrados de Yoga o los más forzados, como una suerte de escena de redención– que muestran a Carrère vinculándose con jóvenes refugiados en Grecia.
Esperado por los seguidores y la crítica, Yoga vendió en Francia 160 mil ejemplares en apenas cuatro semanas. Un éxito absoluto, que siguió con el correr de los días y las traducciones a otros idiomas.
Un elemento que llamó la atención en esas primeras semanas es que, pese al acuerdo que habían establecido, aparece una referencia breve a la ex esposa del escritor, que citó en Yoga un fragmento de uno de sus libros anteriores, De vidas ajenas.
A medida que Carrère salió del hermetismo de los últimos tiempos y fue dando entrevistas para difundir el libro las controversias, lejos de aplacarse, se incrementaron. El escritor se refirió a su trabajo como una “autobiografía psiquiátrica” y evitó referirse a su divorcio.
Los medios, sin embargo, machacaron sobre la elipsis narrativa de Yoga, eso que está pero no se puede nombrar, que brilla por su ausencia. Y además empezaron a debatir sobre si Yoga, tal como se conoció públicamente, podía participar o no del Goncourt, el mayor premio a las letras francesas que reconoce anualmente a los libros de ficción más notables. Cuánto había de reconstrucción, cuánto de autobiográfico, cuánto de novelado y cuánto de ficción fue lo que se discutió, sin obviamente llegar a una respuesta unívoca.
Fue la propia Helène Denynck quien salió a defenderse en una carta publicada por la edición francesa de la revista Vanity Fair a propósito de ese debate.
Además de comentar que Carrère incumplió con su palabra porque incluyó un fragmento de De vidas ajenas en Yoga, la periodista aseguró: “Emmanuel y yo estamos atados por un contrato que le obliga a obtener mi consentimiento para utilizarme en su obra. Yo no he consentido el texto tal como ha aparecido. Durante los años que vivimos juntos, Emmanuel podía utilizar mis palabras, mis ideas, sumergirse en mis duelos, mis penas, mi sexualidad”.
Y fue todavía más allá de una idea de verdad, habló sobre un manejo deshonesto del escritor: “Este relato, presentado como autobiográfico, es falso, dispuesto al servicio de la imagen del autor y totalmente ajeno a lo que vivimos mi familia y yo junto a él”, escribió Denynck.
“Emmanuel hace una descripción complaciente de su enfermedad mental y su tratamiento. Estuvo hospitalizado en un pabellón cerrado donde lo visitaba a diario y del que apenas recuerda. Fue sometido a descargas eléctricas que yo no permití, en un momento en que ya no se pudo obtener su consentimiento. Apenas se mencionan los ataques de megalomanía bipolar”, describió y aseguró que tampoco los relatos de Carrère sobre su estadía en Grecia junto a los refugiados se ajustan a la realidad que vivió su familia: “El lector puede creer que después de Saint-Anne, Emmanuel sale de ella yendo durante dos meses a encontrarse con los verdaderos problemas del mundo, los de los jóvenes refugiados atrapados en el camino hacia una vida mejor en la isla griega de Leros. Los dos meses duraron solo unos días, en parte en mi compañía”.
Carrère, por su parte, respondió con unas palabras en Libération y dio por cerrado el asunto: “Todo lo que puedo observar es que, en los 20 años que llevo escribiendo este género de libros, ninguna de las personas se ha puesto en mi contra, ni siquiera Sophie, la heroína de Una novela rusa, a quien, a ella sí, realmente ofendí, y todavía lo lamento”.
El escritor volvió a reafirmar que su ex esposa tuvo el manuscrito final en sus manos para quitar todo lo que le pareciera pertinente y así lo hizo. Por eso tuvo que recurrir a algunos recursos narrativos en la edición final y a esa elipsis de la que tanto se habla.
“Lo que queda en el libro es el rastro de esa desaparición (...). Es, en última instancia, la forma más justa de reflejar el duelo de un amor que yo creía que iba a durar para siempre”, remató Carrère.
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