2.2.20

Toni Valls " Bocaccio, Donde Ocurría todo" 2020 (III) Vila-Matas-Bocaccio,no se acaba nunca


Lugar de reunión de intelectuales o discoteca de niños pijos? ¿La Barcelona tardofranquista o un pedacito de Europa en la calle Muntaner? ¿Copeteo y promiscuidad o la búsqueda de una libertad que no existía en la calle? En una palabra: Bocaccio, el lugar donde había que estar si se era alguien en Barcelona, punto de reunión de la gente guapa, con largas colas en la entrada de anhelantes por codearse aquella noche con lo más granado de la ciudad. Bocaccio, donde la corbata era obligatoria y bastaba sacar un cigarrillo para que el camarero más cercano se aprestara a encenderlo, ha quedado para la historia como un punto de reunión de la intelectualidad barcelonesa de finales de los años 60 y principios de los 70, un colectivo que el periodista Joan de Sagarra bautizó para bien y para mal como la gauche divine.
El periodista Toni Vall ha reunido en Bocaccio, on passava tot (Columna en catalán, Destino en castellano) la memoria de varios protagonistas para dejar constancia de la trascendencia, quizás no lo suficientemente valorada, del local que se convirtió en centro neurálgico de la gauche divine. Un libro que sale a la luz al mismo tiempo que la exposición Bocaccio, temple de la gauche divine, comisariada por el propio Vall, y que desde hoy y hasta el próximo 12 de abril ofrece en el Palau Robert un recorrido por la historia del local a través de imágenes, documentos y objetos que reflejan el legado estético del local, pionero en la creación de una imagen de marca a través del merchandising.

Inaugurada el 13 de febrero de 1967 en los bajos del 505 de la calle Muntaner, Bocaccio, con su decoración modernista y el icónico color granate que impregnaba todo el local, se convirtió desde el primer día en punto de reunión de una intelectualidad que se caracterizaba por su cosmopolitismo, sus ansias de libertad y un acerado antifranquismo. Arquitectos, escritores, músicos, fotógrafos, periodistas, diseñadores, artistas, poetas y cineastas se reunían en las tertulias que se formaban cada noche, con un ojo clavado en sus contertulios y el otro en los guapos y guapas que entraban por la puerta.

¿Era entonces un club de bon vivants, de niños bien diletantes? Los testimonios que Vall recoge lo niegan al unísono, recordando que, si bien permanecían en Bocaccio hasta la madrugada hablando y bebiendo, al día siguiente todos volvían al trabajo con más o menos resaca. Los feligreses eran profesionales liberales que rondaban en su mayor parte la treintena, cuyo secreto para mantener este ritmo de trabajo y dipsomanía, como explica Óscar Tusquets, no era otro que ser jóvenes.

En la lista de miembros de aquel grupo de divinos se cuentan entre otros Oriol Bohigas, Ricardo Bofill, Rosa Regàs, Colita, Teresa Gimpera, Beatriz de Moura, Jacint Esteve, Joan Manuel Serrat, el gran ninotaire Jaume Perich, o el veinteañero periodista Enrique Vila-Matas, el pequeño del grupo, atento a los chismes que corrían por la barra para elaborar la sección “Oído en Bocaccio” de la revista Fotogramas. El local era frecuentado igualmente por numerosos miembros de las escena literaria, como Carlos Barral, los tres hermanos Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Terenci y Ana María Moix o Maruja Torres, acompañados a veces por Gabriel García Márquez. También los integrantes de la rompedora Escola de Barcelona –Vicente Aranda, Joan Amorós o Joaquim Jordà–, para discutir sobre cine, al igual que el mundo de la fotografía y el diseño, con nombres como Leopoldo Pomés o Enric Satué. Asimismo, Bocaccio contó con visitantes ilustres como Dalí, Roger Moore o Michael Douglas, que se mezclaban con la alta burguesía de apellidos como Samaranch, Bagués, Lara, Soldevila, Castells o Dexeus.

El origen de Bocaccio hay que buscarlo en la Costa Brava, lugar de refugio de esta misma intelectualidad, que encontraba en las calas ampurdanesas la intimidad suficiente para expresarse con la libertad que no existía en el franquismo. Fueron Oriol Regàs y Teresa Gimpera quienes tuvieron la idea de crear un local en Barcelona que recogiera este espíritu. Ya existían en aquellos años puntos de reunión, principalmente en los bares de la calle Tuset, conocida entonces, a imagen de la Carnaby Street londinense, como Tuset Street, donde se encontraban el Stork Club, el Ischia, el Anahuac, The Pub o la Cova del Drac. Bocaccio se convirtió en una extensión de este ambiente colorista, rompedor con el gris de la cultura oficial de una época propicia para el cambio gracias a la relativa prosperidad económica y a los diminutos pasos que el régimen daba hacia la apertura de la mano del desarrollismo. Un camino que Bocaccio dio de un salto, anticipando en una década los cambios que viviría el país después de la transición.

Xavier Regàs, hermano de Oriol, y Toni Miserachs fueron los creadores del logo de Bocaccio así como de la decoración, basada en el art nouveau belga. Unas enormes puertas de madera de influencia modernista –que dan acceso a la exposición del Palau Robert y que han sido cedida por Pablo Ornaque– permitían entrar a un local con una larga barra flanqueada por unos altos taburetes tapizados en granate, el mismo modelo que Joan Manuel Serrat continúa utilizando en sus conciertos. Lámparas Tiffany, sofás y una decoración barroca –granate, siempre granate– daban personalidad a la planta baja, mientras en el subterráneo se encontraba la zona de baile. Xavier Miserachs era el responsable de poner la música, que iba a buscar a Londres. Bandas inglesas y americanas que raramente sonaban en la radio.

Bajo este ambiente se creó un microclima que, como afirma Salvador Clotas en el libro, permitía a quienes pensaban que las cosas debían ser de otra forma “vivirlas de esta manera”. Y esta manera significaba sobre todo libertad, libertad para decir lo que se pensaba, para vestir como se quería, para liarse con quien apeteciera, no importaban anillos ni compromisos, y para transgredir las rígidas normas del franquismo. En Bocaccio las mujeres disfrutaban de una libertad inimaginable en la calle. Y no sólo por las minifaldas, sino por la posibilidad de disfrutar de su sexualidad, bailar solas, y descubrir que no necesitaban a los hombres ni para trabajar ni para pasarlo bien. Una mentalidad cosmopolita y contestataria que se canalizaba por los canales más inesperados, como cuando sortearon la prohibición de poner música de baile durante la Semana Santa mediante el compromiso con las autoridades de pinchar todas las pasiones, la de san Mateo, la de san Juan y la de todas las vírgenes. Una idea que, como recuerdan Georgina Regàs y Anna Maio, acabó con todo el mundo bailando las pasiones de Bach en el subterráneo.

Criticados por los sectores comunistas –que les tildaban de Partit Comunista de Cadaqués– los asiduos de Bocaccio no se caracterizaron por una militancia activa, pero sí por su antifranquismo, que les llevó a seguir las últimas horas del dictador con dos pantallas instaladas ex profeso en el local, mientras brindaban con champán cada vez que el locutor anunciaba un empeoramiento de la salud del caudillo.

El éxito de Bocaccio, sumado a la iniciativa personal de Oriol Regàs, dio pie a una expansión de la marca con la apertura de nuevos locales, como la sucursal madrileña en 1972 o las discotecas Revolution de Lloret de Mar y la Maddox de Platja d’Aro. A partir de estos establecimientos se fraguó una imagen de marca que incluía el restaurante Via Veneto (fundado por el mismo Regàs en 1967) y que derivó en la apertura de una tienda dedicada exclusivamente al merchandising de Bocaccio, Brm, un precedente de la actual fijación de las marcas por plasmar su sello en cualquier producto. Con la misma pasión expansionista surgió la revista Bocaccio, el sello discográfico Bocaccio records o la productora Bocaccio films, sin olvidar la agencia de viajes sui generis que organizó viajes –barra libre incluida en el avión– a Eivissa, Roma, Río de Janeiro o Bangkok.

En 1981 Regàs y sus socios se desprendieron del local, que todavía resistió cuatro años, pero sin el ambiente que lo hizo famoso. Hoy, un hotel ocupa el espacio donde se encontraba la discoteca, que a falta de un mayor reconocimiento oficial, pervive en los recuerdos recopilados por Toni Vall, y en las amistades que forjó y que todavía perviven.



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