8.5.20

Alex Garland «Devs» es una joya de la ciencia ficción moderna 2020

Una cosa ha quedado clara: si hablamos de ciencia ficción en formato de película o serie, Alex Garland es el vigente rey. Quizá no es el más popular o el más exitoso, pero sus tres obras director-guionista han puesto el listón artístico muy alto. Primero dirigió Ex Machina, una película que ha sido imitada ya varias veces. Después la incomprendida, aunque cada vez menos, Annihilation. Y ahora la miniserie Devs, la demostración definitiva de que Garland es un virtuoso en este tipo de narración.
Lo primero es aclarar que es difícil hablar en profundidad sobre Devs sin destripar el argumento; asumo que mucha gente todavía no la ha visto, así que tendremos que valernos de descripciones muy generales. Empecemos con un breve resumen del planteamiento: todo empieza con un joven programador llamado Sergei (Karl Glusman) que trabaja en el departamento de inteligencia artificial de una gran empresa al estilo Silicon Valley, una especie de Google o Apple, para entendernos. En la misma empresa trabaja su novia, Lily Chan (Sonoya Mizuno), que es una brillante ingeniera informática. La compañía, situada en mitad de un paraje boscoso, está dirigida por un excéntrico magnate llamado Forest (encarnado por un colosal Nick Offerman) que la ha bautizado con el nombre de su difunta hija Amaya. Una estatua colosal de la niña Amaya preside las instalaciones de la empresa Amaya.

Un día, Sergei es reclutado para entrar a formar parte de la división más codiciada y secretista de Amaya. Conocida como «Devs» (abreviatura de developers o «desarrolladores»), en ella entran solamente los individuos más brillantes para trabajar en algo que nadie más allá de ese departamento sabe qué es. Sergei, comprensiblemente emocionado e intrigado, acude a su primer día de trabajo en Devs, La división está ubicada en un extrañísimo edificio donde ni siquiera se permite la entrada al personal de limpieza. Le asignan un ordenador y le piden que lea el código de programación para familiarizarse con lo que se está haciendo en allí. Sergei entiende por fin cuál es el secreto de Devs —aunque el espectador aún tardará tiempo en recibir esa información— y sufre tal conmoción que tiene que ir a vomitar al cuarto de baño. Y hasta aquí puedo desvelar el planteamiento sin arruinar el verdadero placer de esta serie, que consiste en verla sabiendo lo menos posible sobre el posterior desarrollo del argumento.

Es un planteamiento intrigante y, de hecho, la serie tiene tanto (o más) de intriga como de ciencia ficción. Pero ojo, esto no se parece en nada a otras series recientes sobre conspiraciones tecnológicas. Quien espere algo como Mr. Robot, Black Mirror o incluso Years and Years se va a llevar un verdadero chasco. Devs tiene sus grandes momentos de tensión, pero en general es mucho más pausada y reflexiva que las mencionadas. Empieza con mucho secretismo y ocultando muchas cosas al espectador, pero sus misterios, al contrario que los habituales de manipuladores compulsivos como Damon Lindelof o J. J. Abrams, terminarán encajando de manera sólida al final, si bien requieren paciencia. Obviamente, esto se parece más a los guiones anteriores de Alex Garland y no me refiero solo los dirigidos por él mismo, sino también otros que escribió pero no dirigió como Sunshine (también escribió 28 días después, la película que más hizo por resucitar el género zombi, pero ese guion tenía un registro muy diferente). Devs tiene un ritmo lento que espantará a quien espere acción constante, pero que gustará mucho a quien añore la ciencia ficción contemplativa y con fuerte trasfondo filosófico de Moon, Under the Skin o Monsters. Salvando las debidas distancias, incluso podría tener conexiones con 2001: Una odisea del espacio, Stalker y sobre todo Solaris (la adaptación cinematográfica de Tarkovski, no tanto la novela original de Lem). También tiene guiños estilísticos al cine de espías de los setenta.

Aunque el argumento de Devs se sostiene muy bien por sí mismo como historia de intrigas y secretos, es un argumento que está al servicio de ideas que lo trascienden y por su gran carga filosófica. Pero tampoco aquí se parece a las clases de recuperación de física de Interstellar o a la filosofía de adolescente angustiado de True Detective. En Devs no hay más diálogos de exposición que los estrictamente necesarios. De hecho, Garland reserva esos diálogos de exposición para los últimos episodios, cuando ya no le queda más remedio que cumplir con el engorroso trámite de soltar información concreta que el espectador necesitará para cerrar todos los cabos tecnológicos y teóricos de una historia donde lo tecnológico y teórico, en realidad, es completamente secundario. Por fortuna, aquí no se aplica la pedantería de «es que en Insterstellar colaboró Kip Thorne y por eso se supone que debe emocionarnos el folletín del protagonista que llora porque su hija está enfadada». Garland no ha llamado a un Kip Thorne de la informática para que los códigos de las computadoras sean realistas; de hecho, no podemos leer una sola línea de código en toda la serie. Devs no requiere que usted sepa informática, ni física, ni ninguna otra cosa técnica o científica.

No hay que leerse un libro de física para saber qué pasa con la gravedad (como tampoco había que leérselo con 2001; la novela de Clarke ayudaba a entender lo cinematográfico más que lo científico). Mary Shelley no requería de sus lectores un diploma sobre electricidad y galvanismo porque Frankenstein, en el fondo, trataba de otras cosas; de lo contrario, hoy Frankenstein sería una novela olvidada por sus ideas anticuadas sobre electricidad y galvanismo, y no una novela de referencia universal. A nadie le importa que los marcianos de H. G. Wells usaran una tecnología que hoy nos parecería cómicamente anacrónica si no fuese porque no hay nada cómico en el estremecedor contenido de La guerra de los mundos (y menos después de vivir una pandemia como la del coronavirus). Isaac Asimov dejó que nos apañásemos con las tres leyes de la robótica y no nos martirizó con la descripción detallada de los mecanismos tecnológicos que hacían funcionar a sus robots; de lo que Asimov quería hablar era de la inteligencia y la identidad. Hasta Kubrick, que se obsesionó con el realismo de sus naves espaciales en 2001, dejó que el viaje galáctico de Dave Bowman fuese un hipnótico delirio estético y no la representación «fidedigna» de lo que pudiera suceder dentro de un agujero de gusano o un teseracto.

Devs, no lo niego, requiere cierto esfuerzo para seguir la lógica de las cosas que van sucediendo, pero el mensaje final apela más a lo existencial que a lo tecnológico. Esta es la diferencia fundamental entre la ciencia ficción de Garland y la de alguien como Christopher Nolan, que explica cuál es mi problema con el segundo. Para Garland, la exposición tecnológica y teórica —el explicar «esto funciona así y tiene tales efectos»— es mal necesario que sirve para darle contexto a las ideas filosóficas que quiere expresar de manera indirecta. Para Nolan, sin embargo, la exposición es un modus operandi. Dicho de otro modo, Garland deja la teoría física y el argot tecnológico en segundo plano porque tiene cosas más importantes que contar, mientras que Nolan está fascinado con la teoría en sí misma, pero la viste con melodrama esclerótico y algunas frases dolorosamente explícitas en plan «el amor es la única fuerza que trasciende el espacio y el tiempo». Comparar a ambos desde el punto de vista cinematográfico ya es otro debate porque Nolan es un gran director, cosa que es innegable. No obstante, desde el estricto punto de vista de la profundidad humana de las historias y de la expresión audiovisual de los conceptos filosóficos, Nolan es un bachiller y Garland es un doctorado.

En Devs, de hecho, no hay melodrama gratuito. No se fuerza el tono en los momentos emocionales. Los personajes hablan, se relacionan entre sí y reaccionan a lo que sucede de manera creíble, hasta diría que con tendencia a lo naturalista. Podría decirse que Devs está sólidamente construida en cuanto a los elementos de ciencia ficción y que contiene un montón de detalles que dan mucho que pensar en cada episodio, pero que todo se hace para comunicar un mensaje que realmente es sencillo. No digo cuál es el mensaje porque, insisto, arruinaría el enigma para quien no la haya visto. Pero el desenlace tiene el característico toque genial que Garland le confiere a sus finales; tiene una gran capacidad para, después de un argumento complejo, resumir sus intenciones con un último detalle inesperado.

Lo realmente importante es que la serie trata a sus espectadores como seres adultos y capaces de entender por sí mismos. Lo cual no significa que se descuide la estructura formal de la narración; hay una intriga muy concreta y muy bien hilada, hay personajes muy bien definidos, hay magníficos diálogos (quizá lo mejor de la serie, que ya es decir, son algunos de sus intercambios verbales). La dirección es muy buena, el montaje incluso mejor. Hay momentos —pocos— donde lo estético prima por sobre la narración; esto es un riesgo porque cuando sale mal suele terminar en secuencias vacuas y pretenciosas, pero en Devs incluso ese tipo de secuencias salen bien y encajan a la perfección con el clima general de la historia. Se me ocurren pocos cineastas de esta generación cuya sabiduría a la hora de tratar la ciencia ficción sea comparable a de Garland: Denis Villeneuve, Alfonso Cuarón, Jeff Nichols, Jonathan Glazer, Duncan Jones.

Digamos que Garland no necesariamente es el mejor en algún aspecto concreto, pero sí es de esos casos raros que lo hacen bien casi todo. Escribe bien, encuadra bien, dirige bien a los actores, tiene buen gusto visual, tiene buen gusto musical, sabe cuándo mostrar de manera explícita y cuándo dejar que sea el espectador quien adivine. Como resultado de esto, su visión es extraordinariamente consistente. Estas son grandes cualidades para cualquier guionista y director, pero Garland, además, conoce la ciencia ficción. También en su vertiente literaria; recordemos que una novela escrita por él, The Beach, tuvo mucho éxito y fue llevada al cine (por entonces, Garland aún no había empezado a dirigir). Les da a los aficionados a la ciencia ficción justo lo que esperan. Lo cual implica que mucha otra gente acostumbrada a una ciencia ficción más orientada al entretenimiento quizá no aprecie su trabajo, como sucedió con Annihilation, pero Garland es como David Simon; escribe sobre lo que él sabe escribir y no sobre lo que piensa que el público desea ver.

El otro aliciente de la serie es el fabuloso trabajo del reparto. En especial Sonoya Mizuno y Nick Offerman. Ella tiene un personaje difícil de defender porque en ciertos momentos es casi un títere en manos del destino; para colmo, se requiere que ese personaje ignore mucha información y actúe en consecuencia de esa ignorancia. Esto podría hacer que, encarnada por una actriz menos hábil, la viéramos pasearse por la pantalla con expresión indefinida; no es el caso de Mizuno, que insufla viveza y veracidad en todas y cada una de las escenas donde aparece. En cuanto a Offerman, bueno, muchos lo conocerán por el maravilloso personaje que hacía en Parks and Recreation, Ron Swanson alias «La naturaleza es asombrosa». Verán, yo realmente pensaba que nunca más conseguiría ver a Nick Offerman como alguien distinto Ron Swanson, que era más que un personaje, era un arquetipo de esos tan poderosos que pueden merendarse la imagen pública de un actor. No soy el único al que le sucedía esto, de hecho Offerman se ha pasado años intentando desmentir —sin mucho éxito— que, salvo por su característica risilla infantil, él mismo sea un Paradigma de Virilidad Novecentista también en la vida real. Nadie le hace caso, aun cuando insiste en que estudió dos semestres de ballet y que su animal espiritual es Tim Curry interpretando a Fran-N-Further en The Rocky Horror Picture Show. Porque, claro, Offerman también tiene un consultorio sobre carpintería avanzada.

Unas pocas escenas de Devs bastaron para hacer trizas mi asociación mental de Offerman con el personaje de Swanson. El resto del reparto de Devs está a un gran nivel sin excepciones (por ejemplo, las lecturas literarias de Stephen McKinley Henderson ponen los pelos de punta), pero es Offerman quien se pone el peso de la serie sobre los hombros hasta el punto de que Devs resulta inconcebible sin su poderosa presencia como telón de fondo de todo el argumento. Su personaje, Forest, es un individuo enormemente complejo cuyas nociones de moralidad provienen de una concepción anormal del universo; también es un personaje trágico y patético en el sentido clásico del término, una especie de Fausto consumido por lo que podría denominarse una muerte espiritual. En los primeros episodios, cuando el espectador todavía sabe poco sobre los secretos de la trama, las abismales miradas de Offerman, la manera en que habla y reacciona, nos sitúan ya en el contexto emocional. Forest parece perdido en la contemplación de posibilidades tecnológicas y existenciales que van más allá de lo que puede asimilar un ser humano; su carácter ausente, la actitud de alguien que está inmiscuido en la acción pero con su pensamiento puesto en alguna otra parte, también es muy difícil de interpretar. Y Offerman lo hace no solo a la perfección, sino con un dominio de la pantalla y una ascendencia sobre sus también brillantes compañeros/as de reparto que son realmente dignas de ver.

En resumen, Devs es ciencia ficción profunda y reflexiva, pero, por suerte, carente de pedantería y palabrería científica innecesaria. Su público objetivo ni siquiera tiene por qué ser aficionado a la ciencia ficción como tal, ya que predominan la intriga a fuego lento y el drama existencial, pero cualquier aficionado al género se sentirá en la gloria viéndola. Solo se me ocurre, insisto, que pueda no gustar a quien desee acción continua y rapidez. Para los demás, imprescindible. Alex Garland ha conseguido que sigamos esperando con ansia su próximo trabajo. Sabemos que nadie acierta siempre, pero, por ahora, este hombre se encuentra en estado de gracia y como haga otra cosa de semejante nivel va a haber que empezar a pensar el lugar donde los aficionados a la ciencia ficción erigimos la estatua de homenaje.


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