22.6.20

Fleur Jaeggy "Los hermosos años del castigo" 2009

Arrebatarle a la vida las coordenadas del destino para rescribirla bajo la fría voluptuosidad de la adolescencia. Adivinar esos espacios por donde se nos escapan los días con la sola necesidad de taparlos para que todo se convierta en un espacio oscuro y frío donde antes reinaba la luz, o percibir el mundo desde un punto de vista único y diferente como el remero que boga contracorriente por mucho que sepa que sufrirá un duro desgaste antes de llegar a su destino: una bendita isla en la que sólo hay espacio para sí mismo y un mundo inteligente y perverso, lacerante y virginal, formal y caprichoso como sólo lo pueden ser las metas con las que soñamos en nuestra adolescencia.

A todo ello, hay que unir un estilo narrativo preciso, inquietante y sugerente, tanto en los elementos literarios como vitales, y con los que la escritora suiza afincada en Milán, Fleur Jaeggy, nos muestra su experiencia cuando tenía catorce años en el internado femenino situado en el cantón suizo de Appenzell y su relación con la enigmática Frédérique, porque si algo sobresale por encima de las múltiples bondades de esta nouvelle reconvertida en obra esencial es su capacidad de mostrar.

El universo que nos propone Jaeggy es eso, el inicio de un camino que el lector debe de tratar de terminar. Sugerir sin manipular, para llegar a las entrañas de aquello que nos es narrado, combinando el arte de la paradoja y, con él, tratar de que entremos en su tenebroso juego: «Su belleza se había convertido en una parodia. En la juventud se anida el retrato de la vejez, y en la alegría el agotamiento…», hasta convertir ese juego con las palabras en puro arte narrativo. Y si por si todo esto fuera poco, existe un claro acercamiento poético hacia la belleza que se despliega en frases memorables como ésta: «El placer del desasosiego. No me resultaba nuevo.

Lo apreciaba desde que tenía ocho años, interna en el primer colegio, religioso. Y pensaba que a lo mejor habían sido los años más bellos. Los años del castigo. Hay una exaltación, ligera pero constante, en los años del castigo, en los hermosos años del castigo», donde la narradora lo arriesga todo entorno a esa necesidad de ser uno mismo, incluso dentro del aislamiento más profundo y la soledad más sórdida. Aquí, Jaeggy se muestra implacable consigo misma y sus recuerdos, porque la fuerza de esa novela está en esa recreación del mundo que nadie ve, si no uno mismo, pues nadie puede llegar a entender, nunca, ese último giro de nuestras pulsiones que sólo alcanzan la luz con el éxito o el fracaso más rotundos.

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