7) A Vila-Matas. Siempre se escribe un texto diferente del que se tenía pensado. “Lo que acabamos transcribiendo en el papel es algo distinto de lo que teníamos proyectado”, comenta Vila-Matas en Doctor Pasavento. Es cierto, porque lo que llevaba un tiempo pensando escribir era que Pasavento, o Bartleby, es decir, el Doctor Toteking un día volvió de su viaje a Gansbaai (Sudáfrica) con una historia. Volvió siendo otro, o sea, siendo escritor, siendo un extraño, convertido en un extranjero que volvía a Sevilla, que volvía a su casa-búnker, a su Casa Malaparte.
Regresaba Pasavento, o Bartleby, es decir, Toteking transformado en ese primer narrador viajero, que tras dejar su calle Rimbaud, la lluvia de naranjazos de la plaza del Pelícano, ha encontrado su historia, su punto de partida como escritor tras ver en Gansbaai tiburones blancos. Y convertido en un forastero que regresa a su Ítaca, Toteking empieza a traducirse a sí mismo, a narrarse, a construirse una identidad como escritor a partir del relato que ha vivido, que quiere contar, que venía narrando ya como rapero, un rapero que odia el rap y que lo que desea es ser escritor para saber qué escribiría si escribiese.
8) Humor cabrón de Toteking. Mientras leo Búnker, que también podría haberse llamado En casa soy inmortal, empiezo a pensar, ya desde el principio, si no será este primer libro de Doctor Toteking una de esas obras “con onda de humor cabrón” que él pedía a Enrique Vila-Matas que le descubriera en ese email inaugural que le envió en la noche de Reyes de 2018.
Y es que no puede ser otra cosa que humor cabrón comenzar un libro odiando a la gente, o sea, odiando al lector, odiando madrugar, odiando las visitas que vienen a casa. Me imagino a Toteking atrincherado de libros en su búnker, desaparecido del mundo, retirado del mundo como Walser, haciendo de Onetti, al que una vez llamaron y llamaron a su puerta hasta que los que lo hacían vieron deslizarse un papelito con la letra del escritor donde se decía: “Onetti no está”. Me imagino a Toteking como ese lector que se aísla y no soporta ser interrumpido, un lector con pose Kafka, por decirlo al modo de Ricardo Piglia.
9) Del sótano de Kafka. “Muchas veces he pensado que la mejor forma de vida, para mí, consistiría en recluirme en lo más hondo de un sótano espacioso y cerrado, con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera, tras la puerta más exterior del sótano. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas del sótano, sería mi único paseo. Luego regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y en seguida me pondría otra vez a escribir. ¡Las cosas que escribiría entonces! ¡De qué profundidades las arrancaría!», escribe Kafka en una carta a Felice Bauer.
10) Al búnker de Salinger. Doctor Pasavento, quiero decir Doctor Pynchon, o sea, Bartleby Toteking tiene ya su obra y quizá ahora solo quiera esconderse de las miradas del mundo. Un día, supongo, saldrá del búnker-sótano a lo Salinger a comprar el periódico, lo reconocerán y le dirán: “Toteking, ¿por qué ya no escribes?”. Él responderá: “Es que se me murió mi padre que era el que me contaba las historias”. Y luego le abandonarán las palabras
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