20.9.20

José Miguel Desuarez "Oulipo,modo de empleo"

Oulipo (siglas de «Ouvroir de littérature potentielle», «Taller de literatura potencial») es un grupo de literatos que se reunió por primera vez en 1960, bajo la tutela del escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais. Posteriormente, se unieron al grupo Georges Perec e Italo Calvino, entre otros.


La propuesta oulipiana, que sigue vigente hoy en día (lo que demuestra su grandeza y su incuestionabilidad), era sencillamente proponer técnicas o recursos literarios estimulantes para la creación y también la búsqueda y recuperación de autores precursores, es decir, descubrir qué autores, anteriores al Oulipo, han escrito con constricciones libertadoras; así se descubrió, por ejemplo, a Raymond Roussel y su Locus solus, totalmente recomendable.

En la escritura, la inspiración se muestra esquiva, porque podemos perderla en apenas unos segundos, por ejemplo, si descubrimos que nos falta un objeto (un libro, unas llaves, un bolso) cuya búsqueda nos obsesiona y exaspera. La literatura potencial viene a paliar ese desconcierto que el escritor siente ante la página en blanco, porque le ofrece maneras divertidas y alentadoras de abordar la creación combinando Literatura y Matemáticas. Una muestra puede encontrarse perfectamente concentrada y viva en Exercices de style, de Raymond Queneau, publicado por Gallimard en 1947 y numerosas veces reeditado. La versión en español (Ejercicios de estilo, Cátedra, 1996, traducida por Antonio Fernández Ferrer) es una de las mejores pues, según la especialista Maria Eduarda Keating, la versión portuguesa o la inglesa no resultan tan felices.

En este libro se cuenta una anécdota trivial (un joven que sube a un autobús urbano atestado y se baja al poco con bastante mal humor…) de 99 maneras diferentes, con lo cual el lector se hace una idea muy clara de cómo el enfoque, el lenguaje o el recurso constrictivo pueden condicionar y potenciar la escritura.

Lo cierto es que, en numerosas ocasiones, la planificación de una obra literaria se ahoga ante la libertad total, abandonada al arbitrio de las musas inspiradoras, y por eso han existido siempre los cánones (como la rima y los acentos en el soneto, las tres partes del teatro, el in media res de la novela, etc.). En el Oulipo proponen que la escritura se haga a partir de constricciones que liberen la creatividad. Por ejemplo, la lipogramática o el logo-rallye.

Georges Perec (París 1936 – ídem 1982) fue, según Roberto Bolaño, el escritor más importante de la segunda mitad del siglo XX. Sin duda, un escritor grandioso que escribió una obra llena de originalidad y fuerza, que perdura y se sigue publicando sin descanso. Mientras pudo (antes de que un cáncer de pulmón se lo llevara prematuramente), Georges Perec publicó, entre otras interesantes obras que el lector español conoce y disfruta, 

La disparition (Denöel, 1969), una novela lipogramática de 300 páginas. Cuando los críticos la reseñaron, algunos no se dieron cuenta de que en toda la novela no había una sola letra E, la más frecuente en francés. Cuando ese mismo libro fue publicado en España en 1997 en la editorial Anagrama, se tituló El secuestro y lo que no llevaba era ninguna letra A, la letra más frecuente en castellano. El lipograma, ya lo habrán adivinado, consiste en escribir eludiendo obligatoriamente una letra concreta. En nuestro país, Enrique Jardiel Poncela publicó, entre 1926 y 1927, cinco relatos lipogramáticos en el diario La Voz.

Como autor que soy también, tengo claro que, con el lipograma, no se trata solamente de escribir sin esa letra concreta que se elija, sino que además el escritor agradecerá dejarse llevar por el tema que le sugiere la propia eliminación de la letra.

Pero más sugerente me parece ahora el logo-rallye, que consiste en escribir un texto introduciendo en un orden preciso las palabras de una lista determinada de antemano. Esa fue una de las técnicas más importantes que Georges Perec utilizó en La vie mode d’emploi  (Hachette, 1978, Premio Médicis). En esta novela su autor describe una completísima fotografía de un edificio parisino al que se le hubiera quitado la fachada, algo así como la Rue 13 del Percebe español. Dividida la imagen del edificio en un tablero de ajedrez de 10×10, pasa por cada casilla una sola vez, siguiendo los pasos del caballo de ajedrez, y para cada capítulo cuenta con una lista de 42 palabras que ha de incluir necesariamente, a modo de logo-rallye.

Georges Perec consigue describir con minuciosidad un espacio donde no existe acción (porque está congelada en la narración, a lo largo de más de 600 páginas), y lo hace recurriendo a esas constricciones oulipianas mencionadas, y componiendo una novela de novelas (unas dentro de otras, sucesivamente, abriéndose y cerrándose, intercalándose, interconectándose) a medida que se va describiendo cada habitáculo de esa casa de vecinos parisina. Todo, por supuesto, de una manera admirable, con un lenguaje muy cuidado, plagado de juegos de palabras que salpican de humor y de una finísima ironía.

Deviene, sin duda, en una literatura fragmentaria, pero no al estilo en que ahora ciertos autores escriben libros fragmentarios, contando lo que pasa desde A hasta C, continuando luego en F y parando en G, para seguir luego en K hasta M, dejando que el lector se imagine qué pasa entre D y E, y entre H y J, sino que se cuenta todo, o se recurren a las elipsis clásicas. Esa literatura experimental a la que aludo y que parece haber tenido cierto éxito en España últimamente parece como si pecara de vaga, como si el autor quisiera dejar de escribir cuando se cansa y dejar que el lector se imagine el resto, componiendo un puzzle errático y lleno de vacíos que no resultan, en modo alguno, sugerentes. La literatura oulipiana rezuma trabajo, constancia, buen hacer y, sobre todo, no resulta una trampa para el lector, sino que trata de darle más por menos.

Porque no olvidemos que el Oulipo trata de evitar a toda costa que sus propuestas parezcan simplemente juegos. Pueden resultar divertidos, pero hay que tomárselos en serio. Sobre todo el escritor que los pulsa como si fueran resortes mecánicos y que le han de servir para mantener la temperatura de su obra en un estado casi ideal.

Claro que el resultado, a veces, parece solamente un juego de críos. Y por eso pienso que sólo perdurarán las obras que, una vez aplicadas estas constricciones para potenciar la escritura (como si fueran micromáquinas con botón de inicio y parada bien lubricados), se hayan transformado y adaptado para que el lector las deguste como una creación destinada a su disfrute. Y vaya si las disfrutarán tanto por el crítico tenaz que indagará en los entresijos de su imbricación como el lector de a pie que sólo busca deleite y entretenimiento

Existen otras propuestas oulipianas, como el S+7, o la literatura definicional, pero estas sí me parecen más reservadas a los tramadores de argucias experimentales. Vienen, empero, a demostrar que las Matemáticas se han llevado siempre muy bien con la Literatura. S+7 consiste en tomar un texto ya escrito por otro autor (o por uno mismo) y cada sustantivo que se encuentre canjearlo automáticamente por el que aparece en séptimo lugar tras el original en un diccionario cualquiera. 

Por ejemplo, el famoso comienzo de Beltenebros (de Antonio Muñoz Molina): «Vine a Madrid para matar a un hombre a quién no había visto nunca. Me dijeron su nombre, el auténtico y también algunos nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta, nombres en general irreales, como de novela, de cualquiera de esas novelas sentimentales que leía en aquella especie de…» 

Podría quedar de esta manera con un S+7: «Vine a la madrona para matar a la homeopatía, a quien no había visto nunca. Me dijeron su nomografía, la auténtica y también algunas nomografías falsa que había usado a lo largo de su vidriera secreta, nomografías en generosidad irreales, como de novicio, de cualquiera de esos novicios sentimentales que leía en aquel espectáculo de…». Como se aprecia, el resultado se parece mucho al surrealismo de los cadáveres exquisitos de André Breton.

Igualmente, la literatura definicional puede llegar a abrumar al lector, porque consiste en alargar una simple descripción hasta el infinito técnico y detallante sin cuidar ya en absoluto la estética del texto preparado para ser degustado. Tomando el mismo texto de antes, tendríamos, a modo de ejemplo: «Caminé como una persona o me moví de allá hacia acá, llegando a la capital del reino de España con algo más de tres millones de habitantes Madrid, con el objeto de usar una preposición y quitar la vida a un ser animado racional de sexo masculino a quien no había percibido con los ojos mediante la acción de la luz antes de ese momento en ningún caso».

El mérito añadido que rezuma la obra de Georges Perec, a mi modo de ver, reside en que ha tratado de ocultar los andamios de la escritura, para que no estorben a la degustación del lector que sólo busca deleite. Lo hace, más que en ninguna otra obra, en La vie mode d’emploi, porque trata siempre de que en el resultado no se noten las tripas del esqueleto o el armazón del alma, llámese como quiera. Y ahí es donde, en la literatura española, existe un vacío de títulos disponibles. Quizá sería esta una tarea que los nuevos autores deberían enarbolar ante la crítica y los lectores para asegurar así que aportan una ventana de aire fresco a la creatividad literaria actual, tan llena de best-sellers planos, poco emocionantes y bastante predecibles últimamente.

Por cierto que, para terminar, Matt Madden hizo un homenaje al libro de Queneau con su libro 99 ejercicios de estilo, que puede encontrarse editado por Sins entido desde 2007. Totalmente recomendable también, como todos los que he comentado en esta iniciación al Oulipo y su modo de empleo.

 José Miguel Desuarez 


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