El café Zurich está cumpliendo cien años de historia. Andreu Valldeperas reconoce que el día del calendario en que su bisabuelo se hizo con la vieja barra de la estación de los Ferrocarrils de la Generalitat de la plaza Catalunya se perdió en el tiempo hace mucho, que no tienen ningún documento que recoja la fecha exacta del nacimiento del Zurich... pero que en casa siempre coincidieron todos en que este relato arrancó hace un siglo, un día cualquiera, el que más le guste a uno. Hoy, por ejemplo.
“De veras –sigue Valldeperas–, no recuerdo nada igual. Pero la complicidad de los barceloneses nos permitirá salir adelante. ¡Por supuesto que echamos de menos a los turistas! Son una parte fundamental del Zurich, pero su ausencia también está poniendo de manifiesto que los barceloneses nunca nos dieron la espalda. ¡Ahora todos nuestros clientes son de Barcelona y alrededores! Y todos los días alguien se acerca para saludarnos y preguntarnos cómo nos va. Por eso soy optimista. Saldremos adelante ¡y volveremos a cortar la calle! como en la fiesta de los 75 años”.
Porque la gente aún se cita frente al Zurich. ¿Dónde nos vemos? Pues delante del Zurich. A pesar de que en los últimos cien años Barcelona no cesó de crecer y de multiplicar sus centros neurálgicos, este lugar continúa siendo su kilómetro 0, un cruce de caminos, un gran punto de encuentro ciudadano entre el Eixample y Ciutat Vella, entre la ciudad formal y bien peinada y la urbe canalla que susurra. Porque el Zurich puede gustar o disgustar, pero no es un escenario de cartón piedra más, otro símbolo a la postre plastificado. De algún modo, el Zurich aún aguanta los envites de la globalización.
Si se enterara del fondo de esta historia, Paul Auster escribiría una novela sobre el Zurich. Quédense un rato delante del establecimiento, un sábado por la tarde, y pregúntese qué espera cada una de las personas que están ahí, aguardando a que vengan a buscarles. Aquella mujer está resuelta a decirle a su pareja que todo se acabó. Aquel adolescente se va de juerga, con unos con quien sus padres no quieren que se junte. No, ese simplemente quedó para tomar un café...
Y así una cafetería se incrusta en la historia de una ciudad, incrustándose en los recuerdos de sus ciudadanos, en sus vidas. Y aquel adolescente, dentro de 50 años, cada vez que pase delante del Zurich, recordará la primera vez que desafió a sus padres. El Zurich siempre significará algo. Sí, ahora muchos quedan delante de la tienda de Apple, al otro lado de la plaza. Así disponen de wifi gratis. Pero esta tienda de tabletas apenas tiene ocho años. Hace falta más tiempo para incrustarse en la historia de una ciudad.
Cuentan que fue en los años 30 cuando al entonces comisario de beneficiencia Roc Boronat se le ocurrió aquí mismo, acodado, la fundación del Sindicato de Ciegos de Catalunya, la semilla de la ONCE, contemplando los pesares que sufría un mendigo invidente...
“El Zurich lleva cien años acumulando historias. ¿Sabía que tras la Guerra Civil, en aquellos tiempos de escasez, las monjas de la hermanas de la Caridad venían aquí en busca de los posos? Y luego pues los usaban para hacerse el café en el convento”.Y también cuentan que el atraco al Banco Central se planeó en el Zurich. “Y después también se instalaron aquí los mandos policiales que lo frenaron”.
Además, Andreu Valldeperas es el cuarto Andreu Valldeperas al frente del Zurich, pero la quinta generación la encarna su hija, que se llama Maria.
El establecimiento de la plaza Catalunya aplaza la celebración de su centenario para superar el momento más delicado de su historia
“La complicidad de los barceloneses nos permitirá salir adelante”, asegura Andreu Valldeperas
La Vanguardia 01,12.2020
Quiosc de begudes “La Catalana” (El café Zurich, toto de 1945)
El Café Zurich nació el 24 de Junio de 1862 cuando se empezarón a realizar los viajes regulares del “tren de fum” de superficie ,así lo llamaban, que circulaba de la calle Balmes hacia los pueblos de Sarriá y Sant Gervasi.
Como cantina de estación en aquellos tiempos, el Zurich era un típico quiosco de bebidas que tenía como nombre “La Catalana"
Con el paso del tiempo se convirtió en una xocolateria con el mismo nombre , con un cartel que estuvo colgado durante muchos años, hasta que un catalán llamado Serra, que había trabajado en la ciudad Suiza de Zúrich lo compró y le cambió el nombre por el actual
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