Casi todo en la vida de Pablo Martín Sánchez ha girado entorno al OuLiPo. Nacido hace 39 años cerca de Reus, creció leyendo con devoción a Georges Perec, Raymond Queneau e Italo Calvino, los tres miembros más insignes del “taller de literatura potencial” fundado en la Francia casi carpetovetónica de 1960. Más tarde, dedicó su tesis doctoral a las prácticas intertextuales en el grupo, acudió a sus seminarios de verano en la localidad francesa de Bourges y estructuró sus dos novelas hasta la fecha, El anarquista que se llamaba como yo y la recién publicada Tuyo es el mañana (ambas en Acantilado), sirviéndose de métodos oulipianos
La traba, la restricción y el obstáculo. Resulta imposible definir en qué consiste el OuLiPo sin pasar por esa casilla. Los autores adscritos al grupo se imponen reglas para escribir: prescindir de una vocal para firmar una novela, sustituir los sustantivos de un verso por otros situados a escasa distancia en el diccionario, inspirarse en el álgebra de Boole para firmar un poema. No es casualidad que el cofundador del grupo junto a Queneau, François Le Lionnais, además de ajedrecista y patafísico, fuera matemático, como lo siguen siendo varios de sus miembros: la inspiración en las estructuras abstractas del cálculo nunca vuela demasiado lejos. Su misión original consistió en inventar distintos tipos de restricciones, o bien rescatar otras olvidadas del pasado, y abrir así nuevas vías para la literatura.
En las conferencias sobre poesía que pronunció en Harvard en 1967, Jorge Luis Borges hizo una confesión ante su audiencia: “Yo empecé, como la mayoría de jóvenes, creyendo que el verso libre era más fácil que las formas sujetas a reglas. Hoy estoy casi seguro de que es mucho más difícil que las formas medidas y clásicas”. El OuLiPo se construye sobre esa misma convicción. No le encuentra ningún encanto a la página en blanco y no cree en el genio romántico ni en la liberación del inconsciente que persiguieron los surrealistas. La escritura automática no es lo suyo.
Para Queneau, la inspiración que consistía en obedecer ciegamente a lo que a uno se le pasa por la cabeza es, en realidad, “una esclavitud” respecto a reglas asimiladas de manera inconsciente. “Al genio inspirado y al escritor alucinado, los oulipianos oponen el modesto artesano que en su obrador manipula la lengua como materia prima”, escribe el universitario Hermes Salceda en el prólogo de Ideas potentes, primer tomo del nuevo Atlas de literatura potencial (Pepitas de Calabaza).
Un jueves lluvioso de octubre, en la Biblioteca Nacional de Francia, al oeste de la capital. Cinco señores de aspecto bonachón se suben al escenario, como suelen hacer un jueves de cada mes desde 1996, para proponer distintos juegos con la lengua a un público formado por unos 300 asistentes. Antes de dar comienzo a la sesión, Marcel Bénamou, secretario “definitivamente provisional” del grupo desde 1971, intenta explicar qué es el OuLiPo a los neófitos. “Una definición atribuida a Raymond Queneau nos asimilaba a ratas que construyen los laberintos de los que se proponen salir. Compararnos con ratas puede parecer injurioso, porque ese roedor no tiene buena prensa en la cultura occidental: destruye las cosechas y propaga epidemias. Y estarán de acuerdo en que nada se parece menos a un oulipiano…”, dice suscitando carcajadas.
Si el OuLiPo es una vanguardia, se parece poco a las demás. El grupo se define por su modestia y accesibilidad, en las antípodas de la arrogante erudición de André Breton y compañía. “Queneau, que formó parte del grupo surrealista, quedó traumatizado por el autoritarismo de Breton. Nosotros funcionamos de la manera contraria: nadie puede ser expulsado y nadie puede marcharse”, aclara el actual presidente del OuLiPo, Paul Fournel. La única manera de dimitir es “suicidarse ante notario”. “Y uno puede negarse a entrar en el grupo, pero ha sucedido pocas veces.
El caso más conocido es el de Julio Cortázar. Sus amigos le dijeron que no éramos lo suficientemente próximos al Partido Comunista”, explica Fournel. Pese a su fama de corriente apolítico, sus 10 miembros fundadores se implicaron en la Resistencia durante la invasión nazi. Le Lionnais sería deportado al campo de concentración de Dora. La clandestinidad del grupo en sus primeros años y su afición a códigos y mensajes encriptados remiten inevitablemente a ese contexto histórico.
Un lunes grisáceo de noviembre, en la plaza de Clichy, en el norte de París. Anne Garréta se prepara para pinchar discos en la ceremonia de entrega de un premio literario en una conocida brasserie. La novelista es una de las cinco mujeres integradas en el OuLiPo a lo largo de su historia. Entró en el año 2000, antes de distanciarse respecto al grupo. “Se han alejado del proyecto original. Existe una tendencia a repetir fórmulas del pasado y a utilizar las trabas como una receta de cocina. El OuLiPo no puede ser solo eso: debe encontrar nuevas formas para desarrollar el potencial de la literatura”, opina. Se marchó tras intentar cambiar el grupo desde dentro, sin éxito. “Todo intento de reforma fracasa cuando una institución envejece y se osifica.
Las mujeres sí me entendieron, pero éramos muy pocas”, lamenta. Garréta cree que, para sobrevivir, el grupo deberá resolver distintos debates que han brotado en su interior. “¿Quiere favorecer la paridad o seguir siendo un monocultivo masculino? ¿Prefiere ser un grupo de reflexión o una empresa dedicada al espectáculo?”, se interroga la escritora antes de regresar a los platos.
Ese último punto es el que genera más debate en los encuentros mensuales que el grupo realiza en privado, en los domicilios de “cinco o seis miembros con comedores suficientemente grandes”, según Fournel. Su presencia mediática, sus intervenciones públicas y su entrada en los currículos educativos han popularizado el OuLiPo hasta lo indecible. Puede que incluso demasiado. “Es un peligro quedar asociados solo a una literatura recreativa o de entretenimiento. También hay que conservar la parte dedicada a la investigación”, opina otro de sus miembros, el poeta Frédéric Forte, que entró en 2005. “El OuLiPo puede ser tan ligero como serio: en Francia nos tratan de bromistas, pero en Estados Unidos se nos considera una vanguardia experimental. Hay que mantener las dos dimensiones. Me parece bien la falta de esnobismo y arrogancia, pero odiaría que la gente creyera que mi único objetivo es hacer reír”, asegura.
Desde su posición de outsider, como él mismo se define, Martín Sánchez aporta otro punto de vista: “Puede que haya habido una sobreexposición, pero una cosa es mostrarse menos y otra regresar a los orígenes, cuando el OuLiPo fue poco menos que una sociedad secreta. Siendo un grupo que está al servicio de la literatura y de los escritores, no tendría sentido esconderse o desarrollar un trabajo oculto”. A los escépticos sobre la pertinencia de sus teorías, los integrantes del OuLiPo les recomiendan observar el arco temporal que abarca desde las reglas aristotélicas en el teatro clásico —las famosas unidades de acción, tiempo y lugar— hasta esa red social que nos obliga a escribir mensajes de menos de 140 caracteres.
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