31.12.20

Wong Kar-wai "Deseando amar" Wong Kar-wai "In the Mood for Love" 2001

"Tengo un secreto que contarte. Te irás conmigo", es parte de un diálogo de la película 2046, de Wong Kar-wai, pero bien podría ser un augurio del propio cineasta hongkonés dedicado a futuros espectadores, porque si algo puede certificar este artista es la fidelidad de sus miles de seguidores, que película a película han ido engordando hasta hacerse legión. Maestro de las pasiones contenidas y de emociones intensísimas, bandera del cine estilizado y visualmente suntuoso, ahora él es el protagonista. El ciclo Universo Wong Kar-wai, que desde hace tiempo está viajando por cines del mundo, llega ahora a España.


Coincidiendo con el veinte aniversario del estreno de la que se considera su obra maestra, Deseando amar (In the Mood for Love), se presentan, restaurados en 4k, siete clásicos contemporáneos del cineasta. Una invitación a vivir un sueño ajeno, las fantasías de este director, un artista que parece capaz de arriesgar casi cualquier cosa por conquistar la belleza del cine. Las películas se reestrenan en los Cines Renoir Princesa en Madrid y en los Cinemes Boliche de Barcelona.

Preciosa, tristísima, dolorosamente romántica, Deseando amar compitió en Cannes, donde Tony Leung ganó el premio al Mejor Actor y se convirtió en la primera estrella de Hong Kong en recibir este galardón. Aunque desde entonces, se considera como una de las "mejores películas de todos los tiempos", aquel año le ganó por la mano el danés Lars von Trier con Bailando en la oscuridad.

Ambientada en Hong Kong en 1962, es una historia de deseos y pasiones reprimidas, rotundamente estética, que, aunque quirúrgicamente diseñada en lo visual y musical, no pierde fuerza emocional. Es el relato de los deseos prohibidos de Chow y Li-zhen, vecinos de edificio que descubren que sus parejas les están siendo infieles. Entre ellos nace una relación complicada en la que duele la tensión sexual y duelen sus confesiones sobre el engaño.

"Es la película más difícil de mi carrera, porque hicimos esta película durante casi dos años, y durante la producción, tuvimos la crisis económica asiática, así que tuvimos que detener la producción, porque todos los inversores tuvieron problemas y tuvimos que encontrar nuevos inversores. Seguimos trabajando en ello y sabíamos que podíamos hacer esta película porque nos habíamos enamorado ya ella. Entonces, decidimos poner la película en Cannes, porque eso significaba una fecha límite para acabarla", confesó Wong Kar-wai a Indiewire en 2000, cuando se estrenó, I’m in the Mood for Love, cantaba Bryan Ferry en el tráiler de la película más celebrada de Wong Kar-wai, quien eligió el título precisamente por el tema del músico británico, aunque luego no se incluyera en la banda sonora. Lo que sí se oía eran los 'lamentos' de Nat King Cole –"Quizás, quizás, quizás"– catando el bolero de Oswaldo Farrés y envolviendo la atmósfera represiva, intensa, a veces asfixiante de los sentimientos prohibidos de sus dos protagonistas.

Tal vez, la elección le venía de unos años antes cuando rodó Happy Together en Latinoamérica, donde descubrió que la literatura latinoamericana y los italianos "son muy cercanos a los chinos, especialmente las mujeres: celos, pasión, valores familiares..." Eso y que Nat King Cole era el cantante favorito de su madre.

Happy Together (1997), título que nació de la canción de la banda The Turtles, ya había estado en Cannes, donde Wong Kar-wai ganó el Premio a la Mejor Dirección. Virtuosa de realización, como toda su trayectoria, aquella era una historia de amor homosexual ambientada en Argentina.

Pero los primeros pasos del cineasta se habían dado años antes, con As Tears Go By, de 1988, donde las mafias chinas y un amor ilícito de uno de los protagonistas con su prima apuntaban lo que sería el cine de este creador. El título se tomó del tema de los Rolling Stones, que tampoco se incluyó en la banda sonora. 
Solo dos años más tarde, su segunda película, Days of Being Wild, se convirtió en su primer gran éxito. 

Ambientada en la década de 1960, es una intensa historia de cien minutos en la que el protagonista sigue la historia de Yuddy, un inmoral que busca a su madre biológica y en ese viaje se enamora locamente de una mujer. Esta fue la primera colaboración de Wong con el director de fotografía Christopher Doyle, hombre clave en la identidad estética del cine del hongkonés, y el título inicial de la trilogía que luego completó con In the Mood for Love y 2046.

Wong Kar-wai le debe el salto definitivo a su colega Quentin Tarantino. Éste vio en un festival en Estocolmo su tercera película, Chungking Express (1994) y le conmovió hasta las lágrimas, según él mismo ha confesado en alguna ocasión. Fue tal el impacto que provocó en él que llegó a acosar y casi amenazó a Harvey Weinstein para que la comprara. La película se rodó en 23 días –el director escribía el guion por la mañana y rodaba por la noche– y cuenta dos historias separadas pero paralelas de dos policías con el corazón roto. La secuela de aquella historia, Fallen Angels, un año después, se rodó completamente de noche y se centraba en la figura de un asesino a sueldo.

El cierre de su famosa trilogía, 2046, una historia que se desarrolla en el futuro pero que no es ciencia ficción, concluye los títulos elegidos de este Universo Wong Kar-wai. Tres óperas occidentales, Madame Butterfly, Carmen y Tannhäuser, inspiran las tres historias que componen la película, una obra que, en palabras del cineasta, habla de las promesas. "En 1997, el gobierno de China prometió 50 años de cambio. Y creo que debería hacer una película sobre promesas", anunció cuatro años antes durante una presentación de Deseando amar.

The Grandmaster, su película más reciente, donde cuenta la historia del maestro de kung fu Ip Man, quien instruyó a Bruce Lee, y que fue manipulada por Weinstein para su estreno en EE.UU., se queda fuera del ciclo de este imprescindible del cine reciente, explorador de intensidades que ha mostrado al mundo cómo el amor puede ser divino, pero también malogrado y desgraciado.

El País

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Han pasado 20 años desde que se estrenara Deseando amar (In the Mood for Love). Casi de forma inmediata se convirtió en una película de culto y consagró a su director, Wong Kar Wai como uno de los grandes creadores contemporáneos. Se convirtió en símbolo de la modernidad cinematográfica, su estilo visual creó escuela y sus imágenes quedaron para siempre incrustadas en el imaginario colectivo cinéfilo. 

Desde su primera película, As Tears Go By (1988) y más tarde con Días salvajes (1990), Chungking Express (1994), Falling Angels (1995) y Happy Together (1997) emprendió una serie de búsquedas estéticas que de alguna manera culminarían en Deseando amar. Al igual que Jean-Luc Godard en la Nouvelle Vague, el director hongkonés decidió desde el principio apartarse voluntariamente de la narrativa tradicional, explorando otras posibilidades a través de la composición del relato en forma de puzle fragmentario, episódico y no cronológico, también utilizó los puntos de vista para desdoblar las perspectivas, la música pop como medio para trascender el significado de las imágenes y el tiempo se convirtió en una unidad totémica, capaz de condensar o dilatar una acción dependiendo de las circunstancias. 

En Deseando amar esa sensación de tiempo evanescente se encuentra presente desde el principio, pero sobre todo va adquiriendo importancia a medida que va avanzando la historia y nos damos cuenta de que, en realidad, lo que estamos viendo son solo instantes que han quedado suspendidos en la memoria del protagonista, algunos reales, otros imaginados. Una complejísima estructura en la que perderse y que le otorga a la obra una cualidad profundamente enigmática y sensitiva. 

Quizás sea esa una de las razones por la que su visionado 20 años después (gracias a su reestreno y restauración en 4K) resulta tan revelador en muchos aspectos. Tiene algo de nostalgia, pero también de epifanía. También nosotros hemos tenido esas imágenes en la recámara de nuestro subconsciente, guardadas ahí como un tesoro y con el paso del tiempo cada uno las ha integrado en sus recuerdos de la misma manera desestructurada que el cineasta las creó. 

Los ralentíes con la preciosa música de Shigeru Umebayashi (y su mítica Yumeji’s Theme), los travellings por el pasillo rojo que nos llevan a la habitación 2046, las idas y venidas de los personajes por el estrecho callejón para comprar tallarines, los estilizados vestidos (cheongsam) de Maggie Cheung, el humo de los cigarrillos de Tony Leung creando una nebulosa que se diluye, la lluvia intempestiva chocando en un farolillo de luz mortecina, las miradas expectantes, esa coreografía de roces imperceptibles en espacios diminutos, las simbólicas zapatillas bajo la cama, el juego con las imágenes en los espejos y detrás de las rejas con una cámara que espía los encuentros de los personajes, las sombras que se proyectan, el Quizás, Quizás, Quizás de Nat King Cole convertido en himno alegórico, el templo de Angkor Wat y el agujero de los secretos… La melancolía, el deseo insatisfecho, el peso de la culpa, la herida del desamor, el aliento lírico, la tristeza infinita.  

Todos esos elementos, esos detalles siempre han acompañado, de una forma u otra, a aquellos que nos dejamos arrastrar por la belleza sublime de esta película hace dos décadas. ¿Cómo volver a enfrentarse a algo que te ha marcado de forma tan profunda? 

No todas las películas sobreviven al paso del tiempo, al desgaste, a las modas. Pero Deseando amar parece pertenecer a esa escasa nómina de películas que quedan fijadas y encapsuladas sin perder ninguna de sus propiedades ni su esencia. Sigue siendo arrebatadora, de una delicadeza expresiva exquisita y turbadora y muchos de sus hallazgos continúan siendo portentosos: los encuadres a diferentes alturas, los movimientos de cámara sofisticados y envolventes de una fluidez hipnótica, sus fuera de campo y sus elipsis, la planificación secuencial en forma de danza (a veces en movimiento, otras, estática), la sensación de meticulosidad extrema, casi enfermiza, que no está reñida con la exploración de los sentimientos de una manera profunda, la fotografía de Christopher Doyle, la suntuosidad formal y el virtuosismo escénico. Maggie Cheung y Tony Leung convertidos en la esencia de la fatalidad, con todo lo que sienten y todo lo que callan.

Muchas de las películas de Wong Kar wai han girado en torno a las oportunidades perdidas, a lo que pudo ser y nunca ocurrió, a la creación de imaginarios paralelos que nos ofrezcen una vía de escape, aunque sea mental. Por eso nunca llegamos a tener claro si lo que vemos ocurrió o se trata de una recreación especulativa. El director abraza el misterio y apuesta por la forma para llegar al fondo, por la sublimación estética que desborda, a modo de Síndrome de Stendhal cinematográfico, y provoca fascinación. Como en un sueño. 

culturplaza






No hay comentarios:

Publicar un comentario