Con el declive del sistema de estudios de Hollywood, algunas de las estrellas más importantes de la época fundaron sus productoras para desarrollar sus propios proyectos. Una de ellas fue Kirk Douglas, que fundó Bryna, en honor a su madre de origen bielorruso.
De buenas a primeras, el actor se encontró con un gran problema ya que su colega Yul Brynner había desarrollado la misma historia, pero se quedó en el tintero debido a diferentes criterios artísticos e intereses económicos. En un acto de vanidad, a Kirk se le llenaba la boca al afirmar que había contratado como guionista a Dalton Trumbo, otro comunista vilipendiado y vetado debido a la caza de brujas organizada por el general McArthur. Tras salir de prisión, el actor acudió a su rescate.
Este hecho provocó que personas tan influyentes como los periodistas de cotilleos anticomunistas Walter Winchell y Hedda Hopper, capaces de destruir o enaltecer a los intérpretes, iniciaran una campaña para desprestigiar el proyecto. Pero no se salieron con la suya.
El comienzo de la producción fue problemática. Además de actuar, el laureado Laurence Olivier también quiso dirigir la película, pero no pudo lograr su sueño porque estaba haciendo teatro en Londres. Por ello se eligió a Anthony Mann, casado con Sara Montiel, pero enseguida llegaron los contras. Al realizador le daba miedo rodar escenas tumultuosas, quería aligerar el texto de Trumbo, su relación con Douglas se estaba erosionando y el rodaje iba con retraso. Como productor, Kirk no tardo en despedirle y contratar a Stanley Kubrick, que previamente le había dirigido en Senderos de Gloria (1957).
El director inglés era indomable. Exigió 150.000 dólares, la carta de libertad de Bryna, revisar el material de Mann y sustituir a Sabine Bethmann porque "no transmite emoción alguna". Este filme consagró al director inglés, pero hasta su muerte siempre consideró esta experiencia como un fracaso personal.
Douglas llamó a Jean Simmons (casada con Stewart Granger) para dar vida al personaje ficticio de Varinia que tenía que protagonizar una escena bastante subida de tono para la época. En una de las escenas tenía que salir desnuda del agua para conquistar a Espartaco y aunque la actriz británica aceptó quitarse la ropa, se contrató a una doble para que mostrara sus pechos.
Durante el rodaje, los egos de Charles Laughton y Laurence Olivier chocaron tanto que apenas se dirigieron la palabra. A pesar de ello, se comportaron como caballeros con el resto de compañeros porque, ante todo, valoraban los ademanes de gentleman inglés.
A nivel de postproducción el libro desvela una curiosidad. Los técnicos de sonido modificaron el sonido grabado en un partido de fútbol americano con 76.000 asistentes para acoplarlo en las escenas de las batallas y las masas. Y durante el rodaje en Madrid, Alcalá de Henares y Guadalajara, Franco dio permiso para que parte del Ejército español simulara a la legión romana. La espectacular escena final se rodó en Colmenar Viejo, donde cada día se reunían alrededor de 5.000 personas. Lógicamente, vestir a tanta gente hubiera costado una fortuna por lo que para economizar se decidió por fabricar ponchos de plástico de 160 cm para cubrir el cuerpo.
Esta mega producción fue víctima de la censura (código Hays y el Franquismo), por lo que para su restauración en 1991 se añadieron otros 37 minutos que había quedado resguardados en los archivos de los estudios. Entre las escenas más destacables figura la de la seducción en el baño cuando Craso (Olivier) le pregunta a su esclavo Antonino (Curtis) si le gustan las ostras o los caracoles. Una metáfora para indicar si le gustaban las mujeres o los hombres. Como Laurence Olivier había muerto, se contrató a Anthony Hopkins para que doblara su voz.
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