Soy uno de los primeros en haber reseñado a Enrique Vila-Matas en América Latina, he escrito sobre la mayoría de sus libros, lo tengo por uno de los grandes narradores contemporáneos en cualquier lengua, pero nunca lo había entendido tan claramente como lo logra Pablo Sol Mora, quien en su Diccionario Vila-Matas (Universidad Veracruzana, 2020) hace una afirmación que no puedo sino envidiar. Soy de los ingenuos que aún creen en que hay envidia de la buena y dicho así, paso a citar: “La obra de Vila-Matas es una de las pocas obras alegres de la literatura moderna. Se trata, sobra decirlo, de una alegría compleja, como la que encontramos en los Ensayos de Montaigne, producto no sólo de una buena disposición natural, sino de la reflexión y la experiencia; una alegría que no ignora los abismos de la melancolía, sino que, precisamente por conocerlos, ha decidido afirmarse como tal”.
La entrada “felicidad” me sirve para entender, insisto, el entusiasmo que su obra me ha provocado desde hace décadas. Incógnitas existenciales como los de Franz Kafka, Robert Walser o Witold Gombrowicz, las ha metabolizado Vila-Matas en una forma no exactamente de la alegría —que suele ser fugaz— sino precisamente de la felicidad. En Vila-Matas, como bien dice Sol Mora, esa felicidad es hija de la reflexión y la experiencia. La dividiría yo, a manera de bosquejo, en tres aspectos:
1) Asombro ante la luz de octubre en Barcelona, como lo descubre uno de los hermanos en Esta bruma insensata y asombro en Vila-Matas que es ajeno a toda lírica. Nadie menos poético que él. Su asombro no es una delectación morosa dada a la metáfora si se admite definición tan pobre de la poesía; es una curiosidad activa más propia del niño que desarma que del adolescente languideciendo. Por ello, en él, el espía es una variante siempre posible del escritor, como lo clasifica, también, Sol Mora en la entrada respectiva.
2) En Kassel no invita a la lógica (2014), uno de sus libros más originales, Vila-Matas, a quien le tienen sin cuidado las teorías como le ocurre a todo verdadero novelista, integra con toda facilidad al Arte Contemporáneo a una tradición de la vanguardia más o menos estable, es decir, clásica, valiéndose de los recursos, siempre finitos, de la novela.
Lo dice Sol Mora: “En Kassel no invita a la lógica, a pesar de encontrar obras que le entusiasman, el hallazgo de algo verdaderamente nuevo queda en entredicho, pero tampoco parece ser muy relevante: lo importante es más bien el afán de buscar, no renunciar a la posibilidad de innovación, no perder la esperanza de lo nuevo”.
Entiéndase así que una de las formas de la felicidad en Vila-Matas es el adanismo. Siempre, cuando todo parece dicho, hay quien (como él) encuentra la manera de nombrar nuevamente las cosas, hazaña tanto más admirable porque su repertorio (lo repito) no es otro que la modernidad de la novela. Quizá, por ello, la ausencia más conspicua en el Diccionario Vila-Matas sea la de Ramón Gómez de la Serna, quien tuvo algunos discípulos en esa América donde murió y en España, me temo, sólo a Vila-Matas. Sospecho que el blanco y negro tan bien logrado y un poquitín neorrealista, en Impostura (1984), su primera novela “canónica”, se llenó de colorido gracias al redescubrimiento, que en los años 80 y en ambas orillas del Atlántico, muchos hicimos de RAMÓN (con mayúsculas, como antaño), quien no le cantaba al circo (o al cinematógrafo), sino investigaba, literariamente, cómo funcionaban. Así Vila-Matas.
3) Si la aparición de la Historia abreviada de la literatura portátil (1985), con sus shandys, puso a Vila-Matas en la geografía literaria, en aquel libro hoy veo claro cómo esa reescritura de temas, fobias y manías no podía sino conducir a una forma de la felicidad, su nomadismo. En los de Vila-Matas, aún en sus rincones más oscuros, se respira la alegría (aquí sí aplica más propiamente la palabra) de los viajes que comienzan, sean, se entiende, también aquellos realizados “alrededor de mi cuarto”. Uniendo a Morand con Duchamp (lo señala Sol Mora), en Vila-Matas, siempre se observa, como en las viejas películas de Curtiz, al ferrocarril partiendo. Al avión que despega. A la expedición perdiéndose en el horizonte. Pocas obras encarnan a la felicidad del viajero —inmóvil o no— como la suya. Pero sus viajes están
planeados con cierto escepticismo metodológico, bien ilustrado en los célebres versos de Cavafis: importa el derrotero, no Troya. Con esa libertad de espíritu (soltar amarras), el viaje se convierte en sinónimo de felicidad.
Se notará que este Diccionario Vila-Matas en vez de someterme a un nuevo orden ha provocado en mí la improvisación, el desorden, cierto desaseo en la exposición, acaso porque el azar alfabético desconcierta, sorprende. He pensado, gracias a Sol Mora, en la felicidad como la respiración de Vila-Matas. Y haciéndolo a través del asombro no poético sino técnico, en la aceptación tradicional de lo nuevo y en la alegría de lo portátil, del viaje, he descubierto, también, otros aspectos, como el cervantismo, para mí insospechado, que el indexista le atribuye al barcelonés. O su interés cuidadoso en la prehistoria vilamatiana. Y reafirmé mi sospecha, desarrollada por Sol Mora, de la inmersión de Vila-Matas como novelista en la crítica en cuanto literatura. He echado en falta, como es natural, muchas entradas. No podía ser de otra manera.
Falta Borges junto a Bartleby (y sobra la leyenda del Bebedor santificado si no ha de ser tratada con mayor seriedad, lo dice quien dejó esa devoción), Benet Juan y Bolaño Roberto (la acogida que le dio Vila-Matas al chileno de México fue todo un capítulo en la historia abreviada de las letras de acá y las de allá); los anteriormente citados Walser y Kafka (aunque está Praga) y Gombrowicz, lo mismo que seres reales e imaginarios como Paula de Parma, Jordi Llovet, Michi Panero, Jorge Herralde, A. G. Porta (autor de un Me llamo Vila-Matas, como todo el mundo), Claudio Magris, Juan Villoro (o Juan Valera), la discoteca el Bocacchio y sus falsificaciones; el suicida Carlos Díaz Dufoo hijo, Javier Marías (¿coincidentia oppositorum?) y una novela francesa sobre Vila-Matas cuyo título no recuerdo; Ignacio Martínez de Pisón, la plaza de la Conchita en Coyoacán y Pessoa, pues tan importante es para Vila-Matas su Lisboa como antes lo fue Marguerite Duras (parcialmente ausente) para su París. A esta primera edición, conociendo el celo de lector y el entusiasmo filológico de Sol Mora, vendrá alguna otra, no sólo multiplicando entradas y limando la prosa (a veces un poco áspera), sino levantando un aparato biohemerográfico que ningún daño le hará al feliz lector de Vila-Matas.
Un diccionario está condenado a ser un work in progress, un artefacto —aun en la mente— colectivo, una cosa probablemente infinita, aún más (si ello es posible) tratándose de la obra (esa sí) abierta, de un escritor vivo. Mientras ello ocurre, que habrá de suceder, no puedo sino agradecerle a Pablo Sol Mora la iniciativa, el principio del viaje, o más bien, que haya permitido que el tren de Enrique Vila-Matas se haya detenido, una vez más, a las puertas de mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario