9.2.16

John Fante "Pregúntale al polvo" 1939 prólogo que Bukowsky

Pregúntale al polvo es, probablemente, la mejor novela de John Fante; la mejor escrita, aquella en donde las estampidas vitales del autor adquieren su forma más coherente. Pero – y sobre todo – Pregúntale al polvo es una novela en donde se exacerba hasta el extremo la delirante sensación de la vida en dos niveles diferentes e inseparables a la vez: por un lado la vida como institución, como evento accidental y eterno; por el otro la vida moderna como apoteosis del rasgo psicótico de vivir.
La novela trata sobre las miserables peripecias de Arturo Bandini, reconocido alter ego de Fante, durante la adultez temprana. Se trata de la continuación de Espera a la primavera Bandini, primera novela de Fante en la que se registra la infancia del personaje. Pero se trata de una novela escrita “dos veces”, si es que cabe el término: en 1936 Fante entregó su primer manuscrito, que fue rechazado; la novela era Camino de Los Ángeles.Ambas obras se ocupan del mismo período en la vida de Bandini, y si bien no son idénticos los argumentos de las novelas, sí resulta transparente el trabajo de Fante en su escritura, la búsqueda de su estilo, la evolución literaria que se da de una novela a la otra.

En el afamado prólogo que Bukowsky escribió para las reediciones de Pregúntale al polvo, en el cual sindica a Fante como la piedra fundamental de su visión literaria, observa: “He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia”.

Y, como también señala Bukowsky, esa inhibición se labra a partir del contrapunto esquizoide por el que se rige Bandini en lo emocional.

Bandini no comparte la temeridad de otros personajes cercanos en la literatura norteamericana del último siglo; Bandini no es Gatsby ni Henry Chinasky ni Sal Paradise; Bandini es un esquizofrénico más o menos inocuo que se parapeta en la artimaña del yo egocéntrico para mantener tiesas las riendas de la propia vida en comunidad.

“¿Resucitan los muertos? Los libros dicen que no, la noche grita que sí. Tengo veinte años, he alcanzado la edad de la razón, estoy a punto de meterme por las calles de abajo, en busca de una mujer. ¿Está ya mancillada mi alma? ¿Doy media vuelta? ¿Me vigila algún ángel? ¿Calman mis temores las plegarias de mi madre? ¿Me turban las plegarias de mi madre?”

Bandini, como tantos otros hombres de principios del siglo pasado, fue “preparado” para un mundo que ya no existía a la hora de medirse con él. Dios ya no era Dios, el amor ya no era amor, la soledad ya no guardaba nada de solitaria.

La diferencia entre Bandini y los demás – al menos la que el propio Bandini se encarga de recalcar – es que él sabe de la estafa, conoce del historicismo enloquecido de la cultura moderna y, consecuentemente, despliega una estrategia para preservarse. Una estrategia esquizoide basada en la ciclotimia del propio mundo, en la perversidad del género humano y en el látigo de la culpabilidad cristiana.

“Sigue pues andando por Bunker Hill, amenaza al cielo con el puño, sé qué piensas, Bandini. Imágenes de tu padre ante ti, un latigazo en la espalda, fuego y lava en el cráneo, que la culpa no es tuya: esto es lo que piensas, que naciste pobre, en el seno de una familia de campesinos pobres, obligado por la pobreza, obligado a huir del pueblo de Colorado en que naciste porque eras pobre, vagabundeando por las cloacas de Los Angeles porque eres pobre, esperando escribir un libro que te haga rico, porque los que te detestaban allá en Colorado dejarán de detestarte si escribes un libro. Eres un cobarde, Bandini, un traidor a tu propia alma, un embustero de pena ante ese Jesucristo tuyo que llora. Por eso escribes, por eso sería mejor que te murieras.”

Claro que la estrategia, como se puede notar, se le va de las manos a Bandini en varias ocasiones. Al igual que ocurre con todas las estrategias, vale decirlo. Bandini se convierte entonces – y aquí está todo el chiste – en víctima y victimario de su propia estrategia, en un espectro moral que marcha por la vida para puntear a los demás con los estiletes más oscuros de sus propias almas hasta incitarlos tanto como para que ellos puedan devolverle el favor.

Un rasgo interesante de esta conducta se observa en la ponderación que Bandini tiene de sí mismo en un plano – por llamarlo de alguna manera – socio-étnico. El racismo norteamericano es algo de lo que ya tuvimos muchas noticias y Bandini lo experimenta desde pequeño. El insulto de “¡Macarroni!” con que nos topamos a cada página en Espera a la primavera, Bandini da la pauta de ello. Y también la furia del propio Bandini, norteamericano nativo, ante la ofensa.

Es por eso que el Bandini adulto se dedica a humillar mexicanas o a mancillar inválidos en Pregúntale al polvo. Pero a su vez, esa tibia y vil superioridad de escritor oriundo y publicado no le basta frente al fantasma de la clase alta en una sociedad fracturada. Bandini, tal vez a su pesar, prefiere quedarse del bando de los desangelados.

“Los he visto salir haciendo eses de sus palacios de cine, entornar sus ojos vacíos ante la realidad de todos los días, volver a casa tambaleándose para leer el Times, para saber qué pasa en el mundo. He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, comido su comida, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y odian a mi padre, y al padre de mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol y en el polvo tórrido del camino, y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas y de amor por mi patria y mi época, y cuando te llamo sudaca y aceitosa, no te lo digo con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento vergüenza por el daño que te he hecho” .

 “Pero en la parte baja, en Main Street, Towne y San Pedro y en los dos últimos kilómetros de Fifth Street vivían decenas de miles de ciudadanos distintos; no tenían para comprarse gafas de sol ni jerseys deportivos aunque fueran baratos, y se ocultaban durante el día en las callejas y por la noche se metían en pensiones de mala muerte. Ningún policía de Los Angeles detenía por vagancia a nadie que llevase jersey deportivo y gafas de sol. Pero no dudaba en perseguir al que llevase los zapatos cubiertos de polvo y un jersey grueso como los que se llevan en los países fríos. De modo, chicos, que ya podéis compraros un jersey deportivo, unas gafas oscuras y unos zapatos blancos; si podéis. Integraos en algún club o sociedad. De todos modos no tenéis escapatoria. Al cabo de un tiempo, tras ingerir dosis masivas del Times y el Examiner, también vosotros la querréis correr en el soleado sur. Comeréis hamburguesas año tras año y viviréis en pisos y hoteles polvorientos e infestados de bichos, pero todas las mañanas veréis el sol maravilloso, el sempiterno azul del cielo, y las calles estarán llenas de mujeres provocativas que no poseeréis jamás, y las tórridas noches cuasitropicales os hablarán de historias de amor que no viviréis nunca; pero no os preocupéis, muchachos, seguiréis estando en el paraíso, en la tierra del sol.”

“Sabía ya la causa de mi conmoción. Se trataba de una cruz blanca muy grande que me apuntaba al cerebro y me decía que yo era un idiota porque me iba a morir y no podía hacer nada por impedirlo. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Un pecado mortal, Arturo. No cometerás actos impuros. Y allí estaba, insistente hasta el final, convenciéndome de que no había forma de escapar de lo que había hecho. Yo era católico. Había cometido un pecado mortal con Vera Rivken”

Bandini traza en el aturdimiento de sus peripecias una mueca ambigua, oscilante entre el cinismo y el terror. En él se agitan las cifras de un mundo oscurantista y también las del mundo moderno, libre, repleto de escaparates y de un placer ágil que el propio Bandini no puede tolerar. Emancipador y reaccionario, calavera y puritano, bohemio y racista, la esquizofrenia y la cruz. Bandini, al menos en esto, no se aleja de la mayoría de los hombres de este mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario