La obra maestra de la primera etapa de King Crimson. Así de claro y así de sencillo. Tras tres discos de acertada evolución, este cuarto es el summum: todo lo que en los tres anteriores era improvisación y experimentos vanguardistas (progresivos) a medio madurar, aquí maduran acertadamente. Y por múltiples vías..............
De la anterior formación queda Fripp, y Sinfield, que entona el canto del cisne con este monumental elepé. La formación: Fripp, Wallace, Burrell (¡qué otro buen cantante!) y Mel Collins (ya como miembro con pleno derecho), es un potaje de armas tomar. Al menos en directo: fuerza, brutalidad y consistencia.
Porque en estudio realizaron este disco tan frágil, tan bello, tan duro, tan sublime que agota los adjetivos.
Realmente no acaba de cuajar esta divergencia entre el estudio y el vivo, ni aquí ni en toda la carrera de King Crimson. Hecho que se puede llegar a entender ya que en estudio contaron la inestimable colaboración del piano de Tippett, el oboe de Miller, el corno de Charig y el bajo de Miller, junto a la soprano Paulina Lucas.
Una obra exquisita, unitariamente conceptual pero tan variada que es un aldabadonazo a todo el rock sinfónico de la época. Suponemos que debió dejar en ridículo a todo lo que en su época se editaba. En España fue el segundo disco del grupo en ver la luz (tras In the Court...), y dicen que las reacciones y la conmoción fueron brutales.
Evidentemente: de casi sucesores de The Moody Blues a crear unas composiciones inusuales para la época, impredecibles, plagadas de todo tipo de arreglos increíbles: cuando no aparece el saxo, la soprano, cuando no un solo de guitarra, después una voz rota.
Demasiado para el espíritu. La inmensa Formentera Lady que abre el disco ya rehúye los inicios violentos de los otros discos. Una balada perfecta, una sección de cuerda brutal, una soprano que se mezcla con los instrumentos, unos arreglos monstruosos, y que acaba cuando empieza otra pieza instrumental increíble: Sailor’s Tale: todo un clásico capaz de dejar boquiabierto al más avezado en estas lides sonoras, una progresión sonora capaz de epatar a cualquiera, y que señala de qué era capaz Fripp (como ya hizo en Big
Top, en Lizard) y que anticipa de qué sería capaz en años futuros; no más atrás le van los otros músicos (citemos al menos a Mel Collins). The Letters, que cierra la cara A, es la típica canción de King Crimson que se pierde por los surcos del disco comparada con el resto de gemas que contiene el álbum: preciosa canción, lírica e intensa, que recuerda mucho baladas anteriores del grupo, pero con unos arreglos violentos y sublimes, y la guitarra de Fripp lacerando oídos.
Ladies of the Road abre la cara B: si Cat Food no cuadraba con el resto de su álbum, esta canción es más de lo mismo, a lo que hay que añadir que es casi todo un homenaje a los Beatles. Prelude: Song of the Gulls es el clasicismo de Bolero, una pieza que firmaría cualquiera conjunto de cámara barroco o del siglo XIX (yo aquí me pierdo), y que nos retrotrae también a la utilización de Mars en Poseidon y en los conciertos de 1969, y a la de Prism en los conciertos de 1995 (!). Islands es la balada más sencilla, intensa, magistral, única de casi toda la historia del grupo: cada vez que la escucho siento lo mismo: vértigo, mareos...: la voz de Burrell desaparece, el piano marca la melodía, el melotrón suena al fondo, la batería se insinúa, los metales nos elevan. (Y la misteriosa coda...)
Uno de los álbumes más bellos de King Crimson, que compila, pule y hace brillar todos los tanteos de los tres anteriores álbumes. Una cima que hacía presagiar que lo que vendría después tendría que ser otra cosa. Otro álbum para llorar de emoción.
Una obra exquisita, unitariamente conceptual pero tan variada que es un aldabadonazo a todo el rock sinfónico de la época. Suponemos que debió dejar en ridículo a todo lo que en su época se editaba. En España fue el segundo disco del grupo en ver la luz (tras In the Court...), y dicen que las reacciones y la conmoción fueron brutales.
Evidentemente: de casi sucesores de The Moody Blues a crear unas composiciones inusuales para la época, impredecibles, plagadas de todo tipo de arreglos increíbles: cuando no aparece el saxo, la soprano, cuando no un solo de guitarra, después una voz rota.
Demasiado para el espíritu. La inmensa Formentera Lady que abre el disco ya rehúye los inicios violentos de los otros discos. Una balada perfecta, una sección de cuerda brutal, una soprano que se mezcla con los instrumentos, unos arreglos monstruosos, y que acaba cuando empieza otra pieza instrumental increíble: Sailor’s Tale: todo un clásico capaz de dejar boquiabierto al más avezado en estas lides sonoras, una progresión sonora capaz de epatar a cualquiera, y que señala de qué era capaz Fripp (como ya hizo en Big
Top, en Lizard) y que anticipa de qué sería capaz en años futuros; no más atrás le van los otros músicos (citemos al menos a Mel Collins). The Letters, que cierra la cara A, es la típica canción de King Crimson que se pierde por los surcos del disco comparada con el resto de gemas que contiene el álbum: preciosa canción, lírica e intensa, que recuerda mucho baladas anteriores del grupo, pero con unos arreglos violentos y sublimes, y la guitarra de Fripp lacerando oídos.
Ladies of the Road abre la cara B: si Cat Food no cuadraba con el resto de su álbum, esta canción es más de lo mismo, a lo que hay que añadir que es casi todo un homenaje a los Beatles. Prelude: Song of the Gulls es el clasicismo de Bolero, una pieza que firmaría cualquiera conjunto de cámara barroco o del siglo XIX (yo aquí me pierdo), y que nos retrotrae también a la utilización de Mars en Poseidon y en los conciertos de 1969, y a la de Prism en los conciertos de 1995 (!). Islands es la balada más sencilla, intensa, magistral, única de casi toda la historia del grupo: cada vez que la escucho siento lo mismo: vértigo, mareos...: la voz de Burrell desaparece, el piano marca la melodía, el melotrón suena al fondo, la batería se insinúa, los metales nos elevan. (Y la misteriosa coda...)
Uno de los álbumes más bellos de King Crimson, que compila, pule y hace brillar todos los tanteos de los tres anteriores álbumes. Una cima que hacía presagiar que lo que vendría después tendría que ser otra cosa. Otro álbum para llorar de emoción.
Antoni Mateu.
1.-Formentera lady. (Fripp, Sinfield). 5’20
2.-Sailors tale. (Fripp) 12’29
3.-The letters.(Fripp, Sinfield) 4’32
4.-Ladies of the road. (Fripp, Sinfield) 5’32
5.-Prelude: Songs of the gulls.(Fripp) 4’15
6.-Islands. (Fripp, Sinfield) 9’16
1.-Formentera lady. (Fripp, Sinfield). 5’20
2.-Sailors tale. (Fripp) 12’29
3.-The letters.(Fripp, Sinfield) 4’32
4.-Ladies of the road. (Fripp, Sinfield) 5’32
5.-Prelude: Songs of the gulls.(Fripp) 4’15
6.-Islands. (Fripp, Sinfield) 9’16
Robert Fripp – Guitarra, melotrón
Peter Sinfield - Letras y diseño gráfico
Boz Burrell – Bajo y voz
Mel Collins – Saxofón y flauta
Ian Wallace – Batería
Paulina Lucas – Voz de soprano
Keith Tippett – Piano
Robin Miller – Oboe
Marc Charig – Corneta
Harry Miller – Contrabajo
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