Sin dudas se trata de uno de los mejores álbumes de Robert Crumb, hoy encumbrado como una de las figuras fundamentales del cómic de todos los tiempos, pero que nadie se equivoque: también él las ha pasado canutas en lo que a asuntos de faldas se refiere. Pero entonces llegaron los años sesenta, y gracias a sus comics inspirados en el LSD, Crumb se vio de pronto sobresaliendo como héroe del underground.
Como sucede siempre, con el triunfo, la fama y la popularidad llegaron un tropel de señoras fascinadas por su obra y su persona. ¿Quién en su sano juicio le haría ascos al desenfreno servido en bandeja de plata? Pero todo tiene consecuencias, claro. Este álbum recoge algunas de ellas
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