El octavo disco largo de los Beatles fue grabado en un momento especialmente dulce de su carrera: acababan de decidir, por unanimidad, abandonar las giras y centrarse en grabar discos; podían entrar en los estudios de Abbey Road a grabar lo que quisieran y cuando quisieran.
Aún vivía Brian Epstein, verdadero amigo e impulsor de su carrera, que los mantenía unidos, y se hallaban, en definitiva, inmersos en un universo pleno de éxito, fiestas, sexo, drogas alucinógenas y reconocimiento casi unánime por parte de todos los sectores que, aunque no podía terminar de otra manera que haciendo explosión en cualquier momento, todavía les brindó unos años álgidos de inspiración y de concentración disciplinada en su trabajo.
En estas circunstancias se grabó uno de los discos más geniales, redondos e influyentes que ha dado la música popular, cuya estela perdura y tiene visos de seguir perdurando indefinidamente, de generación en generación.
La canción homónima que abre el disco es una especie de "jirón" del medio frustrado carácter conceptual que McCartney pretendía dar al disco entero, y nos mete de lleno en lo que parece que va a ser simplemente un disco de rock bastante energético.
Sin embargo, la entrada paulatina de elementos como aplausos y risas enlatadas, coros amplios o secciones de trompas nos empieza a sacar de la cabeza cualquier idea preconcebida. Cuando el final de la canción (cuya letra anuncia algo, una actuación) da paso a la melancolía de Ringo en With a little help from my friends, un alegato a la amistad y el buen rollo cuya música parece brotar como el agua del final del tema anterior, ya no cabe duda: estamos ante un monstruo de muchas cabezas recién ensillado.
Nos vamos de viaje. Y a todo esto falta por manifestarse todavía el mismísimo John Lennon, que hace su aparición en ese mismo instante. La llegada de Lucy in the sky with diamonds (esa mítica alusión al LSD) podría tomarse como un cambio de esquemas que no pega del todo, una especie de "disidencia" interna por parte del aguardentoso e inquietante Lennon… si no fuera porque las dos primeras canciones han dejado el ambiente preñado de una solidez tan mágica y particular que, contra todo pronóstico, cabe en adelante pensar en el disco como en un todo a pesar de sus constantes golpes de timón.
Pasada la tormenta de alucinaciones de Lucy, McCartney vuelve a tomar las riendas y, siempre contrapesado por las maquiavélicas y agudas maquinaciones del difícil Lennon, nos regala con Getting better y Fixing a hole un nuevo rato de alegría pura y exultante, que desemboca en la triste y sensible historia de She’s leaving home.
En este momento la participación de Lennon se torna crucial, no sólo porque aportó un nuevo ángulo de visión en el estribillo, sino porque, terminada la canción, es él quien nos saca de allí amablemente, disolviendo la tristeza de la historia a base de zambullirla de nuevo en un barril de LSD puro: Being for the Benefit of Mr. Kite! no es más que un juego, un experimento sonoro cuya inspiración brotó de un simple cartel que vio Lennon, y que es uno de los mayores aciertos de este disco.
La melodía serpenteante, concisa y maravillosa de esta canción, aparte de su redondez mágica propia de los más grandes, tiene un no sé qué irónico, lúcido y chistoso, que le confiere un aire maligno pero a la vez curativo.
La cara B se regodea en el ambiente ya creado, y nos va llevando de aquí para allá con un abanico de contrastes aún mas marcado. Un George Harrison por fin plenamente empapado de pasión por el hinduismo y por el sitar, instrumento que ya había empezado a chapurrear bajo la tutela del gran gran Ravi Shankar, nos propone zambullirnos en la escucha de Within you without you que, aunque quizá sea el corte más plomizo del disco, engarza mágicamente con el resto.
No en vano estamos ya hipnotizados. Y es que en Sargent Pepper’s, cualquier canción compuesta por un genio bajo el peso de grandes cogollos de marihuana, y que dijera cosas más o menos enérgicas, bonitas o positivas, no estaba de más.
Así son todas, así quedaron. Quien tenga "soniquete", que lo repita si puede. Poco tardamos en sacudirnos el "plastón" hindú: llega de nuevo McCartney con la caballería. La amabilidad de When I’m sixty four y la brillante ironía de Lovely Rita (canción en la que tira los tejos con elegancia a una tipa que le había puesto una multa por aparcar mal o algo así) nos ponen de nuevo en nuestro sitio, sonrientes, felices y con la mirada rumbo a quién sabe dónde.
Los coros de Lovely Rita miran de nuevo al cielo, llevan ese sello Beatle que suena como si te subes el Everest a buen paso mientras roes sin descanso barritas energéticas. Y aquí llega de nuevo Lennon con Good morning good morning, una especie de descacharrante y animada cuadratura del círculo en la que la musicalidad más exquisita y natural no está reñida con los cambios de compás más inesperados.
Buenos días, buenos días… ¡BUENOS DÍAS!, nos dice sin perder su flema inglesa. No sabe uno bien de quién se está riendo, pero desde luego se debió partir el pecho a gusto mientras la inventaba. Hasta aquí llega el disco, porque tanto esta canción como las otras dos que la siguen pueden ser un perfecto broche de oro.
Pero no renunciaron a ninguna de las tres (menos mal) y las colocaron en fila india y en perfecto orden lógico. Tras Good morning llega el cierre natural: la segunda parte de Sargent Pepper’s, que remata la (supuestamente) fallida faena conceptual de McCartney y se puede escuchar como quien ve pasar los títulos de crédito mientras hace un repaso de la suculenta película que ya toca a su fin.
Pero las luces del cine no se apagan, porque esta obra maestra merece un final apoteósico. Señoras y señores, aquí llega A day in the life, una monstruosidad de canción apañada a partir de sendos "trocitos" de tema, primero uno de Lennon y luego otro de McCartney, con los cuales no sabían que hacer sus respectivos autores, y que fueron diabólicamente unidos a huevo puro, empastándolos mediante un arreglo orquestal grandilocuente que te deja sin habla.
El famoso arreglo no es más que un crescendo lento en el que los instrumentos van tocando notas cada vez más agudas, subiendo de semitono en semitono. Se repite dos veces: la primera sirve para separar las intervenciones de los dos genios, y la última, más incisiva, va en busca de un majestuoso y extenso acorde conclusivo en el que se concentra todo lo escuchado hasta el momento.
Si en muchas ocasiones el "truco" de la música consiste en elevar la tensión hasta un punto poco tolerable y resolver por fin con una distensión liberadora, pocos ejemplos de este método pueden servir de una manera tan plena, tan clara como éste.
Así termina la que para muchos es la obra cumbre de los Beatles, pues si bien quedaban todavía tres o cuatro exquisitos platos que degustar antes del temido fin, que quizá fueron mejores aún en algún sentido, ninguno fue ya tan redondo, tan prieto y homogéneo (¡sin serlo en realidad!) como Sargent Pepper’s.
Eso sí, debe ser escuchado entero, con tiempo y en paz. Nada es indivisible en este mundo, como dijo Jack el Destripador, pero cosas como ésta merecen ser consideradas como un todo. Vale la pena.
Nota: por cierto, quedaron fuera del LP dos grandísimos temas que salieron aparte en single: Strawberry fields forever (del Lennon más lisérgico) y Penny Lane, del McCartney más "Willy Fog". Imprescindibles ambas también.
Sin embargo, la entrada paulatina de elementos como aplausos y risas enlatadas, coros amplios o secciones de trompas nos empieza a sacar de la cabeza cualquier idea preconcebida. Cuando el final de la canción (cuya letra anuncia algo, una actuación) da paso a la melancolía de Ringo en With a little help from my friends, un alegato a la amistad y el buen rollo cuya música parece brotar como el agua del final del tema anterior, ya no cabe duda: estamos ante un monstruo de muchas cabezas recién ensillado.
Nos vamos de viaje. Y a todo esto falta por manifestarse todavía el mismísimo John Lennon, que hace su aparición en ese mismo instante. La llegada de Lucy in the sky with diamonds (esa mítica alusión al LSD) podría tomarse como un cambio de esquemas que no pega del todo, una especie de "disidencia" interna por parte del aguardentoso e inquietante Lennon… si no fuera porque las dos primeras canciones han dejado el ambiente preñado de una solidez tan mágica y particular que, contra todo pronóstico, cabe en adelante pensar en el disco como en un todo a pesar de sus constantes golpes de timón.
Pasada la tormenta de alucinaciones de Lucy, McCartney vuelve a tomar las riendas y, siempre contrapesado por las maquiavélicas y agudas maquinaciones del difícil Lennon, nos regala con Getting better y Fixing a hole un nuevo rato de alegría pura y exultante, que desemboca en la triste y sensible historia de She’s leaving home.
En este momento la participación de Lennon se torna crucial, no sólo porque aportó un nuevo ángulo de visión en el estribillo, sino porque, terminada la canción, es él quien nos saca de allí amablemente, disolviendo la tristeza de la historia a base de zambullirla de nuevo en un barril de LSD puro: Being for the Benefit of Mr. Kite! no es más que un juego, un experimento sonoro cuya inspiración brotó de un simple cartel que vio Lennon, y que es uno de los mayores aciertos de este disco.
La melodía serpenteante, concisa y maravillosa de esta canción, aparte de su redondez mágica propia de los más grandes, tiene un no sé qué irónico, lúcido y chistoso, que le confiere un aire maligno pero a la vez curativo.
La cara B se regodea en el ambiente ya creado, y nos va llevando de aquí para allá con un abanico de contrastes aún mas marcado. Un George Harrison por fin plenamente empapado de pasión por el hinduismo y por el sitar, instrumento que ya había empezado a chapurrear bajo la tutela del gran gran Ravi Shankar, nos propone zambullirnos en la escucha de Within you without you que, aunque quizá sea el corte más plomizo del disco, engarza mágicamente con el resto.
No en vano estamos ya hipnotizados. Y es que en Sargent Pepper’s, cualquier canción compuesta por un genio bajo el peso de grandes cogollos de marihuana, y que dijera cosas más o menos enérgicas, bonitas o positivas, no estaba de más.
Así son todas, así quedaron. Quien tenga "soniquete", que lo repita si puede. Poco tardamos en sacudirnos el "plastón" hindú: llega de nuevo McCartney con la caballería. La amabilidad de When I’m sixty four y la brillante ironía de Lovely Rita (canción en la que tira los tejos con elegancia a una tipa que le había puesto una multa por aparcar mal o algo así) nos ponen de nuevo en nuestro sitio, sonrientes, felices y con la mirada rumbo a quién sabe dónde.
Los coros de Lovely Rita miran de nuevo al cielo, llevan ese sello Beatle que suena como si te subes el Everest a buen paso mientras roes sin descanso barritas energéticas. Y aquí llega de nuevo Lennon con Good morning good morning, una especie de descacharrante y animada cuadratura del círculo en la que la musicalidad más exquisita y natural no está reñida con los cambios de compás más inesperados.
Buenos días, buenos días… ¡BUENOS DÍAS!, nos dice sin perder su flema inglesa. No sabe uno bien de quién se está riendo, pero desde luego se debió partir el pecho a gusto mientras la inventaba. Hasta aquí llega el disco, porque tanto esta canción como las otras dos que la siguen pueden ser un perfecto broche de oro.
Pero no renunciaron a ninguna de las tres (menos mal) y las colocaron en fila india y en perfecto orden lógico. Tras Good morning llega el cierre natural: la segunda parte de Sargent Pepper’s, que remata la (supuestamente) fallida faena conceptual de McCartney y se puede escuchar como quien ve pasar los títulos de crédito mientras hace un repaso de la suculenta película que ya toca a su fin.
Pero las luces del cine no se apagan, porque esta obra maestra merece un final apoteósico. Señoras y señores, aquí llega A day in the life, una monstruosidad de canción apañada a partir de sendos "trocitos" de tema, primero uno de Lennon y luego otro de McCartney, con los cuales no sabían que hacer sus respectivos autores, y que fueron diabólicamente unidos a huevo puro, empastándolos mediante un arreglo orquestal grandilocuente que te deja sin habla.
El famoso arreglo no es más que un crescendo lento en el que los instrumentos van tocando notas cada vez más agudas, subiendo de semitono en semitono. Se repite dos veces: la primera sirve para separar las intervenciones de los dos genios, y la última, más incisiva, va en busca de un majestuoso y extenso acorde conclusivo en el que se concentra todo lo escuchado hasta el momento.
Si en muchas ocasiones el "truco" de la música consiste en elevar la tensión hasta un punto poco tolerable y resolver por fin con una distensión liberadora, pocos ejemplos de este método pueden servir de una manera tan plena, tan clara como éste.
Así termina la que para muchos es la obra cumbre de los Beatles, pues si bien quedaban todavía tres o cuatro exquisitos platos que degustar antes del temido fin, que quizá fueron mejores aún en algún sentido, ninguno fue ya tan redondo, tan prieto y homogéneo (¡sin serlo en realidad!) como Sargent Pepper’s.
Eso sí, debe ser escuchado entero, con tiempo y en paz. Nada es indivisible en este mundo, como dijo Jack el Destripador, pero cosas como ésta merecen ser consideradas como un todo. Vale la pena.
Nota: por cierto, quedaron fuera del LP dos grandísimos temas que salieron aparte en single: Strawberry fields forever (del Lennon más lisérgico) y Penny Lane, del McCartney más "Willy Fog". Imprescindibles ambas también.
Cara 1
1. «sargento. Peppers Lonely Hearts Club Band »
2. «Con un poco de ayuda de mis amigos»
3. «Lucy en el cielo con diamantes»
4. «Getting Better»
5. «La fijación de un orificio»
6. «Ella está yendo a casa»
7. «Estar en beneficio del Sr. Kite!»
Cara 2
1. «Dentro You Without You» (Harrison)
2. «Cuando soy sesenta y cuatro»
3. «Lovely Rita» McCartney
4. «Buenos días Buenos días»
5. «sargento. Lonely Hearts Club Band de Pepper (Reprise) »
6. «Un día en la vida» Lennon y McCartney 05:33
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