Curzio Malaparte (1898-1957) pertenece por méritos propios a ese restringido grupo de autores europeos del pasado siglo que aplicaron su indiscutible talento a irritar a tirios y troyanos. Un escritor que, como Céline o Drieu de la Rochelle, por ejemplo, atrajo las iras y descalificaciones de la gran mayoría de los intelectuales de su tiempo. Sin embargo, su vida y su obra son lo suficientemente extremas y complejas como para evitar descalificaciones apresuradas.
Malaparte se afilió en los años veinte al emergente Partido Fascista italiano, si bien en la Primera Guerra Mundial había combatido con el Ejército francés y su Legión Extranjera. Fue expulsado de la organización por su temprana, e insólita entonces, crítica a la ortodoxia mussoliniana.
Como corresponsal de guerra irritó también a los alemanes y después a los norteamericanos. Al final de su vida declaró públicamente su simpatía por el comunismo chino y el catolicismo. Fue un gran provocador que además escribió un gran texto sobre los horrores de la guerra: Kaputt, en 1944, y otro, espléndido, sobre la miseria y grandeza de la posguerra: La piel (1949), visión sarcástica y brillante de la vida cotidiana de la recién asolada y liberada Nápoles,
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