¿Te consideras una show-woman al uso?
Me considero una cómica inclasificable, y escritora. Llevo quince años escribiendo sobre mis experiencias, luego les doy la vuelta y las convierto en comedia. Lo que no me considero es actriz porque las actrices hacen lo que otros escriben. Yo hago lo que ideo. Es importante para mí, porque lo que ideo es parte de mi identidad. Por otra parte, tampoco sé si soy buena actriz, la verdad. Aunque en Estados Unidos trabajé en clubs de comedia, pero también cantaba, tocaba el piano y bailaba.
Los clubs de comedia en Estados Unidos son muy boys club y muy rancios, llenos de alcohólicos, cómicos amargados, tíos con muy mal rollo hacia las mujeres y algo de misoginia… No ocurría así en todos los clubs de comedia, pero en general no me gustaba el ambiente, era demasiado deprimente.
Cuando llegué a Los Ángeles, una ciudad más comercial a la que la gente acude porque quiere trabajar en cine o televisión, yo hacía mis cosas raras, comedia alternativa de teatro y cabaret y acabé en el sótano olvidado de un hotel de la cadena Ramada, justo al lado de Hollywood. Tuve la suerte de tener un manager estupendo y me dejaron hacer un show cada domingo, allí en ese sótano fue donde realmente empezó todo.
De Estados Unidos a Barcelona. ¿Qué te ha prendado de los españoles para quedarte a vivir aquí?
Bueno, más adelante, y gracias a Internet, conocí a César Martín (mi actual marido), un periodista de la revista de música Popular1 que quería entrevistarme y con el que empecé teniendo una amistad. Yo estaba recién divorciada, vivía en un piso ilegal al lado de una gasolinera y justo encima de dos clínicas de radiografías muy poco saludables, detrás de un restaurante mexicano, rodeada de homeless que intentaban atracarme con cierta frecuencia y volviéndome loca…
Finalmente me invitó a conocer Barcelona y me gustó tanto que me quedé a vivir. Llevo aquí desde el 2004. Empecé haciendo un musical en el Llantiol, un café teatro de Barcelona, porque no sabía hacer monólogos en español. Pero, además, la gente en España es más humana y menos distante que en Estados Unidos, y me gusta la siesta.
¿Por qué decides crear algo como el anti-karaoke?
Tiempo después de llegar a España, sufrí el síndrome de Ulises, el síndrome que sufren todos los inmigrantes que se sienten perdidos y sin fuertes conexiones. Me sentí deprimida y sola. No había escena, pero tampoco había colegas. Especialmente, en Barcelona, todo es muy mainstream y faltaba algo de creatividad. Para salir de ese agujero decidí hacer un festival, el “Open Mic” (micro abierto), que invitaba a cualquier persona a subir al escenario y hacer lo que quisiera.
Fue todo un éxito, tuvimos drag-queens, mimos, incluso vino un showman paquistaní que cantó canciones folclóricas de su país… Todo esto duró un año. Luego, tuve otra idea, hacer un karaoke teatral con gente amateur, canciones rock y yo misma de maestra de ceremonia. Así empezó el anti-karaoke, en el teatro Llantiol, pero el dueño no acababa de entenderlo y mudamos el espectáculo a la sala Sidecar. Luego llegó la sala El Sol de Madrid.
¿Te consideras diva o anti-diva?
Soy una diva subterránea, una diva de las cloacas. Hay que rockear con el material disponible y hacerlo lo mejor que se pueda en esas circunstancias. Para mí la meta no es la tele, ni que me vean miles de personas en un programa chungo que ni aguanto ver. Lo que me motiva es estar con público en directo, en mi propio espacio, con mi propio show… Me gusta crear una escena y que la gente acuda a verme gracias a que se corre la voz. Todo tiene que ser orgánico.
Por cierto, ¿se puede ser feliz todo el tiempo, tal y como anuncia tu último espectáculo?
Realmente, el título es un truco cínico para poner culos en las butacas. Es totalmente sarcástico.
¿Quiénes son tus referentes? ¿En qué o quién te inspiras para crear?
Mi inspiración es la música, me gustan los entertainers clásicos como Liza Minnelli, una artista que me ha inspirado mucho en mi trabajo. Aunque yo soy post-glamour, post-diva, siempre me ha gustado la posibilidad de crear un show con el fin de fabricar alegría donde no la hay.
¿Cuáles son tus caracterizaciones favoritas?
Bueno, soy una gran fan de la Duquesa de Alba, la interpreto con un velo en la cabeza y cantando “I wanna be your dog” de Iggy and The Stooges, pero también me gusta Madonna y Axl Rose (front man del mítico Guns N’Roses)… A la que no interpretaría nunca sería a Carmen de Mairena, sería un sacrilegio. Ella ya es una diva en sí misma.
A la hora de plantearte un espectáculo, ¿cuál es tu gran objetivo? ¿Qué pretendes provocar en el público?
Quiero provocar interés, lograr entretenerles, hacerles reír y que tengan la sensación de que eso está pasando ahora y no es un mero producto enlatado. Por supuesto, hay un guión en lo que hago, pero no quiero que sea obvio. Aquí en España la gente está muy acostumbrada a ver la comedia de una forma pasiva, pero no a participar de ella. En mis shows siempre hay lugar para la espontaneidad. Si siempre hiciera lo mismo, pondría el piloto automático y yo misma me aburriría. Un espectáculo es una calle de doble sentido y yo también necesito ese feedback por parte del público.
¿Hay algo de exhibicionismo en tu trabajo?
Claro. Si mis padres me hubieran prestado más atención en mi infancia en lugar de show-woman sería una secretaria muy digna.
¿Mens sana in corpore sano?
Sí, claro, es muy importante para mi trabajo. Es una tontería confundir lo que hago con mi vida. Lo que hago en el escenario es divertido y rompedor, pero eso no significa que todo vale en mi vida o que soy una killer que toma de todo y que vive al máximo. Llevo muchos años haciendo esto y quiero llevar muchos más. Si vives de esto tienes que cuidarte, voy a clases de yoga varias veces a la semana y siempre intento hacer ejercicio, si no me siento como una mierda y me vuelvo loca. No me gusta ir de bares y emborracharme. No puedo con ello. Acabo destrozada después de cada espectáculo. Si el cuerpo no está bien, la mente no puede estar bien.
Es decir, mucha gente confunde persona y personaje…
Sí, pero no me quejo. Es halagador, porque el personaje no es mentira, es reflejo de lo que siento realmente cuando estoy en el escenario.
Estando tan cerca las elecciones presidenciales de Estados Unidos, no podemos dejar de preguntar por la diferencia entre Bush y Obama…
Joder, ¡¡llevamos ocho años con ese chimpancé llamado Bush!! La cocaína es muy mala…
Cuidado, no vayan a prohibirte la entrada en Estados Unidos…
Bueno lo importante no es que no me dejen entrar, sino dónde me desvían: a un sótano en Afganistán para que pase los tres últimos años de mi vida en absoluta oscuridad, sin ventanas. Al menos Bush padre, otro hijo de puta, era inteligente, pero el de ahora es sólo un chimpancé dirigido por hombres malos como su padre. Obama, sin embargo, es presidencial y es obvio que es muy inteligente.
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