Con motivo del centenario del nacimiento de Nabokov 2 de julio de 1977 , Javier Marías reunio en un tomo de mucho boato- como antes hiciera respecto a William Faulkner- sus escritos dispersos y traducciones de Nabokov, traducciones de poesía, como también ocurriera con Faulkner.
Curiosamente al aparecer este volumen se anuncian varias traducciones inminentes de la hasta hoy casi desconocida lírica nabokoviana, por lo que es bueno recordar que los 18 poemas que Marías traduce del inglés de Nabokov -van en bilingüe- aparecieron en 1979 en la remota revista Poesía.
Desde que te vi morir (título que procede de su traducción del verso final de un poema de Nabokov, Atardecer sobre un solar vacío, en el que éste recuerda la figura de su desaparecido padre, asesinado en Berlín en 1922) es un libro misceláneo, elegante y modesto.
Desde que te vi morir (título que procede de su traducción del verso final de un poema de Nabokov, Atardecer sobre un solar vacío, en el que éste recuerda la figura de su desaparecido padre, asesinado en Berlín en 1922) es un libro misceláneo, elegante y modesto.
Sólo es un acercamiento cálido a Nabokov (si se quiere, una primicia, un balín de plata para nabokovianos ya convencidos) pero los artículos que acercan -casi siempre al sesgo- a diferentes aspectos del exiliado autor ruso, las fotos que adornan el conjunto, y los problemas de ajedrez creados por el propio Nabokov y que presenta Félix de Azúa, componen un conjunto singular, ameno e interesante.
Lolita recontada es un buen cuento, resumiendo la novela célebre. Y Vladimir Nabokov en éxtasis una buena imagen de aquel hombre atrabiliario y singular -el propio Nabokov- que se pagaba de estar casi a la contra de todo y presumía de sus "opiniones contundentes", entre las que estaban detestar a escritores tan solicitados y biempagados como Thomas Mann, Sartre, Conrad o Lorca.
Con todo, lo más apetecible de este agradable tomo de homenaje son los poemas: Una selección de 18, sacados del libro Poems and Problems (1970), en el que Nabokov recogía poemas de muchos años de su vida, originalmente escritos en ruso y traducidos por él al inglés.
Hoy sabemos que hay bastantes más poemas que los entonces publicados, por lo que podemos hablar de un "poeta oculto", de un gran prosista tentado, en horas secretas, por la poesía. Y no se trata de piezas regularcillas ni ocasionales, como a menudo ocurre con los grandes prosistas tentados por el poema, son buenos poemas- algunos francamente redonods- y presentan una faceta más íntima del autor, que en sus novelas (e incluso en Habla, memoria) se escapa u oculta bajo diferentes máscaras.
Los poemas juveniles de Nabokov (alguno, como Habitación de hotel, con claro sello imagista) son melancólicos y hablan de un hombre íntimamente herido que ha adoptado el blasón del exilio, y que ve, al atardecer, tembloroso, todo lo perdido... Hasta el borde de la II Guerra Mundial, podríamos hablar de un sólido y buen poeta neorromántico (conocedor del simbolismo) que luego ya en los poemas escritos en América se solidifica y vuelve juego de inteligencia (y por tanto de verbo) lo que antes era más o menos brumosa melancolía.
Un descubrimiento es el gozo del naturalista al haber logrado atrapar una mariposa desconocida. en tanto que El poema resulta una perfecta descripción de lo que él siente o considera esencial de la poética, mientras que Traduciendo Eugenio Onieguin es una espléndida reflexión lírica sobre el sutil arte de la traducción auténtica. Todo este homenaje de Marías a Nabokov gusta, pero los poemas del exiliado ruso -buenos poemas- dejan con clara, con ancha sed de leer más. No es escaso elogio.
Inspiración, cielo rosado,
casa negra, con tan sólo una ventana,
llameante. ¡Oh, ese cielo
por la ventana llameante embebido!
Desperdicios de solitarias afueras,
pequeño tallo enmarañado y lacrimal,
calavera de felicidad, esbelta, larga,
como el cráneo de un borzoi.**
¿Qué me pasa? Perdido de mí mismo,
derritiéndome en el aire y el ocaso,
farfullando y desmayado casi
sobre la basura al atardecer.
Nunca tuve tantas ganas de llorar.
Aquí está, en lo más hondo de mí.
El deseo de expulsarlo intacto,
velado levemente de humedad, tan trémulo,
jamás había sido en mí tan poderoso.
Sal, mi precioso ser,
agárrate con fuerza a un tallo,
a la ventana, aún celestial,
o a la primera lámpara encendida.
Quizá el mundo está vacío y es brutal;
nada sé —excepto que
vale la pena nacer
por el ser de este tu aliento.
Fue una vez más simple y fácil:
dos rimas, y el cuaderno abría.
¡Qué nebulosamente te tuve que conocer
en mi juventud presuntuosa!
Apoyando los codos en la barandilla
del verso que se deslizaba como un puente,
me figuré en seguida que mi alma
se había empezado a mover, empezado a deslizar,
y que se dejaría llevar hasta las estrellas mismas.
Mas al transcribirlas a la copia en limpio,
privadas de magia al instante,
¡cuán inútilmente unas tras otras
se escondían lastradas las plomizas palabras!
¡Mi joven soledad
en la noche entre inmóviles ramas!
¡El asombro de la noche sobre el río,
que de lleno la refleja;
y florecer de lilas, el pálido amor
de mis números primeros inexpertos,
con esa luz fabulosa de la luna en lo alto!
Y las sendas del parque en medio luto,
y, agrandada por el recuerdo ahora,
mucho más sólida y hermosa hoy,
la vieja casa, y la llama inmortal
de la lámpara de keroseno en la ventana;
y en el sueño los aledaños de la dicha,
una brisa lejana, un aéreo mensajero
penetrando densos bosques con el ruido en aumento,
inclinando una rama al fin:
cuanto parecía haberse llevado el tiempo,
te detienes sin embargo, y de nuevo brilla al través,
pues su párpado no estaba sellado,
y uno ya no puede apartarlo de ti.
Parpadeando mira un ojo llameante,
a través de las negras chimeneas como dedos
de una fábrica, hacia las flores enmarañadas
y una lata abollada.
Por el solar vacío en el polvo oscurecedor
vislumbro un podenco esbelto de blanquísimo pelo.
Me imagino que perdido. Pero en la distancia suena
insistente y cariñoso un silbido.
Y en el crepúsculo viene hacia mí
un hombre, llama. Reconozco
tus enérgicas zancadas. No has cambiado
mucho desde que te vi morir. -— Berlín, 1932
[Versión Kindle]
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