"Lo esencial, para aprovechar un viaje es tomarlo como finalidad misma. Andar por el mundo un poco al azar es muy agradable. Viajar sin tener un objeto concreto, es una auténtica maravilla. Yo siento que podría curarme de todos mis vicios y de todas mis virtudes —caso de que tenga alguna. Lo que no podré dejar jamás es mi recalcitrarte vagabundaje.
Hay que viajar para descubrir con los propios ojos que el mundo es muy pequeño, y por tanto que es absolutamente necesario hacer un esfuerzo para dignificar la visión hasta llegar a ver las cosas en grande. Hay que viajar para darse cuenta de que una pasión, una idea, un hombre, sólo son importantes si resisten una proyección a través del tiempo y del espacio.
No hay nada como alejarse un poco para curarse de la psicosis de la proximidad, de la deformación de la proximidad, de la que todos estamos atacados. Hay que viajar para aprender —a pesar de todo— a conservar, a perfeccionar, a tolerar. Es en este sentido, creo, que los antiguos aconsejaban el desplazamiento.
Creían que era un buen método para aprender a prescindir de pequeñeces, de difusos detalles, de torcidos cubiliteos tribales, de grandiosidades escenográficas y falsas. La pieza de caza del viajar es la aventura. La aventura es la flor, el perfume del azar y de la diversidad. A veces es una puerta que se abre ante un mundo insospechado, sobre un mundo que se sabe donde empieza y no se sabe donde acaba…" Josep Pla
En el año 1942 el libro fue censurado
¿Por qué no podía poner por escrito Josep Pla su admiración por Friedrich Nietzsche? En la página 18 del mecanoscrito de su Viaje en autobús, entregado por el autor para la censura previa, aparece la primera marca, leve pero profunda, de la condena al silencio. “Federico Nietzsche (sic), ese tipo extraordinario, postuló en su obra…”. Imposible dejar pasar una loa al filósofo alemán que cantó el triunfo del secularismo de la ilustración y mató a Dios, medio siglo antes.
En aquella edición de mil ejemplares, de lo que aprimera vista parecía un relato costumbrista –y sin embargo escondía un lacerante análisis de una sociedad destruida–, la censura controló cada una de las esquinas que Pla dibujó: “La obra es un conjunto de impresiones y pinceladas literarias sobre diferentes motivos que impresionan al autor con ocasión de un viaje por tierras catalanas.
Consideramos se puede aprobar con tachaduras”, escribe, el 21 de julio de 1942, Enrique Conde, el llamado lector, eufemismo de censor. Conde había hundido su lapicero rojo en un total de once páginas. Demasiadas para un relato de este calado.
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