El sentido de un final es una buena novela, impecablemente escrita, aunque se percibe en su lectura cierto desencanto, cierto apresuramiento; algo así como una novela de oficio, que, si llegáramos al final de nuestra especulación, tal vez ni se quiso escribir.
Es, en rigor, una novela corta estirada en dos partes. El argumento es muy sencillo (como lo son la mayoría de los argumentos de Barnes), al menos en la primera parte: Tony Webster narra su vida en retrospectiva. Recuerda a sus amigos de la secundaria, sus salidas, su patética incursión en la vida de los ’60, las charlas con sus dos amigos, al que después se sumó un cuarto: Adrian.
Tony recuerda bien, hasta con lujo de detalles, la inteligencia y la personalidad evasiva, demasiado madura, de Adrian. Las charlas con su profesor de Historia, sus salidas, la sensación de ser más inteligente cuanto más cerca estuviera de Adrian.
Hasta que se termina la secundaria y comienzan la universidad; la vida se bifurca en sus previsibles caminos, Tony conoce una chica, Veronica, demasiado histérica según el punto de vista de Tony, aunque demasiado buena para él según el punto de vista silencioso de sus amigos. Salen, se hacen novios, Tony conoce a los padres de Veronica en una reunión, y tras un desencanto, se pelean.
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