En cuestión de pocos meses, fui testigo de dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido. Alguien me dijo entonces: eres escritor, ¿por qué no escribes nuestra historia? Era un encargo, y lo acepté. Empecé, pues, a contar la amistad entre un hombre y una mujer, los dos supervivientes de un cáncer, los dos cojos y los dos jueces, que se ocupaban de asuntos de sobreendeudamiento en el tribunal de primera instancia de Vienne (Isère). En este libro se habla de la vida y la muerte, de la enfermedad, de la pobreza extrema, de la justicia y, sobre todo, del amor. Todo lo que se dice en él es cierto.
Con De vidas ajenas de Emmanuel Carrère nos hallamos ante una narración del género "novela no-ficción" tan en boga en este momento, que tiene una peculiaridad: el autor ha dejado leer su relato a las personas que lo protagonizan para que le diesen su aprobación (y al parecer se la dieron tras sugerir algunos retoques). Dicho de otra manera: como si varias personas relacionadas entre sí le encargasen a un pintor un retrato de grupo en el que todos los modelos estuviesen de acuerdo con la forma en la que van a ser representados. ¿Ese sería tocar la realidad o sería más bien abrazar enteramente la ficción, la ficción del yo y de sus representaciones más o menos piadosas?
Dicho lo cual, me apresuro a decir también que De vidas ajenas es una novela que se lee sin querer, como a veces leemos sin querer esos buenos reportajes de fondo en los que el narrador intenta atravesar a su manera las imágenes que nos muestra. De algún modo De vidas ajenas se convierte en una narración sobre la dignidad humana, haciendo suyo el lema vital del psicoanalista Pierre Cazenave, que en su obra Le Livre de Pierre propone "una solidaridad incondicional con la congoja insondable que entraña la condición humana".
El libro comienza con un episodio de muerte masiva: el tsunami que devastó Ceilán (Sri Lanka), para luego abordar la muerte de modo mucho más íntimo y en forma de cáncer, que para el narrador tiende a ser, temerariamente, una enfermedad del ser más que de la carne.
En líneas generales el libro es "irreprochable" y está saturado de buena conciencia. Lo relacionan con Dostoievski, pero eso es sencillamente una locura. Sí que parece muy relacionado sin embargo con la nueva narrativa nórdica, donde la non fiction novel está alcanzando su mejor definición.
Todo lo anteriormente dicho no merma el valor de este libro de Carrère que supone, entre otras cosas, un vivo acercamiento antropológico a la manera que ahora tenemos de asumir la muerte, y de paso también la vida, pues no sería vano indicar que si bien la muerte planea poderosamente por encima y por debajo de toda la narración, lo que al final siente el lector es el deslizamiento mismo de la vida como una cadena de conciencias de la que van desapareciendo eslabones, que obligan a nuevas yuntas y nuevas conexiones.
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