Sus explicaciones científicas, a veces pesadas, parecen informadas, y tocan alguna cuerda en el lector, mientras sus episodios sexuales aburren. Son las liviandades de un adulto con dificultades para superar la adolescencia, temeroso de cuando el cuerpo envejezca y, ruinoso, se quede encerrado con su mente.
Hoellebecq fue acusado ante los tribunales por denominar estúpida a la religión musulmana en la novela Plataforma (Anagrama, 2002), cuyo tema es el turismo sexual. Gusta del escándalo, defendiendo, por ejemplo, la supremacía del amor de los perros sobre el humano, por la total entrega de los animales, o el desdén hacia escritores, como Proust o André Breton. En cambio, elogia a Balzac.
Narra ahora la vida de un cómico, famoso por sus monólogos provocadores y cínicos, que hurgan en los peores instintos del hombre. Se hace rico y se casa con Isabelle, redactora de una revista para lolitas, en el umbral de los cuarenta, que no ama lo bastante el sexo, y obsesionada, como el autor, por el paso de los años, lo que acabará siéndole insoportable. Se separan, y el cómico jubilado a los cuarenta y siete años, la misma edad del autor, conoce a una joven actriz de cine porno, que le servirá de potro de sus aventuras sexuales, aunque a ella no le gusta lo suficiente el amor. Estas relaciones muestran el lado humano de Daniel, el protagonista, que se contrasta, y aquí viene el punto de la obra, con dos Danieles clonados, Daniel, 24 y Daniel, 25, que son ya neo-humanos, clones.
La obra tiene mucho de autobiográfica, como todas las suyas. Cuando la preparaba estudió el carácter de las sectas religiosas y se interesó por la dirigida por el gurú Raël, a quien conoció. Esto le inspiró para adaptar la secta en su novela, donde encontramos a los elohimitas, quienes piensan que Dios, Elohim, no creó el mundo, sino que fueron unos seres, los elohiminitas, que vinieron de un planeta más avanzado y algún día regresarán. La secta promete, entre otras cosas, la inmortalidad y fomenta la promiscuidad. Las religiones monoteístas están a punto de desaparecer, argumenta el narrador, como evidencia el estado del catolicismo en Irlanda y España, e incluso el islamismo acabará por sucumbir, y el hombre se hará inmortal gracias a la clonación. La promiscuidad forma asimismo parte de estas sectas.
La novela está muy bien estructurada, avanza gracias a una continua alternancia entre el relato de la vida de Daniel 1, el hombre en nuestro tiempo, y los Daniel 24 y 25, que viven dos mil años después, que lo leen y comentan. Los hombres y sus clones están obligados a dejar por escrito una historia de su vida. Recuerdan estas alterancias las realizadas por Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz (1962), donde vemos al personaje desde diferentes distancias emotivas y temporales.
Houellebecq empieza en esta obra, a pesar de sus pesares, a entrar en la corriente de la narrativa europea contemporánea. Por ejemplo, el tema del éxito del cómico, que duplica el suyo como novelista, ha sido últimamente abordado por varios escritores, entre ellos, J. M. Coetzee y Javier Cercas. El elemento utópico, las disquisiciones sobre el futuro humano se hallan también en Mara y Dan (Ediciones B, 2005), de Doris Lessing, donde los hombres escapan de la sequía buscando el agua en el Norte. Parece como si las grandes fobias, odios, frustraciones, de un cínico, que son el combustible de la obra de Houellebecq, que la ha hecho tan popular y comercial, entra sin querer en la corriente central de la literatura europea. Eso sí, su lenguaje sigue siendo corriente, escaso, necesitado de una mayor textura. él alega que lo mismo decían de Céline en su tiempo, pero una cosa es el lenguaje trasgresor y otro la falta de sofisticación.
Sí debe quedar claro que la lectura de esta obra, olvidados los pasajes de sexo, nos removerá e intrigará, porque ofrece un mensaje del futuro del hombre altamente pesimista, pero que se halla dentro de lo concebible. Houellebec ha conseguido, quizás mejor que nunca, poner un dedo en la llaga humana y restregarla para que duela.
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