'El caballero inexistente', escrita en 1959, forma parte de la trilogía 'Nuestros antepasados', junto con 'El vizconde demediado' y 'El barón rampante'. "He querido hacer una trilogía de experiencias sobre cómo realizarse en cuanto seres humanos – dijo Calvino de la trilogía. En 'El caballero inexistente' la conquista del ser, en 'El vizconde demediado' la aspiración a una plenitud por encima de las mutilaciones impuestas por la sociedad, y en 'El barón rampante' una vía hacia la plenitud no individualista, alcanzable mediante la fidelidad a una autodeterminación individual.
También quiso reflejar 'el espeso muro' que impedía ver las contradicciones de una sociedad, la italiana, que había llegado al bienestar deseado en la posguerra y que se resignaba ante modelos de vida que se estaban separando paulatinamente de los ideales que habían inspirado a su generación
Fueron años duros, con fases de rabia contenida, de pesimismo y cinismo, elementos que determinaron al propio Calvino como escritor e intelectual: "Todos perdimos algo de nosotros mismos, poco o mucho. Lo que cuenta es lo que fuimos capaces de salvar para nosotros y para los demás. Por mi parte, lo que creo haber salvado de lo que había al otro lado del muro ha sido precisamente lo que he salvado a través de estas tres historias".
El mecanismo que se desencadena en la mente del autor de 'El caballero inexistente' es una imagen: una armadura que anda y que por dentro está vacía. Según el propio Calvino: "Del hombre primitivo que, al ser todo uno con el universo, podía denominarse aún inexistente, por indiferenciado de la materia orgánica, hemos llegado lentamente al hombre artificial que, siendo todo uno con los productos y las situaciones, es inexistente porque ya no se roza con nada, ya no se relaciona con lo que está a su alrededor, sino que se limita a "funcionar" abstractamente. El relato me conducía, por su espontánea propulsión interna, hacia aquello que ha sido siempre y sigue siendo mi verdadero tema narrativo: una persona que se fija voluntariamente una regla difícil, y la sigue hasta sus últimas consecuencias, porque sin ella no sería él mismo ni para él ni para los demás".
Según el propio Italo Cavino: "Agilulfo, el guerrero que no existe, tomó los rasgos psicológicos de un tipo humano muy difundido en todos los ambientes de nuestra sociedad; mi trabajo con ese personaje se presentó fácil de inmediato. De la fórmula Agilulfo (inexistencia provista de voluntad y conciencia) saqué, con un procedimiento de contraposición lógica (es decir, partiendo de la idea para llegar a la imagen, y no viceversa, como hago de ordinario), la fórmula existencia carente de conciencia, o sea, identificación general con el mundo objetivo".
En la novela aparecen otros individuos en los que la existencia y la inexistencia luchan en el interior de una misma persona: Rambaldo, paladín stendhaliano, busca las pruebas del existir por medio del hacer; Turrismundo ha de comprobar que existe, no en la práctica y la experiencia, sino en la búsqueda de algo distinto de sí, de lo previo a él —sus "padre"», los caballeros del Santo Grial—. Como lógico complemento, dos figuras femeninas: Bradamante, el amor como pugna, como guerra, y Sofronia, el amor como paz.
"El relato era y debía ser —dice Calvino— lo que se llama un 'divertimento'. Esta fórmula del 'divertimento' yo la he entendido siempre en el sentido de que quien debe divertirse es el lector, es decir, que no significa que sea una diversión para el escritor, el cual debe narrar con distanciamiento, alternando impulsos en frío e impulsos en caliente, autocontrol y espontaneidad, y en realidad ese es el modo de escribir que proporciona más cansancio y más tensión nerviosa. Al poner en pie todo un coherente mundo de ficción, nos enseña a comprendernos mejor a nosotros mismos".
El fondo sobre el que se mueven los personajes nada tiene de novela histórica. El humor de Calvino se desborda en una recreación puramente fantástica, en ocasiones disparatada y anacrónica. La novela tiene una trama trepidante, imaginativa, fantástica, que pretende, en sustancia, que nos replanteemos la relación justa entre la conciencia individual y el curso de la historia.
Calvino era un amante de la precisión y no de los dobles sentidos. Algo que no significa que prescinda del juego y del humor, todo lo contrario, demuestra cómo manipula el lenguaje de modo que su prosa muestra en cada ocasión, con perfecta simetría, la distancia entre el significado elegido y el espacio de interpretación que le pertenece al lector, bien dirigido por el contexto, por la intertextualidad, por las referencias históricas y culturales, y hasta por toda clase de guiños siempre orientados hacia una comprensión inteligente e irónica de las acciones y de los personajes.
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