7.8.18

Elias Canetti "Fiesta bajo las bombas" Autobiografía Canetti. VOL.IV

En Fiesta bajo las bombas, Canetti va describiendo a diferentes individuos desde el barrendero Cheshan Bois hasta el duque de Northurberland, pero sobre todo a los intelectuales, artistas y escritores que conoció. Como siempre es un observador atento del comportamiento humano y un oyente receptivo. Pone el acento en los elementos discordantes reveladores del caràcter como la risa de macho cabrío de Bertrand Russell, el tartamudeo de Aymer Maxwell, la soberbia de su mejor amigo de la época el sinólogo Arthur Waley, la fragilidad de Franz Steiner o la voz agradable de Geoffrey Pyke. No hace referencia a las penurias que pasó para poder escribir en Inglaterra. Es la parte menos personal de su autobiografía.
Inglaterra siempre le resulta extraña y un exilio idiomático, a pesar de haber vivido en Mánchester de niño. Le repugnan las distancias sociales tan marcadas hasta en el uso del idioma. A los ingleses les reprocha la soberbia. Se ensaña con la figura del poeta T. S. Eliot. Canetti siente en Inglaterra la humillación de no ser nadie y el silencio del desprecio. En los años que vivió en Inglaterra, Canetti asistió a una gran cantidad de partys. Los participantes de una party no pueden tocarse y están diferenciados por castas de diferente nivel. El distanciamiento genera una actitud fría ante el extranjero.

Durante gran parte de estos años se dedica a la redacción de Masa y poder que considera la misión de su vida. Se refiere a la “pequeña” guerra de las Malvinas como “tardía pieza satírica del Imperio”. Aborrece la Inglaterra de los años ochenta que personifica en Margaret Thatcher, tildada de institutriz e “ídolo de la época de vendedores de esclavos”, “la predicadora del egoísmo”. Pero la mayor parte de Fiesta bajo las bombas se centra en los recuerdos de la guerra y la inmediata posguerra. Recuerda los bombardeos de aquellos años, y la mezcla de excitación y frialdad que sentía ante el espectáculo de los aviones sobrevolando el cielo.

En sus visitas al cementerio de Hampstead, donde residía, se siente “ más justo de lo que era en la vida cotidiana”. Da su tiempo a todos como un oyente atento: “Las horas que pasé con cualquiera que me hablara de sí mismo me abrieron horizontes y me hicieron feliz”.

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