9.11.18

Orhan Pamuk "El museo de la inociencia" (2008)

Este museo es una locura. Nace de la novela El Museo de la Inocencia (Mondadori, en España, traducido por Rafael Carpintero) y a la vez nació en la mente de Orhan Pamuk, el premio Nobel turco, como un museo que debía convertirse en libro. Así pues, una locura, pero una locura de amor. Y así es: una abigarrada recopilación de objetos cotidianos que están en el libro y que alcanzan aquí, desde hoy, la categoría de obras de arte, en la línea de los ready made de Marcel Duchamp. Esos objetos los robó en la ficción el personaje Kemal en la casa de Füsun, la prima de la que estaba tozudamente enamorado. Ahora esa locura minuciosa es un museo increíble, exactamente un museo de ficción.
iodistas de las más distintas procedencias, desde Georgia a Corea, atraídos por la extraña historia sentimental turca que el escritor ha convertido en una fábula sobre su país cuando aún aquí se asustaban si se rompía la virginidad o se trataba el sexo extramatrimonial. O cuando asustaban los militares.

No sudaba el escritor sólo porque lo golpearan el calor y las escaleras empinadas de esta ciudad melancólica que le sirve de apoyo para todos sus libros, y sobre todo para este. Sudaba porque este es el escalón final de un proyecto que nació cuando recorrió Europa, a principios de los 90, y entró en todos los museos que pudo y se dijo: “¿Y yo por qué no hago un museo?”

Este es el museo; está cerca de la plaza Takzim, en el barrio donde transcurren sus novelas, y donde se detiene tanto en su autobiografía, Estambul. Lo concibió antes y durante la escritura de la novela, y consiste en la recopilación obsesiva y sistemática (como la obsesión de amor de Kemal, el protagonista) de los objetos que representan los años (“el pasado, mi propia vida, el paso del tiempo, los años transcurridos”) que van desde 1975 hasta el año 2000, el largo periodo en que Turquía ni soñaba el esplendor relativo que ahora disfruta. Ahora, incluso, señaló ayer Pamuk, ni siquiera mandan los militares, que cruzan la novela en 1980, cuando Kemal los maldecía porque el último golpe de Estado le impedía estar más tiempo cerca de su amada Füsun…

Mientras escribía, contó Pamuk, ya más aliviado del sudor de las escaleras y del más íntimo sudor que le ha acompañado a largo de este extraño proyecto, fue comprando en mercados populares relojes, zapatos, ceniceros, tazas, vasos, fotografías, el traje que usó Füsun cuando iba a hacerse conductora…, y completó la tozuda recolección de elementos de la vida cotidiana representativa de esos años con la ayuda de amigos y parientes, e incluso de lectores que sabían que el escritor necesitaba esos materiales para el museo que ahora cuenta la historia de amor y también la historia de Estambul en medio de la melancolía de Kemal y Füsun.

Si se recorren los tres pisos de que consta el museo se reproducen las sensaciones que desprende el libro


Así de minucioso es el recuento de la lucha por la felicidad que hace Kemal, quien, en el epílogo, se encuentra con Pamuk para contarle la historia que empieza ese día, “a las tres menos cuarto”, y para encargarle que, como sumo homenaje a la mujer amada, construya con todos los objetos que fue robando en la casa de Füsun hiciera un museo que la convierta en inolvidable. Carpintero, el traductor, dice que el museo es la suma de los instantes que aparecen en el libro, como si Pamuk llevara a sus últimas consecuencias el encargo del personaje de ficción y él se convirtiera en heredero de la misma locura.

“No, no soy Kemal, ahora que estamos solos debo decir que no lo soy”, dijo un irónico Pamuk ante la multitud que fue a escucharlo. Hay tanto en este museo, tantos objetos, tantos relojes (pues es también un museo del tiempo, y de la muerte), tantos televisores (siempre veían la tele, el enamorado, Füsun, la familia de ésta…), tantas cucharillas, incluso una taza con el borde de los labios de Füsun aún latiendo…, tantos elementos que inspiran viaje o despedida, que incluso hay un enorme panel (como de Fontana o de Cy Twombly) en el que se han colocado las cuatro mil colillas de cigarros que se fumó la amada en su vida de ficción. ¿Cómo, no está prohibido mostrar colillas en museos, en cines, en teatro, en Turquía. “Sí; pero esos no son cigarrillos fumados. Les hemos quitado el tabaco con una aspiradora y los hemos convertido en colillas”.

Es tan minucioso el museo como la novela; en el último piso está la cama en la que Kemal quemó sus sueños de amor, en medio de su locura de coleccionista de instantes. Le preguntaron a Pamuk si se acostó en ella, aunque no sea Kemal. “Sí; cuando estaba muy cansado me echaba ahí, mientras trabajábamos en el museo. Fue un sueño muy reparador”. A estas horas de su comparecencia ya se le había quitado el sudor de la frente. Pero por dentro Orhan Pamuk tenía el cansancio de los creadores satisfechos. Ahora por primera vez en la historia lo que soñó es cierto, se puede visitar. El Museo de la Inocencia es el primer museo que nace de una novela. “O viceversa”, dijo más de una vez.




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