6.11.18

Rosella Postorino "La catadora" 2018

No fue hasta el 2013, que la alemana Margot Wölk, con 95 años, hizo público que en la segunda guerra mundial los SS la obligaron a ser una de las 15 mujeres que durante casi tres años tuvo que probar a diario la comida que luego consumía Hitler para prevenir un posible envenenamiento. Sus compañeras fueron fusiladas por los rusos y solo ella sobrevivió a la guerra, logrando huir gracias a un teniente nazi con el que tuvo una relación, aunque no se libraría de ser brutalmente violada por los soviéticos.
El personaje de Rosa se mueve entre “el miedo a morir tras cada bocado” y la culpa. “Por un lado, la colectiva que se les atribuye a los alemanes por haber aceptado y tolerado el nazismo. Aunque ella no se siente nazi ni estaba de acuerdo con el régimen, sabía que para sobrevivir debía trabajar para el Führer y comer su comida antes que él. Eso la hace sentirse cómplice y parte del sistema inhumano de los nazis. Pero también culpable, porque les pagaban por comer, aunque pudieran envenenarse. De algún modo eran privilegiadas porque comer significaba sobrevivir mientras otros morían y sufrían hambre a su alrededor”.  

Hitler es “como una sombra letal” al que las catadoras nunca vieron cara a cara. “Él no se dignaba verlas porque solo eran cobayas humanas”. Pero en la novela el líder nazi aparece de dos formas. “Una es la imagen que de él muestra la propaganda, como alguien marcado por la providencia con un valor místico, responsable de la vida y la muerte de los demás, omnipresente e invisible, como si fuera Dios”, explica Postorino. La otra es “a través de lo que cuentan de él quienes le conocían, como la baronesa o el cocinero. Hablan de Hitler como ser humano y es ahí cuando hay que recordar que fue un ser humano que mató a muchos otros, que era de nuestra especie. Habría que generar anticuerpos para no repetir sus atrocidades”. 

Esa imagen corpórea de Hitler, que no comía carne ni bebía alcohol, “implica fragilidad, caducidad. Un cuerpo se degrada, se marchita, se estropea, envejece. Y permite contar que tenía un tic en los labios, que le temblaban las manos, que tenía problemas digestivos y se tomaba 16 píldoras al día contra la flatulencia. Pasamos del ser mesiánico a una figura ridícula. Era un paranoico con problemas de digestión, que era muy goloso y podía atracarse de chocolate y luego hacer ayunos en los que adelgazaba siete quilos. Eso da imagen de una persona desequilibrada, neurótica”. 


Margot Wölk

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