Mevlut Karata, un vendedor ambulante de yogur y boza, es el personaje principal de una novela polifónica, donde se conjugan varias voces para narrar el choque entre los viejos valores del mundo rural y la mentalidad de una gran urbe como Estambul, dividida entre el anhelo de modernidad y el apego por las tradiciones. Mevlut nació en un miserable pueblo de Anatolia central. De niño, emigró a Estambul con su padre, compaginando los estudios y el duro trabajo de la venta callejera en una ciudad sacudida por la violencia y la desigualdad. Lejos de prosperar, encadenará fracasos y desengaños. No es un héroe, pero nunca actúa por motivaciones mezquinas y no se dejará seducir por el fanatismo político o religioso
Nunca perderá su rostro aniñado, perfecto espejo de su alma noble e inocente. Alto y con una mirada limpia, su espalda se encorvará muy pronto, a consecuencia de la vara que le sirve para transportar su mercancía. Sin embargo, su espíritu permanecerá intacto, sin sucumbir a la ira o el pesimismo. Los sueños incumplidos sólo provocarán melancolía, tristeza, resignación. No finalizó sus estudios, nunca se entendió con su padre, su modesto bar no logró sobrevivir, perdió a su mujer de una forma trágica y temprana, pero nada le ha podido arrebatar la alegría que le produce el atardecer, con el sol hundiéndose lentamente en el mar. Al igual que su vida, su ocaso no está exento de esplendor, pues produce destellos dorados al reflejarse en los tejados, azoteas y minaretes. Algo semejante podría decirse de su incipiente vejez. Aunque a veces "su imaginación se debilita y ve el mundo vacío y sin sentido", el placer de existir renace cuando algún cliente alababa su yogur y su boza, celebrando que los vendedores ambulantes continúen circulando por las calles de Estambul, con su pintoresco y anacrónico oficio.
Mevlut se enamoró de Samiha, pero se casó con su hermana Rayiha, mucho menos atractiva. No se trató de un intercambio deliberado, sino de un engaño. Mevlut se había quedado prendado de la belleza de Samiha, enviándole varias cartas para conquistarla. Organizaron una fuga romántica, pero cuando se encontraron en el tren camino de Estambul, la ilusión se transformó en estupor. Durante la mayor parte del trayecto, viajaron en silencio, pero el temperamento sensible y bondadoso de Mevlut no tardó en adaptarse a las circunstancias.
El fiasco se convirtió en amor, pasión, complicidad. Rayiha ayudó a su marido en el negocio, preparándole los recipientes de yogur y boza. La boza es una bebida tradicional asiática. Consistente, de aroma agradable, de color amarillo oscuro y levemente alcohólica, se fabrica a partir de la fermentación del mijo. Pamuk señala con pesar que las próximas generaciones de turcos olvidarán una bebida que casi desaparece en 1923, cuando se fundó la República y las ciudades se llenaron de cervecerías alemanas. Sin embargo, logró superar la crisis y los vendedores ambulantes reaparecieron con fuerza en los años cincuenta, con su apariencia de pobreza ancestral, anterior a los cambios introducidos por el desarrollo del comercio y la industria. Su presencia en las noches de invierno -la boza se estropea con el calor- "traía a la memoria los siglos pasados, los buenos y viejos tiempos".
Mevlut concibe su trabajo como un rito. Al acabar el noticiario nocturno, se pone el jersey marrón tejido por su mujer, se cubre la cabeza con un gorro de lana y se ata el tradicional delantal azul. Con el cántaro rebosante de boza azucarada y sazonada con especias exclusivas, se adentra en la noche, anunciando su mercancía. A veces, los clientes dejan caer una cesta desde una ventana, una azotea o un balcón, realizando un pedido cuya magnitud depende del grado de euforia o curiosidad. Sujetas por una cuerda, las cestas descienden lentamente, provocando "una extraña sensación". No es un mero intercambio comercial, sino un milagro. Mevlut siente que le ha tocado un ángel, bendiciendo su paso por la tierra.
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