El profeta mudo narra las peripecias de Friedrich Kargan, un activista político al que la crítica ha atribuido cierta semejanza con la figura de Trotski, pero las semejanzas son difusas y poco significativas. Kargan es hijo ilegítimo y, desde pequeño, conoce la marginación, el desprecio y la humillación. En su primera juventud, se enamorará de Hilde, pero la relación fracasará y Kargan, lejos de olvidar el desengaño, alimentará durante años el despecho y la rabia. Su militancia política no es el reflejo de convicciones firmes y meditadas, sino de su infortunio personal.
Los escritores y los revolucionarios no suelen hacer buenas migas. Los revolucionarios consagran su vida a la realización de una utopía, adoptando un compromiso que muchas veces finaliza con un desenlace trágico. Por el contrario, los escritores tienden al escepticismo, la desesperanza y el desarraigo. Por eso, no es extraño que Joseph Roth (Brody, 1894-París, 1939) se muestre poco indulgente con la revolución soviética y los partidos comunistas centroeuropeos. A fin de cuentas, nunca ocultó su nostalgia del imperio austro-húngaro, “esa vieja monarquía que actuaba como la patria de todos”. Todo indica que El profeta mudo se escribió entre 1927 y 1930. Durante mucho tiempo, se pensó que el manuscrito se había perdido sin remedio. Sin embargo, reapareció en 1963 entre los papeles póstumos enviados a EE.UU. en la postguerra. Lengning consiguió ordenar las dos versiones manuscritas y la copia mecanografiada en una novela que respeta fielmente la intención del autor.
El profeta mudo narra las peripecias de Friedrich Kargan, un activista político al que la crítica ha atribuido cierta semejanza con la figura de Trotski, pero las semejanzas son difusas y poco significativas. Kargan es hijo ilegítimo y, desde pequeño, conoce la marginación, el desprecio y la humillación. En su primera juventud, se enamorará de Hilde, pero la relación fracasará y Kargan, lejos de olvidar el desengaño, alimentará durante años el despecho y la rabia. Su militancia política no es el reflejo de convicciones firmes y meditadas, sino de su infortunio personal. Hasta cierto punto, se puede afirmar que sus motivaciones rozan lo psicopatológico. Roth es un excelente narrador y un psicólogo perspicaz, con un asombroso conocimiento de la naturaleza humana. Sus personajes son complejos y creíbles y su prosa nunca defrauda. Sus reflexiones no son anotaciones gratuitas, sino observaciones de gran calado. El profeta mudo comprende la decadencia de la Mitteleuropa, la Primera Guerra Mundial y el triunfo de los bolcheviques. El retrato de la guerra es tangencial. Roth no desciende al infierno de las trincheras y los gases tóxicos, pero capta perfectamente la locura colectiva: “El individuo aislado ama a la vida y teme a la muerte. Cuando se une a otros, despilfarra su vida y desprecia la muerte”. Kargan siempre se considerará un apátrida. Deportado a Siberia por la Rusia de los zares, llegará a la conclusión de que la revolución sólo es un gesto de impotencia. Los revolucionarios son “como un hombre que no sabe nadar, se tira al agua para salvar a otro y se va al fondo”.
La caída de los zares convertirá a Kargan en un hombre de Estado, pero en seguida caerá en desgracia. Durante su exilio, reencontrará a Hilde. Atrapada en un matrimonio infeliz, se convertirá en su amante, pero la dicha será efímera, pues Kargan será deportado otra vez a Siberia, esta vez por los bolcheviques. <em>El profeta mudo es una novela de innegable maestría formal, pero que escarnece y banaliza el ideal revolucionario, apostando por el “bullicioso vacío” del burgués desencantado. La actual crisis económica ha puesto de manifiesto que “asaltar los cielos” no es un delirio, sino tal vez es el único camino hacia un cambio esperanzador.
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