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In Memoriam Susan Holmquist 05/03/2019

Ella fue la Teresa de 'Últimas tardes con Teresa', la novela inmensa de Juan Marsé. Ella fue la modelo danesa que prestó su imagen para la cubierta del libro, que obtuvo el premio Biblioteca Breve en 1965.

La de Seix Barral, editorial que entonces dirigía Carlos Barral, fue una portada icónica a partir de una foto de Oriol Maspons, donde Susan, una joven rubia y esbelta, ataviada con pantalones cortos, posaba al volante de un descapotable blanco. ¡Qué atrevimiento! Una imagen rupturista donde las hubiera en aquella España triste y mojigata. Desde entonces, el perfil de la modelo nórdica es indisociable en la mente de miles de lectores de las facciones de Teresa Serrat; ya saben, la muchachita burguesa, idealista y quijotesca, que se prenda de Manolo Reyes, el Pijoaparte, el charnego oriundo de Ronda que afana motos para escaparse al coto vedado de Sant Gervasi.

El fotógrafo y productor milanés Gianni Ruggiero, afincado en Barcelona desde hace un montón de años y quien fue compañero sentimental de Susan Holmquist durante media vida, tiene muy claro por qué la portada de' Últimas tardes con Teresa' abrió caminos. No solo fue por la belleza espectacular de la danesa, rubia, estilizada, los ojos de un azul verdoso, tan alejada del arquetipo hispano, sino también por el desafío de la mirada fotográfica, en un plano cenital, desde las alturas, una perspectiva entonces casi inédita. Solo Dios mira desde ahí arriba.

Se habría necesitado una grúa pero al final no fue menester. Ruggiero recuerda al dedillo el anecdotario en torno a la foto. La tomó Maspons desde uno de los balcones de La Pedrera, donde vivían los padres de Susan. “El automóvil lo aparcamos sobre la acera del paseo de Gracia —cuenta—. Era un Innocenti descapotable, que Susan acababa de comprarse en Milán con sus primeros ingresos importantes como modelo”. Un coche amarillo, del mismo amarillo que los taxis de Barcelona, aunque en la foto salga blanco. Debió de ser una sesión fotográfica divertida, un juego entre amigos, por cuanto los tres ya se conocían de las fiestas de Bocaccio, de las reuniones en el Stork Club y en Ca l’Estevet, tanto que es muy probable, rememora su expareja, que la modelo no cobrarani un céntimo por el posado.

Gafas galácticas y labios sensuales

Aparte del amor que se profesaron, Susan Holmquist fue la musa de Gianni Ruggiero y este, a su vez, el objetivo favorito de la modelo. Durante años, el fotógrafo la retrató hasta la saciedad en producciones publicitarias, entre las que destaca por su modernidad el anuncio para Estrella del Sur de 1964, donde Susan, gafas galácticas y labios sensuales, incita a apurar de un trago un vaso de cerveza espumosa. Desde muy temprano, la modelo comenzó a proyectarse en Europa, contratada por los mejores profesionales, y de vuelta a casa compartía con su compañero los detalles de la ejecución técnica que hubiera observado. Constituyeron un tándem imbatible y, sin embargo, lo que son las cosas, Susan pasará a la historia por una imagen captada por otro, por quien acabó siendo el mentor de Ruggiero en Barcelona: Oriol Maspons, fallecido en el verano de 2013. Así es la vida.



El italiano recaló en la ciudad en 1964. Trabajaba como ‘paparazzo’ en Milán, cuando recibió la llamada del periodista Luis Bettónica, gran cronista gastronómico, con el encargo de que fotografiara las colecciones de alta costura española del instituto recién creado para su promoción. Mientras tanto, ese mismo año, Susan, una jovencita entonces de 18 años, 54 kilos y 1,75 de altura, se proclamaba Miss Naciones 1964, durante una gala celebrada en Palma de Mallorca con el locutor José Luis Uribarri como maestro de ceremonias.

El encuentro entre ambos lo urdieron el azar y la mano de Bettónica: “Fue él quien me pasó el teléfono de Susan —cuenta Ruggiero en una agradable conversación—. Mira, me dijo, el padre de esta chica, que es ingeniero, quiere hacerle un 'book' a su hija”. Y así fue cómo se enamoraron entre flases, en la misma sesión de fotos. Muy pronto se instalaron en uno de los apartamentos que había remodelado el arquitecto Barba Corsini en el desván de La Pedrera, la Casa Milà, donde los señores Holmquist, los padres de la modelo, ocupaban otro piso un par de plantas más abajo. El piso que abocaba a paseo de Gràcia. El de la portada.

Otro tipo de mujer

“Aparte de su belleza, había en ella algo especial, casi salvaje. En un tiempo en el que todo parecía acartonado en España, Susan era muy natural, pura espontaneidad”, dice Ruggiero, al tiempo que subraya el papel de su colega Leopoldo Pomés en la transformación de la imagen publicitaria de la mujer. En aquella época había muy buenas modelos de pasarela, pero escasísimas covergirls experimentadas, chicas que supieran guiñarle el ojo a la cámara. Fue entonces cuando irrumpió otro tipo de mujer, encarnado en rostros como el de Susan Holmquist, Romy, Alicia Borrás, la cantante Nico, Teresa Gimpera o Margit Kocsis, la rubia que cabalgaba sobre un caballo tordo en la playa para un anuncio de brandy. Terry me va; usted sí que sabe. El coñac de la malla.

El viento renovador soplaba en todas direcciones. En un cierto aperturismo político, en el turismo, en el cine, donde la Escuela de Barcelona apostó por una nueva estética frente al cine mesetario y folclórico. De hecho, Susan tuvo un papel en la película de Jacinto Esteva y Joaquim Jordà ‘Dante no es únicamente severo’ (1967).También estaba cambiando la novela, y Marsé sacudió el árbol anquilosado de los postulados del realismo. “Muy pocas obras, como 'Últimas tardes con Teresa', la primera gran novela de Marsé, irradian tanta luz al cabo del tiempo”, asegura su biógrafo, Josep Maria Cuenca.

'Conillet de vellut'

Aún queda algo jugoso por contar antes de que se consuman las líneas. Resulta que Susan Holmquist inspiró a Joan Manuel Serrat la inolvidable ‘Conillet de vellut’. El cantante, siempre muy discreto con sus cuestiones personales, debió de conocer a la modelo danesa en las noches de la gauchedivine, y la prensa de la época se hizo eco de su breve relación, un lance amoroso en el que el fotógrafo acabó ganando la partida, como insinúa la letra:


“Però el conill fora del niu / m’enganyava amb qualsevol objectiu, / se’m perdia en el forat / d’una Nikon o una Hasselblad”.

Al final de la canción, al cantante no se le ocurrió otra cosa que dejarle a Susan su número de teléfono por si algún día decidía volver: 203 82 82. Era el de casa de sus padres, y hubo que cambiarlo ante el alud de llamadas. Una anécdota más en una historia que ya pertenece a la memoria colectiva de un país.

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