Hay en literatura un malditismo pretencioso y falso con el que el autor fabula, aunque hay casos en los que seguir su juego acaba conduciendo de verdad al malditismo. Hay, en cambio, otro malditismo que es proyección o resultado de la vida de su autor, y con él sólo cabe hacer, cuando se puede y se sabe hacer, buena literatura. Éste fue el caso de Charles Bukowski (1920-1994), el último «escritor maldito» de la literatura norteamericana, que en vida escribió más de cincuenta libros entre novelas, relatos, ensayos, autobiografías, diarios, crónicas, reseñas y muchos poemas.
Pero además, dejó un buen número de escritos inéditos o desperdigados por ahí, muchos de los cuales ya ha publicado Anagrama en volúmenes como Ausencia del héroe (2012), más de trescientas páginas de relatos y ensayos escritos entre 1946 y 1992, o Fragmentos de un cuaderno manchado de vino (1944-1990), que vio la luz al año siguiente. Éste es también el origen de la mayoría de relatos que pueblan Las campanas no doblan por nadie, totalmente inéditos o aparecidos en periódicos y revistas como las pornográficas Hustler y Oui.
Hank ayuda a un viejo amigo alcohólico a largarse de un hospital; el empleado de un sex shop cuenta anécdotas estrambóticas protagonizadas por algunos clientes, como aquel que debido a sus problemas respiratorios pide que le hinchen una muñeca; un solitario masturbador sueña con que aparezca la mujer de su vida; un tipo es secuestrado por tres mujeres; una chica acude a una entrevista de trabajo en la que le hacen preguntas sobre prácticas sexuales extremas…
Éstas y muchas otras historias componen los 15 cuentos que Anagrama reúne en Las campanas no doblan por nadie, que muestran al Bukowski más salvaje y lúbrico. Son piezas bañadas en sexo y alcohol, escritas a pie de calle, con la afilada pluma del cronista más visceral del otro lado del sueño americano. Y como guinda también se incluyen algunos de sus dibujos, siempre feroces y procaces.
El Cultural
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