Hay escritores que pretenden contarlo todo en una novela y otros, muy pocos, como fue el caso de Robert Walser (1878-1956) que hicieron de la carencia un arte. Para él, los vacíos estaban hechos para llenarlos con cosas nuevas. Leyendo a Robert Walser se aprecia tanto lo que cuenta como lo que no cuenta, como si en sus páginas hubiera líneas que no se hubieran impreso, y precisamente en esas líneas estuviera contenida la esencia de sus pocas novelas.
No es de extrañar que tuviera una fuerte influencia en Kafka, aunque lo que en Walser era ensoñación, en Kafka se convierta en pesadilla. Como si fuera un sueño afable y sencillo, aunque desplegado como un mecanismo muy complejo, se desarrolla Los hermanos Tanner (1907), la primera novela que escribió Robert Walser, toda una declaración de intenciones de lo que sería su corta carrera literaria y su propia vida. Es el relato de un aparente vacío existencial que se llena constantemente de detalles luminosos y profundos, como si los personajes fueran de arcilla y se pudieran descubrir en ellos capas que nos los hacen cada vez más cercanos y entrañables.
Ante nuestros ojos se despliega esta curiosa familia de hombres dichosos en su desdicha. Está Klaus, el hermano mayor y más serio, un hombre bueno y discreto, indulgente, escrupuloso y de buen juicio, que ocupa una importante posición en el mundo de la ciencia y se preocupa por sus hermanos menores en la distancia, evitando males mayores con respeto, y que vive dentro una secreta nostalgia por no ser otra vez joven, irreflexivo e ignorante, vive una infelicidad dolorosa por no haber alcanzado la plenitud del a vida.
Ocurre al contrario con Kaspar, el hermano artista, un hombre realizado en lo personal, galante y buen conocedor de las mujeres, capaz de fascinar a quien tiene alrededor hasta un grado tal que por él se podrían cometer disparates, como ocurre en un magistral episodio en el que encandila a una mujer casada que está dispuesta a hacer por él cualquier cosa. Es pintor y reside en París, donde vive trabajando de camarero, más tranquilo y retirado que en una aldea, porque pinta y porque puede desaparecer entre la multitud, precisamente para poder trabajar más tranquilo.
Retirada en una aldea, trabajando como maestra de escuela, se encuentra la única hermana, Hedwig, una criatura humilde y reservada a la vez, que sabe reprimir cualquier signo de desobediencia o de insensibilidad, y a la vez mostrarse orgullosa con su destino en el campo, donde entre sus vecinos pasa por ser una mujer responsable y respetada.
Con ella, durante un tiempo, vivirá Simon Tanner, el protagonista de la novela, un verdadero hallazgo como personaje, que nos lleva a pensar en el Bartleby de Hermann Melville, o en el señor K. de El castillo de Kafka. Simon Tanner es un personaje muy actual: el hombre de múltiples talentos dilapidados en la inconstancia. No sabe lo que quiere, da la impresión de que persigue obstinadamente el fracaso, pero no como un destino libremente elegido, sino como una rebelión, inútil, pero rebelión al fin. Simon pasa de la irreverencia al respeto, de la disciplina a la disolución.
Es un hombre disperso, sin atributos, que ejerce efímeramente diversas profesiones que abandona al poco tiempo, como si llamara continuamente ante las puertas de la vida, una y otra vez, eso sí, con pocos bríos, y no hiciera más que aplicar el oído, ansioso, por si afuera alguien dispuesto a descorrer el cerrojo. Pero hay algo en él que lo diferencia del simple holgazán: su incansable vida mental y emocional, el hecho de que, en la espera, se muestra perfecto, puesto que ha aprendido a soñar mientras espera.
Está convencido de que con cualquier profesión hubiera llegado al mismo lugar en el que se encuentra. Él puede ofrecer a los demás sus conocimientos, su fuerza, sus ideas y su amor, para quien quiera hacer uso de ellos: sólo espera que alguien le haga una seña y él dará un salto por complacerlo. Simon no es utilitario, que es algo distinto que ser inútil. En verdad es un temperamento creador: la única diferencia es que mientras otros escriben o pintan, él concibe la vida como un género artístico. Es un agudo observador de la sociedad, pero nunca será nadie en ella. ¿Por qué elegir un solo camino?, se pregunta. Existen muchos, muchísimos destinos, y ante ellos sólo le cabe inclinar la cabeza antes que nada.
Tal vez Simon Tanner sea uno de los personajes más libres que se puedan dar en la literatura. No está sujeto a nada, o más bien, está sujeto tan férreamente a la vida que sólo puede disfrutarla las veinticuatro horas del día, con toda la belleza que ofrece. Nada en el mundo es suyo, pero tampoco desea nada. En este fascinante personaje ya se prefigura la propia vida de Robert Walser, que fue un espíritu libre en su vida y en su literatura. Ignoro qué habrá de autobiográfico en su composición, pero si nos atenemos a la biografía de Robert Walser podemos encontrar muchas de las claves que lo han hecho una rara especie en la historia de la literatura.
Huyó de toda grandeza, de cualquier admiración, se enclaustró en su estilo sobrio y elegante, evocador y nostálgico, y dio a la posteridad tres novelas y unos pocos fragmentos de una literatura de muchos quilates que iba escribiendo en hojas sueltas, como si quisiera reducir su talento al olvido o al secreto de unos pocos.
Huyó de toda grandeza, de cualquier admiración, se enclaustró en su estilo sobrio y elegante, evocador y nostálgico, y dio a la posteridad tres novelas y unos pocos fragmentos de una literatura de muchos quilates que iba escribiendo en hojas sueltas, como si quisiera reducir su talento al olvido o al secreto de unos pocos.
En esta novela, además aparece el quinto hermano, Emil, que sería la síntesis de la personalidad y el destino de Robert Walser, el hombre que va despilfarrando su genio en pequeñas mezquindades y que entra como sin querer en el sumidero de la vida, que lo atrae en su vacío, hasta no hallarse más que en la absoluta libertad de no ser nadie, de pasar inadvertido a pesar de sus increíbles posibilidades.
Así le ocurrió a Robert Walser, que aún siendo joven se recluyó voluntariamente en un sanatorio psiquiátrico en Suiza para pasar el resto de su vida dando paseos por los alrededores, como ocurre con Simon Tanner, haciendo de la inconstancia un hábito y un arte, hasta que en 1956 lo encontraron muerto sobre la nieve. La muerte lo encontró en medio de la nada y sólo nos cabe suponer que la buscó donde quiso. Los hermanos Tanner es el mejor ejemplo del tributo que hay rendir a la vida cuando se quiere emprender la tarea de labrar el propio destino.
Así le ocurrió a Robert Walser, que aún siendo joven se recluyó voluntariamente en un sanatorio psiquiátrico en Suiza para pasar el resto de su vida dando paseos por los alrededores, como ocurre con Simon Tanner, haciendo de la inconstancia un hábito y un arte, hasta que en 1956 lo encontraron muerto sobre la nieve. La muerte lo encontró en medio de la nada y sólo nos cabe suponer que la buscó donde quiso. Los hermanos Tanner es el mejor ejemplo del tributo que hay rendir a la vida cuando se quiere emprender la tarea de labrar el propio destino.
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