30.12.19

Richard Fleischer "20.000 Leagues Under The Sea" 1954.(Tú hablas de la luz, yo hablo de la noche-Mar Padilla)

El mal y la muerte es lo más difícil de explicar a un niño. La vida en sí misma o las maravillas del planeta Tierra, en cambio, no ofrecen mayor dificultad, no necesitan puntualización alguna. Para ayudarnos, entretenernos y abrir bien los ojos a nuestro alrededor, Julio Verne inventó la literatura científica, a través de la cual imagina el desarrollo del futuro a partir de artefactos inventados.
Se da la circunstancia de que Verne es uno de los escritores más populares de todos los tiempos, lo que significa que la especie humana, quizás, no es tan descabelladamente estúpida como a veces se piensa. Julio Verne concebía la vida como un viaje, una aventura que contiene el spoiler que todos sabemos.

Su primera obra de ficción científica es París en el siglo xx, una novela que fue rechazada por pesimista: presagiaba una sociedad en que la gente viviría obsesionada con el dinero, la velocidad y, sí, una red mundial de comunicaciones. Una de las preocupaciones del gran autor francés era que la humanidad no siempre está a la altura de sus progresos técnicos. Un caso exactamente aplicable, por ejemplo, al uso de la bomba atómica. Y un fenomenal hongo nuclear es la imagen predominante en los últimos metrajes de 20.000 leguas de viaje submarino.

Es una película de Walt Disney, sí, pero también es 1954, tiempos de guerra fría y paranoia nuclear.  El capitán Nemo es un genio de la ciencia que decide abandonar un mundo que considera cruel y dominado por leyes injustas —luego sabremos que la causa es que el gobierno de su país torturó y mató a su familia—, para buscar una nueva vida bajo las aguas a bordo de un artefacto producido por él mismo que es una obra maestra de la tecnología: el submarino Nautilus.

En el transcurso de la película, hace prisioneros al profesor Aronnax, a su ayudante Conseil y el arponero Ned Land, quienes descubren la asombrosa vida marina surcando diferentes océanos y la maravilla técnica del Nautilus. A su vez, a lo largo del oscuro viaje van sumergiéndose en la compleja personalidad del capitán Nemo, un ser cada vez más iluminado por su odio a lo establecido.  Rodada en Bahamas y Jamaica, 20.000 leguas… es, probablemente, una de las mejores películas que Disney ha hecho jamás. Contó con un equipo de extraordinarios actores, una hazaña entonces para un emporio dedicado enteramente a los niños: el capitán Nemo es James Mason, espléndido en este tipo de personajes retorcidos y extraños, sea como Brutus en Julio César, como el espía en Con la muerte en los talones, Humbert Humbert en Lolita, o como ayudante del doctor Mengele en Los niños del Brasil. 


Su oponente en 20.000 leguas…, todo ímpetu vital, solo pendiente de comer, beber y amar, que se rige por las leyes de la naturaleza —sin pretender dominarlas más que a golpe de arpón— es Ned Land, interpretado por el grandísimo Kirk Douglas, un huracán imponente con su sonrisa, su pelo rubio al viento y su espalda de estibador levemente vestida con camiseta blanca a rayas rojas. Nemo y Land se saben opuestos y se odian, y solo les une su amor por la música, pero incluso en eso son antagónicos: mientras Land canta canciones de taberna, Nemo interpreta a un tortuoso Bach en su lujoso órgano, ubicado en su lujosa sala retro —terciopelo rojo, madera vintage, hierro forjado— del costoso Nautilus.

La otra pareja son el profesor francés Aronnax, interpretado correctamente por Paul Lukas, y Conseil, al que da vida un fondón Peter Lorre, algo extraño en un papel tan equilibrado y, por tanto, anodino. En esta relación de dobles parejas, Ned es, a su vez, el Sancho Panza de Aronnax, un hombre seducido por la figura de Nemo que empieza a soñar con abandonar la idea de regresar a tierra y abrazar para siempre la oscura vida bajo las aguas, a bordo del Nautilus.
En el transcurso de la película vemos que la locura de Nemo/James Mason se expande, hasta tomar la decisión, por motivos ideológicos, de volar un barco cargado de armas y, a su vez, lleno hasta la bandera de tripulación, esto es, de hombres de mar como él. Herido en la lucha, los dementes ojos de James Mason delatan que, a su vez, ha decidido que si su destino final es la muerte, el maravilloso Nautilus y el resto de tripulantes le van a acompañar hasta las tinieblas. Pero esos planes no son los de Ned quién, junto con Conseil y el profesor Aronnax consigue finalmente huir del submarino y salir a la superficie, a la luz. La explosión final del Nautilus y la isla Vulcania quedan veladas por el recuerdo de las últimas palabras del capitán Nemo, finalmente en su rostro más humano: «tengo esperanza en el futuro cuando el mundo esté preparado para una vida nueva y mejor».


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