Si en 'La parte inventada' Rodrigo Fresán ,dedicó todos sus esfuerzos a desentrañar cómo la mitología de un escritor se cuece en los abismos de la propia imaginación (y aquí Fresán tiene cuerda para rato) ahora en 'La parte soñada' bucea con ahínco en el modo en que “el sueño, ensueño, sinsueño” se convierten en la piedra de toque de un “un libro con todos los tiempos al mismo tiempo que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda
No hay principio, ni centro, ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Tan solo momentos maravillosos en los que la invención es el control, el sueño el descontrol y el recuerdo algo a mitad de camino y sonánbulo y ambulante entre lo que se crea despierto y se cree dormido.” Ese recuerdo del que habla el escritor aquí es 'La parte recordada' que promete Fresán para cerrar una trilogía excepcional.
Un Fresán que narra en este libro cómo se escribe y cómo se lee, narra qué es un libro apocalpsis, narra el fin de la escritura y el fin de la lectura entendidas ambas como mera trasncripción de la realidad y mera observación de lo escrito. No. Nunca. Bajo ningún pretexto. Si alguien aquí busca un libro tranquilo que le devuelva en la imagen invertidad del espejo lo real como bálsamo de una vida apacible en forma de lectura éste no es su libro. Si, en cambio, quiere saber cómo sueña un escritor tan contemporáneamente antiguo como este entonces sí, he aquí la segunda parte (y aquí Fresán contradice el leitmotiv de que 'segundas partes nunca fueron buenas') de un compendio en verdad fuera de lo común: un libro que se lea del mismo modo en que se escribe, con el mismo arduo trabajo mental con el que ha sido creado: “Y, sí, claro, por supuesto; esa había sido y era su idea: que el leer fuese un trabajo, una tarea, un desafío en paralelo de escribir. Que su libro no pudiese ser simplemente mirado y que exigiese del lector la conciencia de todas y cada una de sus letras.”
Sus casi 600 páginas no cuentan entonces una historia, “… mi estilo digresivo y mi temática psicótica”, afirma el escritor, está empeñado en dilucidar lo que parece ser el corazón del libro: el sintagma “la manía referencial” se cuela por todas y cada una de las páginas de este mamotreto imposible de olvidar da cuenta de ello: “Si eso es la manía referencial, entonces él también la tuvo y la tiene. Aunque nunca la sintió como una desgracia sino como parte graciosa de aquello que, en ocasiones, le gustaba identificar como su estilo a la vez que combustible del que se había nutrido su vocación literaria. La percepción del universo entero. Un todo-está-conectado. Un no-hay-nada-que-tal-vez-no-me-sirva.”.
Y entonces todo cabe, aunque el libro solo parezca un comentario secreto y clandestino a 'Cumbres borrascosas' de Emily Brontë y a 'Cosas transparentes' de Vladimir Nabokov y a todo lo que le pasa por la cabeza a un escritor que es capaz de pergeñar un edificio, una ciudad, un continente literario sobre absolutamente nada, emulando al trovador Guillermo de Poitiers y su “Farai un vers de dreit nien”. Bestial.
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