18.1.20

Rodrigo Fresán "Mantra" 2001

Un amigo le dijo a Rodrigo Fresán que Mantra le parecía Cien años de soledad rodada por David Lynch. Algo de razón tiene. Por ejemplo, uno de los ejes de la novela es la historia / antihistoria de una familia mexicana, los Mantra, abducidos por una telenovela. Son muy diferentes de los Buendía de García Márquez, pero 'le hacen algunos guiños a los fulgores del realismo mágico', como explica Fresán. Aunque contrapone su 'irrealismo lógico'. 'Si el realismo mágico es una invasión de lo fantástico en lo cotidiano, el irrealismo lógico es el movimiento de un solo hombre, que va poniendo datos a la irrealidad'.
Rodrigo Fresán nació en Buenos Aires en 1963 y ahora vive en Barcelona, donde es corresponsal de Página Doce. Mantra, su segunda novela, ha sido editada en la colección Año 0, de Mondadori, presuntamente literatura de viajes. La idea se le ocurrió al director literario de la editorial, Claudio López Lamadrid: encargar a siete autores de habla hispana escribir sobre siete grandes ciudades en los albores del nuevo milenio. El colombiano Santiago Gamboa, por ejemplo, ha escrito Octubre en Pekín, la crónica de un mes en la capital china. O sea, se les pagó una cantidad en concepto de adelanto de derechos de autor y se fueron de viaje, con la única condición de que hablaran algo de la ciudad y que tuviera que ver con la actualidad.

Fresán ha escrito una novela deslumbrante sobre México DF, tanto como la propia ciudad. Cuando recibió el encargo, Fresán había perdido el original completo, devorado por un virus de ordenador, de una novela, Kensington Gardens, situada en la Inglaterra victoriana. Y se fue al extremo opuesto, México. 'Acepté el encargo porque sabía que podría combinar mis propias obsesiones con los rasgos tan marcados de México. Quise que la novela tuviera los mismos efectos que produce México, una ciudad llena de energía en la que el pasado está en el presente y el presente en el futuro'.
Lo ha conseguido. Ciudad de México es grande, atomizada. La novela también. Es la historia de una ciudad, la de una familia y la de unos extranjeros.

El lenguaje LIM
El protagonista es un muerto, obsesionado por los luchadores enmascarados, que observa su vida y su muerte por televisión y por eso Fresán utiliza el lenguaje LIM (Lenguaje Internacional de los Muertos): frases cortas, manía referencial, memoria selectiva, palabras que dijeron otros para que las repita uno, explica el escritor en el libro.

 'Sospecho que los muertos no pueden narrar como los vivos'. Y Mantra, en este sentido, es de una riqueza excepcional. Por ella desfilan Lowry, Dylan, Burroughs, Eisenstein, Bolaño, Huxley, Artaud, Karloff... Es un homenaje a los extranjeros que escribieron o filmaron sobre México, que lo convirtieron en un paraíso de la creación. Y hay muchas cosas más: cine de terror, ciencia-ficción, música, y tantas y tantas cosas en 500 páginas que se hacen cortas.

Rosa Mora 


Fragmento

un meteorito, o la brasa de un cigarrillo mordiendo una sábana, o un orificio de una bala abriéndose paso (sacudir con fuerza durante varios minutos hasta alcanzar los diez puntos en la escala Richter, servir en vasos altos, adornar con una de esas pequeñas sombrillas de papel) a través de un cocktail sísmico elaborado a base de ardiente jugo de volcanes y ¿se entiende, se lee bien, hay alguien ahí, falta mucho para aterrizar?

Cuando empezamos a leer, nuestra relación con los libros pasa por la identificación con el personaje. Así, los lectores primitivos necesitan entrar ahí (no es casual que los libros tengan el mismo mecanismo y aspecto formal que los de una puerta) para unirse a la aventura. Con el correr de los años, el lector deja de identificarse con los héroes de la ficción para identificarse con la realidad del escritor. El cómo se cuenta una historia acaba imponiéndose por encima de la historia misma. No estoy seguro, entonces, de que los lectores evolucionen. Pienso que, tal vez, acaban perdiendo algo por el camino, lo más importante: la posibilidad de ser uno con el héroe, de combatir y vencer a su lado.

Mis recuerdos de Martín Mantra intentan ser invocados a partir de una absoluta identificación con el héroe. Cualquier rasgo de estilo que se encuentre aquí, cualquier maniobra estética, obedece no a una necesidad de seducir sino a una resignación frente a las mareas irregulares en los océanos de mi cerebro contaminado, más detalles adelante. Intentaré seguir a mi héroe, hacer memoria impulsado por la admiración y no por la necesidad de, simplemente, recordar algo para después poder contarlo, leerlo. Hago lo que puedo, no hago mucho. Pensar más en estática que en una estética.

Martín Mantra llegó a mi país, al colegio Gervasio Vicario Cabrera n.º 1 Distrito Escolar Primero, a mediados de la terrible e infame década de los setenta. Entró en quinto grado –quinto grado C– con el año escolar iniciado y se fue antes de que concluyera. No estuvo más que unos pocos meses –otoño, invierno austral– y una mañana ese espacio vacío en la foto se convirtió en el espacio vacío de un pupitre en el que nadie se atrevía a sentarse porque, sin necesidad de decirlo, nos habíamos jurado conservarlo intacto y sin nuevo inquilino, como si se tratara de una intocable pieza de colección a la espera de que su santo dueño viniera a reclamarla. Al menos así lo sentía yo. Después, cuando desapareció para no volver, todo fueron rumores:

–Martín Mantra había sufrido un ataque de epilepsia en el recreo (Morales/Gonzalo me juró por Washington AlbertaziPiba, el delantero del Deportivo Recoleta, que «el mejicanito –con j, hay que aclararlo– se vino abajo como si le hubieran pegado una patada en el área chica echando espuma por la boca y con los ojos en blanco y diciendo algo que sonaba como, qué sé yo, como Poropozec ciebie nie prosze dorzanin albo zyolpocz ciwego, como algo en el idioma de esos indios locos, vaya uno a sabe

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