3.5.20

Lieschen: El centro, de Vilém Vok - Dublinesca, Enrique Vila-Matas

En Dublinesca, Enrique Vila-Matas incluye varias referencias al escritor checo Vilém Vok, autor de Algunos volvieron de largas travesías, The Quiet Obsession en su traducción inglesa, y del ensayo novelado El centro, del que cita este pasaje:
“La grandeza y la belleza de Nueva York reside en el hecho de que cada uno de nosotros lleva consigo una historia que se convierte inmediatamente en neoyorquina. Cada uno de nosotros puede añadir un estrato a la ciudad, consciente del hecho de que en Nueva York se encuentra la síntesis entre una historia local y una historia universal”.

Para el protagonista de la novela de Vila-Matas, el editor retirado Samuel Riba, Nueva York “ha tenido siempre la magia exacta de los mitos que a algunos le sirven estrictamente para vivir” y El centro “ha sido como la biblia que ha reforzado esa magia ayudándole en los momentos en que necesitaba de la idea de Nueva York ya no sólo para vivir sino para sobrevivir”. ¿Quién, teniendo la obsesión de Nueva York y buscando cualquier excusa para alimentarla, habrá podido contenerse y no salir disparado a procurarse noticias de Vok y de su libro?

Ésta fue la última vez que me vi engañada por Vila-Matas: Vilém Vok no existe. Estando tan reciente el chasco provocado por la ignorancia aliada con la credulidad y desconociendo, además, si Vila-Matas está con Arcadi Espada o con Javier Cercas y Francisco Rico en la querella sobre los límites entre el periodismo y la ficción, resultaba inevitable tomar con la mayor de las prevenciones la información bibliográfica que ofrecía en uno de sus artículos en El País: la reciente edición de La biblioteca de los libros perdidos, de Alexander Pechmann. La acumulación de indicios de fiasco ciertamente justificaban las reservas: al parecer, el libro se abría con la cita “basta que un libro sea posible para que exista”, tomada de La Biblioteca de Babel, de Borges; y el contenido –según la reseña, un ensayo sobre las obras literarias que, por los más diversos motivos, se perdieron o fueran destruidas– conectaba de forma tan perfecta como sospechosa con la obsesión de Vila-Matas por la literatura del No, la de Bartleby y compañía. Hubiese sido hermoso, además de repararme como lectora sagaz, un libro perdido sobre libros perdidos. Pero Alexander Pechmann existe y Edhasa ha editado su libro.

Los manuscritos extraviados por sus autores en un hotel o en una estación de tren, los destruidos por la propia mano que los alumbró o por la de sus herederos, los originales traspapelados por editoriales, las obras abortadas por las guerras y las exterminadas por la censura, los libros convertidos en cenizas por el fuego y los enterrados por el tiempo en circunstancias de las que nada sabemos, los libros proyectados y nunca escritos, los concebidos para un único lector y los libros de los autores sin obra son los que se guardan en la biblioteca de los libros perdidos, en cuyos estantes habrá que buscar la Titanomaquia, en la que Hesíodo narraba el origen del mundo, Mergites, la epopeya cómica de Homero, la biografía escrita por Goethe de un tigre cuyo cadáver congelado que fue enviado al duque de Weimar Carl August, las memorias de Byron, los cuadernos de notas y diarios de Thomas Mann, The Towns of Manhattan de James Fenmore Cooper y Una historia narrada de nuestra época de Joe Gould. También allí se encuentran los libros imaginarios de la literatura universal, aquellos que sólo se mencionan en otros libros, como el ejemplar preferido de Roderick Usher o el libro amarillo y envenenado de Dorian Gray.

Quién no querría leer estos libros. Pero entre todos ellos, echo en falta el que desde hace meses me obsesiona, el que ha adquirido la densidad de lo real en medio de la irrealidad de tantas otras lecturas ya perfectamente olvidadas, el que acabo de solicitar al subsublibliotecario de la Biblioteca de los Libros Perdidos: El centro, de Vilém Vok. En las cubiertas, sobre un fondo azul noche, una vorágine enmarañada de un azul eléctrico y nervioso. Nueva York, ciudad eléctrica y nerviosa, es el tema de la prosa torrencial y, al tiempo, contenida y sobria, de un digno heredero de Kafka. Aguardo ansiosamente en la sala de lectura a que me sirvan el ejemplar, a acariciar sus tapas de tela azul y a precipitarme en sus casi quinientas páginas, como quien se lanzara desde la aguja de un rascacielos sobre la ciudad, para poseerla.

Publicado por Lieschen - 28.3.11
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