A finales de 1954, casi dos años después del estreno de Esperando a Godot, Samuel Beckett recibe una carta desde el penal de Lüttringhausen, en Alemania. En ella, un convicto por fraude le explica en un excelente y ceremonioso francés no sólo que ha traducido su obra al alemán, sino que la ha representado en más de quince ocasiones ante el entusiasmo de sus compañeros reclusos.
Karl Franz Lembke —estafador y dramaturgo aficionado entre rejas, embaucador carismático y seductor— no sería más que una pequeña nota al pie en la correspondencia de Beckett si no fuera por la curiosidad de Erika Tophoven, quien, décadas después de esa asombrosa misiva, intenta perfilar el retrato de tan singular personaje y reconstruir su peripecia a lo largo y ancho de una Europa de posguerra que, rota y recosida, invita a la impostura y la ocultación.
Traductora canónica al alemán de Beckett, Kristof, Sarraute o Simenon, la hoy casi nonagenaria Erika Tophoven recrea un continente vacío y una época de absurda espera. ¿Tal vez sólo un timador podía ofrecer un testimonio fiable de esos tiempos sombríos? ¿Encontraría Lembke en el Godot un escenario donde por una vez no fuera necesario esconderse?
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