22.6.20

Peter Weiss "El nuevo proceso" 1998

Peter Weiss dramatizó El proceso de Kafka mientras trabajaba en el primer volumen de su trilogía La estética de la resistencia. Inmediatamente después de concluir su novela, en el año 1981, comenzó a escribir la que sería su última obra, El nuevo proceso. Junto a Gunilla Palmstierna-Weiss la llevó a escena el día 12 de marzo de 1982 en Estocolmo.

Josef K es también el "héroe" de esta obra, pero el mundo de El nuevo proceso ya no es el de Kafka, sino el presente. Josef K no es detenido una mañana "sin haber hecho nada malo", Josef K es consejero delegado en un gran grupo de empresas. Su conocimiento de las corrientes políticas e ideológicas vigentes en cada momento, su sentido de la responsabilidad, su comprensión hacia la necesidad de la gente hacen inevitable su ascenso, el ascenso del intelectual a director de la multinacional.

Y también allí donde la multinacional desbanca la competencia en el mercado mundial, K tiene una perspectiva de toda la humanidad: "Si ya no hay competencia, se eliminan también los intereses egoístas. Y entonces estamos sólo al servicio del bienestar general..." Para los militares y el ministro es insustituible. El nuevo proceso que instruyen los poderosos a K como director consiste precisamente en que tenía que representar el rostro del poder "sin haber hecho nada malo".

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Cuando Peter Weiss escribió y puso en escena "El nuevo proceso", ya había llegado a la cumbre de su obra literaria con su monumental novela "La estética de la resistencia", y estaba -él no lo sabía pero podía imaginárselo, pues andaba mal del corazón- a punto de decirnos adiós.

Yo estoy afirmando desde hace algún tiempo que el drama es un género "textamentario", y escribo la palabra así, con X, para construir una palabra mestiza, de texto y de testamento. Todo texto teatral que escribimos -digo yo- tiene un fuerte componente "textamentario", en el sentido de que es la escritura de una -en cierto sentido, agónica- voluntad del autor, a cuyo cumplimiento, en el caso improbable de que se cumpla, él no suele asistir, a no ser que la puesta en escena se haga en los territorios de su vecindad, o que él tenga la vocación más compleja de la escritura y la práctica teatral, y le guste andar entre actores, proyectores y telones.

"El nuevo proceso" es un drama en cuya puesta en escena él participó, y su carácter "textamental" reside más bien en el hecho de que, como acabo de decir, aquel mismo año habría de decirnos adiós. Con "El nuevo proceso" había vuelto al teatro, después de los sinsabores que había tenido tanto con "Hölderlin" -que en el Dramaten de Estocolmo, teatro al que se lo ofreció como primicia, le rechazaron "porque Hölderlin era un personaje desconocido para los suecos" (Peter Weiss mismo me contó esta anécdota)-, como con "Trotski en el exilio", obra que los escritores soviéticos stalinistas rechazaron por considerarla poco menos que trotskista, y los trotskistas por considerarla poco menos que una justificación del asesinato de Trotski.

En "El nuevo proceso" puso Peter Weiss a contribución del drama y de su puesta en escena todo el cúmulo de sus muchos saberes y talentos literarios y dramáticos, y fue, en cierto modo, un regreso al componente vanguardista que un día había aparcado -no del todo- a favor de los rigores propios de una documentación, mínimamente tabulada y políticamente determinada. Es también un homenaje, visible desde el título, a nuestro admirado Franz Kafka, de cuyo "Proceso" ya había hecho antes una versión para el teatro.

Hablando de adioses, pienso que su "Adiós a los padres" es uno de sus textos más admirables; y esto me hace recordar ahora que, cuando en 1982, él mismo nos dijo a nosotros "adiós", yo personalmente sentí frío y soledad. Otras pocas veces he pensado y sentido algo parecido a lo que entonces pensé y sentí: "Estamos más solos todavía".

La lectura actual de este "Nuevo proceso" es un placer, pero también puede formar parte de ese homenaje siempre debido a los grandes escritores revolucionarios como él, que tanto nos acompañan a pesar de la muerte, y tanto acompañarán en el futuro -desde sus "textamentos"- a las nuevas generaciones de la esperanza.

Alfonso Sastre
Hondarribia, junio 1998


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