“Las lagunas son mi punto de partida”, decía monsieur Teste, y a lo lejos, desde Chile, así veo la literatura de Vila-Matas: como una laguna y como un punto de partida.
La laguna: no esperábamos recibir, desde España, esos libros raros. Pero los libros de Vila-Matas no son raros. Lo raro es que alguien los haya escrito, que alguien haya preferido escribirlos, en contra pero a favor del silencio, en contra pero a favor del fracaso. Entonces, a comienzos de los años noventa, los libros que teníamos cabían en una maleta, y eso no ha cambiado, salvo que la maleta ahora es más grande, o hemos descubierto, por fin, su doble fondo. Pero igual había precarios estantes donde acomodar a Vila-Matas junto a Enrique Lihn o a Juan Emar y cerca de otros viejos conocidos: pienso en Perec, en Macedonio y, sobre todo, en Maurice Blanchot.
Leíamos tanto a Blanchot que necesitábamos a alguien que lo hubiera leído antes. Alguien que no fuera un profesor ni un alumno o que al menos no anduviera por la vida enseñando o aprendiendo. De seguro Vila-Matas fue el primer español que leyó a Blanchot (el primero y el último, iba a escribir, pero sería injusto, pues los cables internacionales afirman que hoy son muchos los españoles que leen a Blanchot, en especial después de leer a Vila-Matas). Recuerdo, de La escritura del desastre, este bello fragmento que serviría de epígrafe para cualquier libro de Vila-Matas: “¿Y si escribir es, en el libro, hacerse legible para todos, e indescifrable para sí mismo?”.
Me gusta ese matiz: se escribe en el libro. Escribir es, para Vila-Matas, escribir libros, por eso sus colecciones de cuentos son más bien novelas o ensayos camuflados. Hijos sin hijos, por ejemplo. Cuando leímos Hijos sin hijos éramos, apenas, hijos con padres que hacían lo posible por convertirse en hijos sin padres (el plural es algo engañoso, pues hablo en nombre de tres o cinco lectores, aunque nos creíamos, entonces, baúles llenos de gente).
Desde hace un tiempo, Vila-Matas ya no es un hijo sin hijos, pues ahora sin duda es un padre sin hijos, y digo sin duda sólo para ser enfático como lo es Vila-Matas cuando habla raro. Me lo dijo esta mañana el escritor Roberto Contreras, con total naturalidad, como si expresara una verdad contundente y en un tono que transmitía una profunda admiración: Vila-Matas ya es todo un padre sin hijos. Y eso significa, pienso ahora, a manera de callado lamento, que nosotros ya somos unos verdaderos hijos sin padres.
Desde hace un tiempo, Vila-Matas ya no es un hijo sin hijos, pues ahora sin duda es un padre sin hijos, y digo sin duda sólo para ser enfático como lo es Vila-Matas cuando habla raro. Me lo dijo esta mañana el escritor Roberto Contreras, con total naturalidad, como si expresara una verdad contundente y en un tono que transmitía una profunda admiración: Vila-Matas ya es todo un padre sin hijos. Y eso significa, pienso ahora, a manera de callado lamento, que nosotros ya somos unos verdaderos hijos sin padres.
“La prosa de Kosztolányi es silenciosa y aguda. Nuestros libros actuales son más ruidosos y tal vez más turbios”, ha dicho Péter Esterházy, y quizás Vila-Matas suscribiría esta forma de leer el presente. El libro más ruidoso y más turbio es misteriosamente legible para los otros e indescifrable para el que escribe: eso es lo que he aprendido leyendo a Enrique Vila-Matas.
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