10.8.20

John cheever "Diarios" 1991

A Cheever todo le afecta de alguna manera. Se vuelve sombrío cuando habla del tedio conyugal, de las contrariedades domésticas y de su precaria situación económica de escritor fracasado. Tiene momentos autodestructivos en los que cuestiona su alcoholismo (nos hace sentir el amargor de la resaca de ginebra), sus relaciones sociales y hasta la calidad de su obra.

También hace reflexiones sobre la escritura: “Una página de buena prosa es aquella donde uno puede oír la lluvia”. En otros momentos sus palabras poseen una religiosidad extrema o un romanticismo desesperado y siempre flota en el ambiente una gran sexualidad, contenida al principio de la obra, para tornarse explícita al final. Y padece frecuentes remordimientos por sus inclinaciones homosexuales.

Sólo con el éxito alcanzado en las postrimerías de su vida, el autor consigue creer en su pertenencia a la hermandad de los grandes escritores (Saul Bellow, John Updike, Norman Mailer), con los que mantiene relaciones controvertidas de admiración y odio.

Su editor decidió publicar sólo un veinte por ciento del gran volumen de entradas fragmentarias, a veces repetitivas, que nos dejó.

John Cheever posee una prosa cuidada, incisiva y de gran profundidad, y los Diarios son la mejor muestra del escritor dedicado a su oficio las veinticuatro horas del día.

Sentado en las piedras frente a la casa, mientras bebo whisky escocés y leo a Esquilo, pienso en nuestras aptitudes. Cómo recompensamos nuestros apetitos, conservamos la piel limpia y tibia y satisfacemos anhelos y lujurias. No aspiro a nada mejor que estos árboles oscuros y esta luz dorada. Leo griego y pienso que el publicista que vive enfrente tal vez haga lo mismo; que cuando la guerra nos da un respiro, hasta la mente del agente publicitario se inclina por las cosas buenas.

Mary está arriba y dentro de poco iré a imponer mi voluntad. Ésa es la punzante emoción de nuestra mortalidad, el vínculo entre las piedras mojadas por la lluvia y el vello que crece en nuestros cuerpos. Pero mientras nos besamos y susurramos, el niño se sube a un taburete y engulle no sé qué arseniato sódico azucarado para matar hormigas. No hay una verdadera conexión entre el amor y el veneno, pero parecen puntos en el mismo mapa.

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