5.8.20

Ricardo Piglia "El último lector" 2005

El último lector no es parte de su autobiografía, salvo por el hecho de que el Epílogo concluye: “mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito”. Hay una confesión que podríamos compartir el resto de lectores para quienes la literatura ha sido y es otra forma de vida paralela. Para la secta de lectores apasionados éste será una prueba de que la inteligencia lectora puede resultar tan atractiva como la novela misma.

En apariencia el mismo título, El último lector, induce a un cierto equívoco, porque parece inducirnos a la extinción de la lectura, de la que se salva la novela. Piglia, en efecto, es novelista. Apenas si utilizará modelos poéticos o teatrales, pese a que el título procede de un poema de Oliver Wendell Holmes y en una ocasión especula sobre una actriz decimonónica raptada por los indios en la frontera argentina que probablemente recordaría en su cautiverio parte del repertorio en el que figuraría el Otelo shakesperiano.

El prólogo mismo puede entenderse como un relato creativo y simbólico. Un hombre del barrio bonaerense de Flores ha construido en tamaño reducido la capital y muestra su obra, aunque siempre a un solo espectador. Respondería al arte como “una forma sintética del universo, un microcosmos que reproduce la especificidad del mundo”. Parece una fórmula borgeana, pero es que el libro de Piglia sería inconcebible sin un Borges previo, al que alude y del que se sirve a lo largo del libro.

La materialización de esta idea tiene que ver con al realidad y su reproducción (no con el realismo) y con la ciencia-ficción (se trata de una máquina sinóptica en la que “lo real no es el objeto de la representación sino el espacio donde un mundo fantástico tiene lugar”). A continuación, partiendo de una lógica cartesiana, Piglia se pregunta por la naturaleza del lector y recuerda una fotografía de Borges “que intenta descifrar las letras de un libro que tiene pegado a la cara”. Kafka y Joyce le permiten analizar el significado actual de la lectura. De hecho, la descubre en Cervantes, dispuesto a leer cualquier papel que encontraba en la calle. Lo fragmentario acaba convirtiéndose en una experiencia compartida en Finnegans Wake, el texto de Joyce que alcanza el límite del lenguaje.

También la lectura puede entenderse como droga, enfermedad (Proust, Artl, Flaubert). El último lector no es una obra de sociología literaria, sino que analiza, desde los textos, cómo se enfrenta cada uno a la lectura, y cómo el lector aparece en el seno de la misma evolución literaria. En El Quijote sólo una vez contemplamos a su protagonista leyendo. Está enfrascado en el de Avellaneda cuando Cervantes, posiblemente, ya andaba escribiendo su Segunda Parte.

El primer ensayo trata de la obra de Borges que permite variados modelos de lector y finaliza en el “caso Hamlet”, donde se descubre “la interioridad”. Sigue Kafka, el de las cartas a Felice Bauer, que rastrea. Hay una lectura oral, otra copista (“Pierre Menard”). Nos introduce más tarde en la novela policíaca. Será célibe, libre, excluido. De este modo “puede ver la perturbación social, detectar el mal y lanzarse a actuar”.

El siguiente capítulo trata de Che Guevara, quien descubre en uno de los personajes de London “el modelo de cómo se debe morir”. La lectura en Anna Karenina, el penúltimo capítulo, está en función del ferrocarril, el progreso tecnológico. “Frente al malestar de sus propias vidas, las mujeres que leen (Anna Karenina, Madame Bovary, Molly Bloom) encuentran otra vida posible en la infidelidad”. La lectura interrumpida es otro tema que le permitirá enlazar a Tolstoi con Cortázar. Brillante es el análisis de Robinson Crusoe, “la inversa de don Quijote”. El último de los “ensayos” se centra en el Ulysses.

Quien se aventure en el libro de Piglia no va a perderse. Andará por insospechables caminos, acompañado de un lector lúcido, atento, imprevisible. Convierte el análisis crítico en una emocionante aventura, en otra forma narrativa. Porque “el último lector” somos nosotros.

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