A estas alturas dudo que nadie niegue la completa heterodoxia de Enrique Vila-Matas en el panorama narrativo español. Desde sus inicios en los ya lejanos años setenta su prosa se ha definido por un rigor iconoclasta que ha logrado quizá lo más difícil para cualquier autor, hilvanar una voz propia e inimitable que a cada fase ha ido superándose.
A falta de ganar el premio gordo que es el Nobel podría pensarse que poco le queda por demostrar al creador de la catedral de la Metaliteratura, pero su última novela parece desmentirlo a través de múltiples vueltas de tuerca. Mac y su contratiempo podría ser una síntesis de todas sus virtudes desde estratagemas literarias que el tiempo y la experiencia van puliendo para configurar un cuerpo siempre con menos ripios.
A diferencia de otros textos, la acción se desarrolla, siempre supuestamente, en un espacio reducido. Desde hace varios años reivindico el papel de Vila-Matas como narrador oculto de Barcelona y el espacio elegido en Mac y su contratiempo lo confirma. Su protagonista vive en el barrio del Coyote y tras ser, no insistiré en las suposiciones, despedido del trabajo pasea por los aledaños de su domicilio.
Al disponer de mucho tiempo libre, observa lo cotidiano, habla con los vecinos y resulta que uno de ellos, un escritor de un cierto renombre que tres decenios atrás publicó Walter y su contratiempo, compendio de relatos que su propio autor desdeña al ser producto de melopeas que sólo exaltaban un ego interesado en su madurez por mimetizarse con tendencias contemporáneas.
Mac la había leído tiempo atrás, dejando la lectura más o menos hacia su mitad. Justo después de escuchar con vigilante atención los comentarios de su prestigioso vecino lee una noticia donde se decía que el arte contemporáneo no ofrece obras terminadas sino inconclusas para que el espectador las complete con su imaginación y localice una fisura visible cuando las obras no bastan y necesitamos un hueco para completarlas. Esa fisura es la señal secreta que lo impele a rehacer las memorias del ventrílocuo Walter, llamado así en homenaje a un antiguo jugador del Valencia que murió muy joven en un accidente de coche y fue el único cromo que faltó para completar uno de sus álbumes de infancia.
Y así, como el juego que siempre ha sido la literatura para el barcelonés, Mac inicia su reconstrucción del manuscrito de otro adaptándolo a sus intereses en un tour de force de maestría y conocimiento que se alternará con su propia existencia a través de sus caminatas por el barrio, donde dará con una serie de personajes que crean una novela dentro de la novela, pues mientras lucha por reinventar una herencia ajena y redactar su libro póstumo no dejará de sorprenderse con situaciones hilarantes marca de la casa, absurdos de la mundanidad que Vila-Matas recoge y expone con un humor natural que sólo espera unos ojos válidos para abandonar su zona oculta y ser excepcional pese, o precisamente, a su nacimiento entre el asfalto de las calles y las barras de los bares.
Esta novela sintetiza todas las virtudes de Vila-Matas, esas estratagemas literarias a las que la experiencia va depurando de ripios
Mac intenta seguir la pista de Nathalie Sarraute y ratificar que escribir es tratar de saber qué escribiríamos si escribiésemos. A partir de la reescritura de la novela de Ander Sánchez el diario se transforma en un híbrido que alterna las vivencias del protagonista por el barrio del Coyote con el experimento literario en el que se alterna una labor hermenéutica con una verdadera reformulación del manuscrito.
Cada relato de Walter y su contratiempo contiene un epígrafe inicial de un autor que Sánchez eligió para jugar con el estilo y configurar un mosaico que desde la variedad termine por unir con brillantez todas las teselas del artefacto, que Mac modifica en función de sus intereses narrativos para dialogar con la prosa de John Cheever, Djuna Barnes, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Raymond Carver, Bernard Malamud, E. A. Poe o G. K. Chesterton.
Nombres que junto a los títulos de cada relato y su correspondiente trama permiten a Mac adentrarse en un juego fascinante que le sugieren preguntas y modificaciones a través de las que se introducen en el texto otras influencias que van de Marcel Schwob a Petronio, de William Faulkner a Roberto Bolaño pasando por Guy de Maupassant, Friedrich Nietzsche o la muy vila-matiana e invisible sombra de Arthur Rimbaud en un plácido y vertiginoso recorrido que vuelve a corroborar lo infinito de la literatura mientras nos suscita la duda de si la copia puede superar al original en la inevitable odisea que antes de proceder a la escritura privilegia la vida por encima de las palabras, dado que sin el goce de la existencia no crearíamos con autenticidad.
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