19.10.20

Jacob Wassermann "Gaspar Hauser" 1908 (Colección Reno)

Werner Herzog "The Enigma of Kaspar Hauser"

La historia de Caspar Hauser no es exactamente una leyenda, sino una serie de hechos sorprendentes ocurridos en Alemania en el siglo XIX. Como seguramente muchos conocen, Hauser fue un muchacho que apareció un buen día en Nuremberg como salido de la nada. Sin apenas ser capaz de andar ni comunicarse, llevaba dos papeles en los que figuraba su nombre y supuestos datos sobre su nacimiento y origen. Más tarde se averiguó que desde muy pequeño había vivido recluido en una especie de zulo, en la oscuridad y sin más contacto con el mundo exterior que la visita periódica de un hombre misterioso que le alimentaba a pan y agua.


El misterio de Caspar se extiende a otros episodios de su vida, incluyendo su asesinato, hoy en día todavía no esclarecido. Todo lo cual no ha dejado de excitar el interés de sucesivas generaciones, alimentando desde investigaciones científicas hasta chismorreos populares, pasando naturalmente por recreaciones artísticas, entre las que se encuentra la obra que intentaré comentar, pero también alguna que otra película (la de Werner Herzog es la más conocida), esculturas y nombres de parques o hasta de asociaciones de distinto tipo.



El libro de Wassermann es una biografía novelada que da la impresión de ajustarse con bastante precisión a los datos de que se dispone. Seguramente por ello no le dedica mucho espacio a la etapa de cautiverio del joven, aunque es en principio el elemento más impactante de la historia: recluido desde edad muy temprana, Caspar no conoce nada más que a sí mismo y las puntuales apariciones de su carcelero, no ha visto el sol, ni árboles ni edificios, ni a otros seres humanos. A pesar de tratarse de una situación muy potente, quizá hay que agradecer aquí la mesura del autor, que evita dejar volar demasiado la imaginación.

Como es de suponer, la aparición del adolescente causó estupor en la pequeña ciudad provinciana, y pronto se suscitaron rumores, fantasías y recelos. Más o menos protegido por las autoridades locales, Caspar fue quedando bajo la tutela de sucesivos ciudadanos honorables: una especie de científico, un jurista, una dama de la buena sociedad, un profesor, incluso se mantuvo bajo protección (y financiación) de un extraño noble inglés, cuyos sentimientos hacia el muchacho resultan un tanto equívocos, y a quien Wassermann asigna un papel protagonista en un confuso complot contra su protegido. 

A este respecto, algunas hipótesis, por lo visto no demasiado descabelladas, apuntan a que el joven era descendiente de alguna insigne familia de los principados alemanes, e incluso del mismo Napoleón, viéndose la criatura retirada de la circulación para no perturbar intereses políticos o dinásticos. No hace aún muchos años que se han realizado pruebas de ADN para esclarecer estos extremos, y este confuso origen explicaría posibles intenciones de quitarle de en medio definitivamente.

Las dificultades de este desdichado no se limitan a su terrible infancia, sino que se extenderán a su etapa en libertad, porque junto a cierto sentimiento protector brotan suspicacias, acusaciones de fraude, e incluso varios intentos de acabar con su vida. Se diría que Caspar despierta de alguna manera las más bajas inclinaciones allá donde vaya. Sus sucesivos tutores terminan, bien exhibiéndole como un fenómeno para ganar relevancia social, o intentando seducirle sexualmente, pero, siempre y sin excepción, desconfiando de él o exasperándose porque por algún motivo su comportamiento no es lo que se esperaba. 

Se diría que Hauser descoloca a la sociedad y sobre todo a quienes le tienen más próximo, no saben qué hacer con él, no comprenden sus reacciones y terminan por odiarle y repudiarlo. En una lectura más actual, diríamos que es un individuo ‘diferente’ (en este caso, por su origen desconocido, pero sustituyámoslo por raza, religión, lengua, costumbres), ante el cual los individuos se movilizan inicialmente para acogerle, pero que con el paso del tiempo se vuelve algo incómodo, que no encaja en lo establecido y a quien terminan por atribuirse mentiras e intenciones oscuras sin que siquiera se sepa en qué consisten. 

La sensación de profunda injusticia se transmite con eficacia al lector, porque el joven aparece zarandeado por motivos fútiles, y cuestiones insignificantes son suficientes para provocar una marea de acusaciones y reproches. Todo ello hace más verosímil la existencia de intereses y manos negras que agitan la situación; como el autor tampoco profundiza sobre el particular, esa misma opacidad termina por convencernos de que en el fondo sí hay una fuerza oculta que pretende acabar con Caspar.

El problema de Wassermann (a lo mejor no muy distinto al de este reseñista) es que necesita demasiadas páginas para contar las cosas, que además tampoco son tantas, y son bastante similares. Los personajes -en general más bien ‘sobreactuados’, probablemente no lejos del expresionismo- son definidos y matizados una y otra vez sin escatimar extensión. Curiosamente, a fuerza de observarlos con ese grado de detalle terminan por resultar sumamente humanos, dubitativos, cambiantes, poliédricos. A cambio, el ritmo del relato se hace algo premioso, y parece que el autor no da con la fórmula para construir una narración más ágil o menos lineal. O es quizá que quiere por encima de todo ser fiel a la historia original y se abstiene por ello de introducir otro tipo de elementos, situación que resulta bastante habitual en biografías noveladas, que suelen terminar resultando algo plomizas.

No obstante estas carencias, hay también que destacar el fino sarcasmo que recorre las páginas del libro, o algún detalle formalmente más innovador, como la existencia de un capítulo entero conteniendo cartas cruzadas que los personajes se envían unos a otros. Y bueno, aunque sea algo anecdótico, tampoco puedo dejar de mencionar la grandeza de Wassermann para ponerle títulos fascinantes a los capítulos.



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