Lo que podría ser una historia de amor -porque eso parece al principio- se convierte en una terrible venganza, el juego de un chico se transforma en un ajuste de cuentas: premeditado en la forma y cruel en su alcance. Mishima traza una línea desde la habitación de la madre con vista al mar, hasta el dique seco en donde se juzga al ingenuo marino. Lo que narra, aquello que ocurre entre los dos puntos, oscila entre la belleza y el horror, entre la sensualidad y la decadencia
EL MUNDO DE LOS ADOLESCENTES
Noboru señala reiteradamente que sólo espía a Fusako cuando han tenido algún altercado, por lo tanto la busca cuando tiene ganas de agredirla. Se nota ya, desde el primer momento, la violencia del adolescente: si tú me faltas, yo me desquito contemplando tu cuerpo a mi antojo. O metafóricamente: si te portas mal conmigo, yo te violo. Este elemento destructivo, de momento sólo insinuado, será el hilo conductor. Noboru es el protagonista: la trama se teje a su alrededor: él -en realidad es más justo decir su rebeldía, su descontento, su odio- convierte la historia en una tragedia.
Noburu pertenece a un grupo de colegiales de trece años con ideas y principios anárquicos. Descontentos con el orden social, desconfían de todo y de todos: principalmente de los padres. A tal punto que consideran a Noboru un privilegiado porque su padre murió cuando era un niño. El colegio:
“no es si no una sociedad en miniatura. Por eso nos están dando órdenes continuamente. Un puñado de ciegos nos dice lo que tenemos que hacer, y hace trizas nuevas ilimitadas facultades.” (pág. 54).
Las posturas del grupo son radicales, intentan acabar con las instituciones sociales para volver al caos inicial. Obviamente, si no tuvieran un jefe, no serían capaces de actuar. Pero hay un jefe que los guía y los incita, circunstancia común a los grupos adolescente, sean estos del tipo que sean. El más aventado propone, y la masa obediente ejecuta. Primero asesinan al gato, acto que simboliza un ritual de iniciados. Necesitan expulsar el miedo del cuerpo:
“… La mayor inhumanidad era entre ellos algo digno de orgullo.” (pág. 55).
Luego asesinarán al marino por haberse convertido en padre:
“… Un padre es una máquina de ocultar la realidad, una máquina de urdir mentiras para los niños. Pero eso no es lo peor: íntimamente cree que representa la realidad. Los padres son las moscas de este mundo. Sobrevuelan nuestras cabezas a la espera de una oportunidad y, cuando descubren algo podrido, caen sobre ello zumbando y hozan en la carroña. Sucias, lascivas moscas que van aireando a los cuatro vientos que han jodido con nuestras madres. Harían cualquier cosa para contaminar nuestra libertad y nuestras facultades. Cualquier cosa para proteger las sucias ciudades que han construido para sí mismos.” (pág. 134).
Para matarlo, se apoyan en la ley que protege a los menores de 14. Por eso tienen que hacerlo pronto, están cerca del límite. Es desgarradora la visión del mundo de estos chicos, increíble la cantidad de odio y crueldad que puedan acumular. ¿Por qué ese desencuentro insalvable, esa voluntad de destrucción, esa falta de sentimientos? Mishima muestra a un país herido que atraviesa una crisis después de la derrota de la guerra, una sensación de vacío se ha instalado entre ellos, viven una crisis de valores, de ideales. Los jóvenes buscan desesperadamente el cambio produciendo una explosión similar a la de Hiroshima y Nagasaki: aniquilar el pasado, desautorizar a los padres que perdieron la guerra y fueron humillados, comenzar de cero, arrasar con lo establecido.
Curiosamente, los chicos creen que si el marino muere, se salvará: la muerte lo rescata de su rol de padre y lo convierte en héroe. Este es uno de los temas en la novela: la búsqueda de la gloria. Ryuji es el personaje que introduce este tema: se hizo marino porque ambicionaba la gloria:
“A los veinte años se había dicho a sí mismo, vehementemente convencido: Hay una única cosa para lo que yo estoy destinado, y es la gloria. ¡Sí, la gloria! Ignoraba qué clase de gloria deseaba o para qué tipo de gloria se hallaba facultado. Solamente sabía que, en las profundidades de la negrura universal, existía un punto de luz que sólo a él le había sido destinado, y que algún día aquella luz se acercaría a él e irradiaría únicamente a su persona.” (pág. 21).
La búsqueda de este destino heroico lo lleva al mar. La grandiosidad del océano y la valentía para embarcarse en pos de aventuras, es una característica que define a Ryuji. Cuando abandona el mar por una mujer, la búsqueda de la gloria lo conduce a la muerte. Aquí se entremezclan muchas cosas: él mismo había intuido siempre que si encontraba a la mujer por la cual valiera la pena vivir, encontraría a la mujer por la cual valía la pena morir. Y para los adolescentes el marino es un héroe precisamente porque es un hombre de mar y dejará de serlo cuando se queda en tierra para oficiar de padre. A pesar de que como padre resulta un hombre abierto y tolerante.
Los gestos de cariño, ternura y generosidad del advenedizo, en vez de abrirle puertas, serán juzgados severamente por Noboru y sus amigos: el héroe se viene abajo con esa actitud blanda, el chico hubiera esperado que éste imponga su autoridad y sus dones de mando. La actitud amigable del futuro padre dispuesto a comprender a Noboru en aras del ideal de la familia feliz, lo convierte en un ser patético ante los ojos del chico:
“Pero el marino, en aquel encuentro casual y desafortunado, se había presentado con un aspecto lamentable, con una camisa empapada y, por si esto fuera poco, con una sonrisa estúpida y servil. Sonreír así era rebajarse, pues tenía como objetivo el congraciarse con un crío. Caricaturizaba además al propio Ryuji, al asociarlo a los grotescos adultos amantes de los jóvenes. Artificial, con excesivo brillo, había sido una sonrisa innecesaria, disparatada, ultrajante.” (pág. 65).
En realidad la duda que surge es la siguiente: ¿qué modelo de héroe tienen en mente estos chicos? En este contexto, héroe es sinónimo de fuerza, por eso los jóvenes estudiantes aspiran a convertirse en hombres fuertes capaces de controlar la pasión y el sentimiento. Esta postura no está muy lejos de la que mantuvo Ryuji mientras vivía en el mar: sacrificó una vida afectiva por la libertad del mar, por la inmensidad sin límites que le otorgaba cierto poder y lo hacía invulnerable. Porque el amor, si llegaba, se presentaría de la mano de la muerte:
“… un hombre encuentra a la mujer perfecta sólo una vez en la vida, y la muerte, siempre sale al paso –como un Pandaro invisible- y atrae a ambos al predestinado abrazo.” (pág. 42).
El ejercicio de la violencia como vehículo de liberación es un tema tan antiguo como el hombre. La vida en sociedad exige el cumplimiento de ciertas normas, pero la guerra, la delincuencia, el abuso, son una constante. Pienso que hay mucha similitud con las bandas urbanas que atemorizan a nuestros ciudadanos en el siglo XXI, o en ciertas sectas que están de moda.
Mishima fue un hombre conflictivo, en lucha constante con su entorno. Tuvo una infancia difícil casi secuestrado por su abuela quien no le permitía llevar una vida normal. A los 12 años regresó a vivir con su familia y se encontró con un padre autoritario. En 1968 formó un grupo militar privado (Tatenokai) basado en la disciplina militar y en el ejercicio físico con fines políticos. Descontento con su mundo, especialmente desilusionado del Emperador quien había renunciado a su ascendencia divina después de la derrota en la II Guerra Mundial, Mishima se suicidó públicamente. El fin deseado (lo planeó durante mucho tiempo) para liberarlo del vacío de una vida sin sentido: de esa manera se convertía en héroe como su personaje Ryuji en manos de los jóvenes asesinos. En el ensayo, con el gato, el jovencísimo Noboru siente el poder que le otorga la violencia, esa carga liberadora. Quien consigue superar los miedos y se arriesga, está por encima de todo:
“Lo maté con mis propias manos. En el sueño se acercó una mano que venía de lejos y le premió con un certificado blanco como la nieve. Puedo hacer cualquier cosa por terrible que sea.” (pág. 63).
LA SENSUALIDAD
La sensualidad impregna el mundo de El marino que perdió la gracias del mar con naturalidad y belleza. Mishima consigue un clima sugerente en todos los niveles que toca: espacios interiores, paisajes exteriores, personajes, trama, sensaciones, lenguaje. Es por eso que los elementos elegidos cumplen una función metafórica, situación que se debe a la capacidad de sugerencia que de ellos emana, al cuidado extremo en el trabajo artesanal de la prosa, y a una gran delicadeza en la manera de articular el fondo y la forma. Las metáforas son la característica de su estilo, un gran acierto: la luz, por ejemplo. El sol brilla cada vez que uno de los personajes siente intensamente, como si la luz natural estuviera condicionada por la luz interior. La emoción tiene el poder de un interruptor que automáticamente se pone en off cuando el corazón se desboca.
Es sorprendente como el sol se convierte en personaje desde las primeras páginas, precisamente en el momento en que el chico descubre el hueco para espiar. Esto le produce una agradable conmoción. Dice el narrador:
“Metió en él la cabeza y descubrió la fuente de luz: el fuerte sol estival se reflejaba en el mar e inundaba el dormitorio vacío de su madre:” (pág. 10).
Luego llega Tsukazaki, el marino, entonces la luz tendrá otros matices nocturnos que introduce el recién llegado amante:
“La luz lunar, que entraba por el sur, se reflejaba en uno de los cristales de la ventana, abierta de par en par. Tsukazaki estaba apoyado en el alféizar.” (pág. 16).
En las escenas de amor entre la pareja, la luz tiene un rol narrativo. Así irrumpe en el primer beso, según lo recuerda el marino:
“… El suave e inflamado juego de sus labios cambiaba levemente en cada contacto, en cada apretado intermedio, mientras recodo a recodo se derramaban mutuamente llenos de luz, hilando en una sola fibra luminosa toda la suavidad y toda la dulzura.” (pág. 46).
Fasuko, rebosando de dicha por haber conocido a su amante, contempla a los estibadores y los contagia de su sensualidad, señalando 4 veces en este párrafo cómo incide la luz en personas y objetos:
“Los cuerpos semi desnudos de los estibadores brillaban con apagados destellos en la honda oscuridad de la bodega. La carga, alzada desde el fondo con un continuo balanceo, vio el sol al llegar a la boca de la escotilla. Sobre los embalajes que giraban en el aire aparecían fugazmente franjas de luz solar y, aún más rápida que el astillado sol, la carga emprendía un vuelo veloz y se cernía sobre las barcazas que esperaban. “ (pág. 39).
Sin embargo, cuando se acerca la muerte, el sol se esconde y deja de iluminar. El gato es la primera víctima, el primer ejecutado, y mientras se lo pasan de mano en mano:
“Era como si se hubieran colado en el cobertizo con un puñado de la oscura y jubilosa esencia del radiante sol estival.” (pág. 58).
Siguiendo esta línea, el día que los chicos planean el asesinato del marino, la atmósfera es decadente y oscura, el sol se oculta:
“El sol, que se inclinaba ya hacia el oeste, se hallaba oculto por los riscos que circundaban el valle como pantallas plegables. La penumbra se había asentado en el fondo de la piscina.” (pág. 154).
Y para terminar, el día del crimen, el sol se extingue:
“… El sol del cielo del oeste se extinguía al llegar a aquel lugar, y sólo algún pálido rayo brillaba vacilantes sobre las hojas muertas.” (pág. 168).
El detonante del drama se percibe por una señal de luz. La madre se da cuenta que su hijo lo espía, precisamente porque el chico se queda dormido con la linterna encendida. Lo que percibe Fusako es el destello que viene de la otra habitación:
“Como una serpiente que se enrosca para atacar, Fusako alzó su blanco cuello desnudo y escrutó la oscuridad en dirección al punto de luz. Y comprendió con increíble rapidez…” (pág. 146).
Esta idea de convertir a la luz en un personaje que acompaña, se nota claramente cuando después de haber pasado la primera noche juntos, Ryuji contempla el mundo de su amante con una nueva luz:
“Sus ojos vagaron por la sala en penumbra. Admiró el reloj dorado de la repisa, la araña de cristal tallado que pendía del techo, los delicados jarrones de jade colocados como en precario equilibrio sobre anaqueles abiertos: objetos exquisitos, en perfecta quietud… Aunque era su propia carne la que había urdido el vínculo, la inmensa irrealidad de éste en relación con aquella sala la hacía estremecerse.” (pág. 70).
Por un lado, los objetos que señala el narrador en este párrafo tienen un brillo propio por el material con que han sido moldeados: reloj dorado, cristal tallado, jarrones de jade. Pero ese brillo se incrementa con un matiz nuevo después del placer experimentado por los amantes en esa casa. Ellos, sus cuerpos, contagian a los objetos de una vida nueva.
Las descripciones de las experiencias están plagadas de detalles sutiles, combinando el mundo objetivo con el mundo subjetivo hasta convertirlo en una unidad indisoluble:
“Fusako jugueteó con el cigarrillo en el cenicero y finalmente lo apagó. El hombre permanecía en cada rincón de su cuerpo. Ahora tenía conciencia de que su carne formaba bajo las ropas un todo continuo, de que sus muslos y sus pechos estaban en cálida armonía. Era una nueva sensación. Seguía oliendo el olor del hombre. Y, como si quisiera ponerlos a prueba, frunció los dedos de los pies enfundados en las medias.” (pág. 32).
Objetos y sujetos se confunden en la exaltación de los sentidos:
“El calor del cuerpo del marino en la sofocante caseta de derrota comenzaba a agobiarla. Cuando el parasol que había apoyado en un escritorio cayó al suelo con estrépito sintió que era ella misma quien caía víctima de un desvanecimiento.” (pág. 36).
El narrador agudiza los cinco sentidos del lector, la riqueza y variedad que derrocha en este aspecto es sorprendente: lo visual está lleno de colorido, especialmente el rojo y el verde en la primera parte. Hay olores, sonidos, tacto y gusto:
“La gloria, como todo el mundo lo sabe, tiene un sabor amargo”.
Los enamorados incendian lo que tocan:
“El carmesí de la túnica, siempre que un leve movimiento de su cuerpo alteraba el juego de luces de las lejanas lámparas, variaba y oscilaba entre diversas tonalidades de púrpura. Ryuji, bajo los pliegues en sombra del vestido, adivinó la serena palpitación de los pliegues de la mujer. Aquel aroma de sudor y perfume que le llegaba con la brisa parecía gritar exigiendo la muerte de Ryuji: “¡Muere, muere, muere!” Y el imaginó el momento en que las delicadas yemas de los dedos de Fusako, ahora recatadas y esquivas, despertarían para volverse lenguas de fuego.” (pág. 46).
Cuando se aproxima la muerte, cambian los colores: gris, azul oscuro, negro. El paisaje “adquiría una singular impresión de deterioro, de desorden, de tristeza”. El mar se transforma en piscina abandonada y luego en un simbólico dique seco. El ánimo de los personajes oscurece el mundo. Los sonidos tampoco son agradables: “El eco del sordo zumbido de los bulldozer llegaba desde el otro lado de la colina”, el placer ha dado paso al dolor: la vida a la muerte.
Hay muchas otras metáforas importantes en la novela: el mar, por ejemplo, lugar sin límites, escenario del amor y de las aventuras del marino- héroe; la piscina vacía, símbolo de un mar sin agua en donde se toma la decisión del asesinato; y el dique seco, lo más lejano de un auténtico mar, que es el tenebroso lugar del crimen.
LA IMPORTANCIA DEL TEMA SEXUAL
Aunque la razón compartida por el grupo para eliminar al marino es que éste se ha convertido en padre, y este es el argumento “oficial”, hay un tema sexual importante en la decisión que toma Noboru al entregarlo: él se había instalado en el armario y disfrutaba contemplando lo que sucedía en la otra habitación, el chico era un voyeur y obtenía placer de esa manera. Cuando Ryuki, en vez de castigarlo, lo perdona y habla con él, añade que cerrará el hueco. Esa ofensa es determinante: Noboru se siente frustrado e impotente:
“Noboru sintió náuseas. Mañana las manos serviles de un padre que hace chapuzas de carpintería los domingos por la tarde, cerrarían para siempre el pequeño acceso a aquel fulgor ultraterreno que él mismo le había revelado algún día.” (pág. 152).:
La escena siguiente comienza así:
“Noboru pidió al jefe que convocara una reunión de emergencia”. (pág. 153).
Y recién en este momento cobra significado la reacción de Noboru cuando observa a través del hueco a los amantes la primera vez. El chico tiene una experiencia iniciática de la cual extrae mucho placer:
“Se sentía asfixiado, empapado, extático. Estaba seguro de haber presenciado cómo se desenredaba un hilo enmarañado hasta componer una imagen sagrada. Algo que exigía protección, pues hasta donde alcanzaba a ver, él, con sus trece años, era su solitario creador.
“Si esto llega a destruirse un día –susurró Noboru apenas consciente- significará el final del mundo.” Creo que sería capaz de hacer cualquier cosa para impedirlo por terrible que sea.” (pág. 18)
Sin embargo el jefe y los otros chicos no consideraban el sexo como algo importante, ni siquiera bueno. Cuando Noboru vio al marino por primera vez con su madre, se deslumbró y se dejó seducir por su energía física y sexual e intentó compartirlo con ellos:
-“El marino es tremendo. Es como un animal fantástico recién salido del mar, salpicando y chorreando. La otra noche lo ví acostarse con mi madre.” (pág. 52).
Pero los chicos no compartieron su punto de vista. Le recriminaron que valorase el aspecto sexual que ellos desprecian. Por eso Noboru calla el motivo real que lo induce a entregarlo. Porque en efecto es él quien lo juzga, lo condena y lo entrega, todos los chicos están en contra de sus padres pero no los exponen como hace él. Él quiere vengarse del hombre que tapa el hueco que lo transporta al paraíso. Este argumento no hubiera convencido los otros chicos, por eso se suma al de ellos. Y con el mismo hermetismo que espiaba a su madre, primero, y a los amantes después, participa del asesinato del marino sin comunicar a nadie su rabia profunda por su frustrado placer de voyeur.
A los adolescentes también los motiva, o intentan justificarse, con la idea de que la muerte le dará la posibilidad de convertirse en héroe al marino que perdió la gracia del mar. En tierra, aburguesado, con una vida doméstica, Ryuji siente un gran vacío. Y con ese estado de ánimo el marino acude a la cita con los chicos. Por momentos parece que el marino desea la muerte como una liberación. Sus recuerdos del mar, “ese paraíso perdido”, son otra metáfora de la muerte que se aproxima. Y mujer- muerte y gloria se hacen realidad cuando bebe el veneno.
La maravillosa posibilidad de enriquecer la lectura con ángulos distintos es producto de la prosa de Mishima: hay mucho contenido concentrado en esta corta historia, abundantes metáforas insinúan la lectura a un nivel profundo embellecido por la variedad de sus frases sonoras y bellas. El lector se deja arrastrar por la sensualidad del lenguaje, pero esa sensualidad envuelve temas serios que nos rebelan la complejidad de los seres humanos.
Los textos han sido tomados de la edición de bolsillode Alianza Editorial. Traductor: Jesús Zulaika Goicoetxea.
Publicado el enero 31, 2008
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