27.3.21

Rodrigo Fresán "Phil Spector: Citizen Spector Boulevard" 2021

La escena está inmejorablemente puesta y contada (y filmada y sonorizada) en la biografía “Tearing Down The Wall Of Sound: The Rise And Fall Of Phil Spector” (2007) de Mick Brown. Allí, en 2003, el biógrafo acude a la cita con su biografiado en trámite y poco y nada cuesta imaginar a la cámara siguiéndolo hasta un castillo en un barrio de Los Ángeles llamado Alhambra.


El sitio está rodeado de murallas y de carteles de Keep Out! y tal vez no haya una S en lo alto de la verja de entrada, pero no importa. Brown –luego de rogar por el encuentro durante mucho tiempo– entra y sube una larga escalera (“A Mr. Spector le gusta que la gente tenga que subir a su encuentro”, le informa el chófer/mayordomo que lo recogió y lo llevó hasta allí) y, luego de una espera considerable, hace su entrada el amo y señor del lugar.

Ahí está el hombre que erigió el Muro de Sonido y diseñador de “wagnerianas pequeñas sinfonías para los chicos”; el más hábil a la hora de escoger las mejores canciones compuestas en los escritorios del Brill Building y ascenderlas a lo más alto y excelso; el “primer magnate de lo adolescente”, según Tom Wolfe. Phil Spector es el produced by detrás y por delante de álbumes como “He's A Rebel” (1963) de The Crystals, de “River Deep - Mountain High” (1966) de Ike & Tina Turner, de “Let It Be” (1970) de The Beatles (que Paul McCartney odió y ante el que George Martin –algo así como un Jekyll para el Hyde de Spector– se limitó a un muy british encogerse de hombros y suspirar), de “Plastic Ono Band” (1970) y de “Imagine” (1971) de John Lennon. 

“Season Of Glass” (1981) de Yoko Ono, de “All Things Must Pass” (1970) de George Harrison, de los multiestelares “A Christmas Gift For You From Philles Records” (1963) y “The Concert For Bangla Desh” (1971), de “Death Of A Ladies’ Man” (1977) de Leonard Cohen (quien lo definió como “grotesco y semivirtuoso” y admitió que “Phil no estaba preparado para tolerar mis sombras en su oscuridad”), de “End Of The Century” (1979) de Ramones y –entre muchos otros, porque le interesaba mucho más y le parecía tanto más revolucionario las 45 RPM que las 33 RPM– de los singles 

“To Know Him Is To Love Him” (1958) de The Teddy Bears, “Be My Baby” (1963) de The Ronettes, “Second Hand Love” (1962) de Connie Francis, “Then He Kissed Me” (1963) de The Crystals, esa cima del romanticismo fantasmagórico que es “Unchained Melody” (1965) y “You’ve Lost That Lovin’ Feelin’” (1965) y “Ebb Tide” (1965) de The Righteous Brothers, “Baby, I Love You” (1964) y “Walking In The Rain” (1964).

The Ronettes, “Stumble And Fall” (1964) de Darlene Love, “Instant Karma!” (1970) y “Power To The People” (1971) y “Happy Xmas (War Is Over)” (1971) de John Lennon, y siguen los títulos y firmas y, mejor, ahí está esa indispensable box sobre su golden age que es “Back To Mono (1958-1969)” (1991), cuyo título atestigua su fundamentalismo purista del left/right side y su odio –nunca mejor dicho y oído– monomaníaco a todo lo stereo mixtizo y a la ingeniosidad multicanalista (si se desea adentrarse de a poco en su marea oceánica, mojarse los pies con “The Essential Phil Spector”, 2011).

Ahí, lo suyo y nada más que suyo: capas y capas de sonido y de instrumentos más sinfónicos que eléctricos (con una muy especial presencia de todas las posibilidades de lo percusivo) hasta fundirlos todos en un todo que, en sus palabras, “comenzara como algo simple y concluyese con gran propósito, significado de lo absoluto, y fuerza dinámica. El sonido de mi mente, pero, a la vez, el sonido universal del universo. Algo que está en el futuro y yo traigo al presente... Me dicen que soy un genio. ¿A ti qué te parece? ¿Es un genio alguien que ha conseguido eso y, además, muchos hit singles seguidos?”.

Sus sesiones de grabación nocturna –a volumen altísimo para luego escuchar el resultado en una pequeña radio a transistores, “como lo oirían los jóvenes”– fueron una de las fiestas más exclusivas de la ciudad donde su objetivo era el de abordar “cada canción como si fuese una obra maestra” seguido por músicos “que hacen todo lo que les pido porque son míos” y más que dispuestos a acompañarlo al fin del mundo sin importar el grado de maltrato o de locura, porque el resultado valía la pena: música transformada en algo que parecía tener vida propia cortesía de ese Dr. Frankenstein que no dejaba de ajustar perillas toma tras toma y una toma más y, de pronto, ya es el mediodía siguiente.

Lo último que produjo Spector (The Bronx, Nueva York, 1939-Stockton, California, 2021) fue algo para los brit-indies Starsailor y (aunque no haya grabaciones del mismo) el sonido definitivo y terminal de un disparo el 3 de febrero de 2003 que acabó con la vida de la actriz/modelo Lana Clarkson en esa misma mansión embrujada del embrujado que, apenas semanas antes, le sonreía a Brown.

Ahí, Spector con peluca de Amadeus, gafas de cristales azules, pijama de seda negra y andar de Charles Chaplin en botas con tacones altos para disimular en vano su corta estatura.

Lo primero que le dijo entonces Spector a Brown es que no le gustaba hablar, que era “el hombre menos citado de la industria, me concentro en mi territorio y no me preocupo por las masas”.

Lo segundo fue instruirle/obligarle –como si produjese la entrevista– a que le pregunte: a) Nombre, b) A qué se dedica, c) Qué es lo más importante de aquello a lo que se dedica. Brown obedeció y Spector respondió: a) Phil Spector, b) soy productor de discos, y c) el timing. Y lanzó una carcajada escalofriante digna de Swan, ese productor loco –inspirado por Spector– que fue Paul Williams en “El fantasma del paraíso” (Brian De Palma, 1974).

Lo primero que le dijo Spector a la policía, todavía con el arma en su mano, fue: “Creo que maté a alguien”. Lo segundo fue que Clarkson se había “suicidado” mientras “besaba el revólver”. Lo tercero, que todo fue producto de un mal timing.

Y, sí, es posible: ahí está todo (un todo que Brown investiga y expande en su libro). En perspectiva, la saga de Spector ecualiza perfectamente esa constante tan made in USA: la del Sueño Americano virando a Pesadilla Americana.

Hijo de adorado padre suicida a sus nueve años (“To Know Him Was To Love Him” era lo que se leía en su lápida) y de madre detestada y con hermana psicótica; niño prodigio y, enseguida, mago de Oz teen detrás del cristal del estudio y marca registrada. Mezcla rara que le vale el ser uno de los mejores amigos del revulsivo stand-up comedian Lenny Bruce (a quien consideraba “mi Sócrates”); protagonizar cameos en la sitcom familiar “I Dream Of Jeannie” (“Mi bella genio”, 1965-1970) o como camello en la transgresora “Easy Rider (Buscando mi destino)” (y uno no puede sino lamentar el que a nadie se le hubiese ocurrido convocarlo como “villano invitado” a esa “Batman” pop de los 60s como SoundFreak; aunque Spector suene más a mutante X de la Marvel), así como entrar al Rock And Roll Hall Of Fame y al Songwriters Hall Of Fame.

Lo único que falta –cuando Brown conversa con Spector– es esa escena (todavía por representar) en la que la policía va a buscarlo y sube las escaleras y se lleva a Spector a precint y es entonces cuando el principio de Citizen Spector muta a conclusión de Spector Boulevard.

Entre un extremo y otro, la gesta sónica de alguien que empieza como hit maker que vampirizaba a todo y toda que se pusiera al alcance de su tímpano (con una ayudita de sus amigos los arrangers Jack Nietzche y Sonny Bono y el engineer Larry Levine y esa implacable e impecable banda-comando al servicio del mejor postor que acabaría siendo conocida como The Wrecking Crew) envolviéndolos en un sonido suntuoso y portentoso, así como en la atmósfera progresivamente cada vez más turbulenta de sus sesiones donde no era raro que desenfundara pistolas y amenazase a sus producidos con acabar definitivamente con lo que producían. 

No hay biografía de John Lennon o de Leonard Cohen o de su esposa Veronica “Ronnie Spector” Bennett que no incluya y hasta abunde en episodios de terror y de una “gracia” digna del Quentin Tarantino más extremo. Añadir al paisaje brutal y desfigurador accidente automovilístico y hábitos cada vez más bizarros y ermitaños y megalomanía paranoide à la Howard Hughes con acusación de sus hijos de que los mantenía cautivos y los obligaba a simular actos sexuales con su novia. 

Entonces, a todo el que se arriesgaba o acercaba lo suficiente, Spector no cesaba de repetirle un “no me idolatres, no desees ser como yo... Créeme: no quieres una vida como la mía. Siempre he sido un alma torturada”. Lo que no impidió que –manteniendo distancia de seguridad– Simon And Garfunkel (todo “Bridge Over Troubled Water” fue producido por ambos junto a Roy Halee, pero es como si estuviese poseído por Spector), Brian Eno, Lou Reed, My Bloody Valentine, Brian Wilson, Amy Winehouse (el peinado estilo Marge Simpson de Ronnie Spector y buena parte de “Back To Black”, incluyendo el bonus/cover de “To Know Him Is To Love Him”), The Jesus And Mary Chain (ahí está ese comienzo de “Just Like Honey”), el Bruce Springsteen de “Born To Run” (“Los discos de Phil se sentían como una mezcla de caos y violencia recubierta con azúcar y caramelo... Pequeños orgasmos de tres minutos. 

Y la gran lección de Phil era el sonido. El sonido como un lenguaje en sí mismo”, definió The Boss) y el Meat Loaf de ese Spector light/diet que es Jim Steinman no dudasen, como muchos, en jurar por su nombre y, en más de una ocasión, tomasen prestado algún ladrillo de su muro. El productor Jimmy Iovine (Bruce Springsteen, Tom Petty, U2, Dire Straits, Lady Gaga) apuntó que “hacer álbumes dark y álbumes pop son dos cosas separadas. Cuando te las arreglas para combinar ambos mundos alcanzas la grandeza. Spector no solo lo consiguió, él básicamente lo inventó”.

Pero –lo mismo ocurre cuando Al Pacino lo interpretó en la TV-biopic con guion y dirección de David Mamet de 2013– sus fans o imitadores caen en más de una ocasión en la caricatura o en la exageración.

En 2009 Spector fue sentenciado a 19 años de prisión por el asesinato de Clarkson (en el 2024 podría haber solicitado la libertad bajo palabra), pero lo cierto es que su historia ya estaba terminada. Sus compañeros de prisión dijeron que temblaba mucho y que su voz ya no producía sonido alguno y así –del peor modo posible– Spector estuvo de nuevo a la moda del momento: murió por complicaciones derivadas del COVID-19.

El epígrafe con el que Mick Brown abre su biografía es de George Bernard Shaw y reza: “El hombre razonable se adapta al mundo. El hombre irrazonable adapta el mundo a sí mismo. Todo progreso depende del hombre irrazonable”.

Pues eso.

Alguien lo comparó con Albert Einstein, alguien lo comparó con Mark Rothko, alguien lo comparó con Bobby Fischer, alguien lo comparó con Stanley Kubrick, alguien lo comparó con Marcel Proust.

Todos compararon a Phil Spector con Phil Spector.

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