Los pájaros, de Daphne du Maurier, nos cuenta muy poco sobre sí misma mientras sugiere mucho sobre el mundo a nuestro alrededor. La narración resulta ambigua, escrita con una simplicidad inquietante y siniestra. Los pájaros puede ser leído como una metáfora sobre la guerra, como un manifiesto ecologista, o como un perfil psicológico.
El viento cambió durante la noche del 3 de diciembre y atacaron los pájaros. Esto es prácticamente todo lo que ocurre en Los Pájaros, de Daphne du Maurier (1952; Gallo Negro, 2018, con ilustraciones de Pablo Gallo), relato que se popularizó a través de la versión cinematográfica de Hitchcock de 1963. Resulta curioso que una historia nos cuente tan poco sobre sí misma y, sin embargo, nos sugiera tantas otras narraciones sobre el mundo a nuestro alrededor. La inexactitud del relato lo dota de una riqueza interpretativa que desafía al lector interesado.
Nat es un veterano de guerra que trabaja de vez en cuando en la granja de su vecino. El resto del tiempo, observa el paisaje abrupto de la costa. Aunque Daphne du Maurier no especifica en qué lugar de Gran Bretaña nos encontramos, el olor a salitre de Cornualles es fácilmente reconocible, y ambienta muchas de sus historias, como las novelas Posada Jamaica (1937) o Rebeca (1938), igualmente adaptadas por Hitchcock (en 1963) . De hecho, la propia autora no vio con buenos ojos la adaptación cinematográfica de Los Pájaros porque cambiaba su escenario: Hitchcock sitúa su película en un pueblecito de California donde, lejos de los escarpados acantilados o el mar bravío del relato original, encontramos una pacífica bahía con embarcaderos.
Quizá la versión hollywoodiense quiso dar a entender que si el ataque de los pájaros ocurría en un lugar de apariencia pacífica era aún más perturbador; sin embargo, Daphne era fanática defensora de las connotaciones góticas de la costa de Cornualles y no se encontraba cómoda con los cambios.
Otro cambio fundamental que realizó Hitchcock en su versión fue la sustitución del personaje principal, el granjero y veterano de guerra Nat, por Melanie (Tippi Hedren), una joven adinerada y bromista de la ciudad de Los Ángeles. Este giro de perspectiva modifica también la idea que du Maurier transmite en el libro. La película resulta paródica y superficial frente a la gravedad de los recuerdos aún frescos de la guerra. Nat observa diariamente a los pájaros durante su almuerzo y conoce sus períodos de migración.
Lo que resulta más inquietante aún es que no sea capaz de explicar su extraño cambio de comportamiento. Melanie sólo mira a los pájaros con recelo cuando se atreven a despeinar su sofisticada permanente. Quizá sean una amenaza para el sueño americano pero, desde luego, son una broma para el espectador.
La narración de du Maurier resulta ambigua, escrita con una simplicidad inquietante y siniestra, como si la escritora, a través de su personaje protagonista, supiera mucho más de lo que nunca nos va a contar. Lo más interesante quizás es ese regusto final que sugiere una segunda y tercera lectura más profunda de la trama. Lo que inicialmente produce inquietud porque resulta caprichoso, aleatorio, finalmente acaba tomando forma si nos atrevemos a dar un paso más. Los pájaros puede ser leído como una metáfora sobre la guerra, como un manifiesto ecologista, como un perfil psicológico o como quiera ser interpretado.
Lejos de las intrigas políticas y las decisiones del gobierno central, para el habitante aislado de un lugar como Cornualles la guerra ocurre de un día para otro. Desde este punto de vista, Los pájaros es una narración bélica excepcional. Las formaciones enemigas atacan por el aire y bombardean las ciudades.
El bando humano no está preparado para el ataque y sus fuerzas aéreas se ven subyugadas ante la potencia del bando enemigo. Los pájaros se reorganizan, atacan en formación y respetan una pseudoestructura jerárquica de menor a mayor tamaño e intención. La primera línea de ataque, los peones, los soldados rasos, serán los pajarillos pequeños, gorriones y mirlos. Estos serán los primeros en morir, su sangre y sus cadá decisiones del gobierno central, para el habitante aislado de un lugar como Cornualles la guerra ocurre de un día para otro. Desde este punto de vista, Los pájaros es una narración bélica excepcional. Las formaciones enemigas atacan por el aire y bombardean las ciudades. El bando humano no está preparado para el ataque y sus fuerzas aéreas se ven subyugadas ante la potencia del bando enemigo.
Los pájaros se reorganizan, atacan en formación y respetan una pseudoestructura jerárquica de menor a mayor tamaño e intención. La primera línea de ataque, los peones, los soldados rasos, serán los pajarillos pequeños, gorriones y mirlos. Estos serán los primeros en morir, su sangre y sus cadáveres inundarán los campos. Los ataques iniciales también se habrán llevado unas cuantas vidas humanas, sobre todo las de aquellos con menos recursos para protegerse.
En segunda línea de ataque, las gaviotas con sus potentes picos esperan a la señal para atacar. El hombre ve desde la tierra cómo las gaviotas aguardan en formación en la línea del horizonte. ¡Cuántos campos de batalla han podido dibujar la misma escena! Guiando estos escuadrones de ataque se encuentran los gaviones atlánticos (larus marinus).
Los grandes rapaces, de garras fuertes e instintos depredadores, serán los últimos en atacar, los que completarán la obra por la que se han sacrificado sus pequeños compañeros alados. El hombre de Cornualles, ante este despliegue de tropas, no puede hacer nada más que resguardase y esperar a que en la ciudad desarrollen alguna estrategia de contraataque, o bien en Estados Unidos, omnipresente país en cuanto a guerras se refiere. Nat, escondido en su casa, convertida ya en refugio antiaéreo, sabe muy bien que lo pájaros han ganado esta batalla. El único objetivo de su familia es ahora sobrevivir.
Pero, ¿es posible que este relato sea una crítica sobre la relación del hombre con la naturaleza? Lo cierto es que du Maurier retrata una comunidad que parece encontrarse en paz con el entorno natural, pero las frecuentes alusiones a la ciudad, a la guerra, a las armas, nos hacen creer que los pájaros están contraatacando, o vengándose, o que están enloquecidos. Aun cuando la mayoría de las aves son criaturas aparentemente frágiles, la autora les otorga el protagonismo y les da voz.
La fortaleza de los pájaros surgirá de su agrupación inteligente, tal y como hizo el hombre hace millones de años. Una vez conformado un objetivo común, supondrán una verdadera amenaza para la civilización rival: “Se preguntó cuántos millones de años de memoria albergaban […] que ahora les producía ese instinto de destruir a la humanidad con toda la agilidad y la precisión de las máquinas”.
También se sugiere que puedan ser los vientos del ártico los supuestos culpables del comportamiento agresivo de las aves, producto de un cambio climático incipiente. Más aún, los gases contaminantes, los avances tecnológicos de la Guerra Fría, la investigación nuclear y un largo etcétera de terrores de origen científico pueden haber provocado el enloquecimiento de las aves. Ya lo dicen los vecinos: “Es cosa de los rusos. Que los rusos han envenenado a los pájaros”.
Sin embargo, las hipótesis científicas siempre dejan un hueco en blanco en el que penetra la sospecha de una razón cósmica, más cercana a lo espiritual: ¿Es posible que el ataque de los pájaros sea un castigo de referencias bíblicas? En la primera escapada de Nat a la granja, nos dice que las vacas de la granja mugen ilesas, con las ubres llenas de leche sin ordeñar porque el granjero ha sido brutalmente asesinado a picotazos. No parece ser producto del hambre o de una agresividad ciega: el objetivo de la autora y de sus pájaros es definitivamente el ser humano.
La pluma de du Maurier ha sido frecuentemente relegada a un segundo plano, incluso calificada por críticos de su época como demasiado melodramática. Acerca de la novela Rebeca, cuya adaptación cinematográfica resulta, sorprendentemente, mucho más interesante y digerible, el propio Hitchcock incluía a la escritora en una ola de literatura femenina que consideraba muy por debajo del canon masculino de la época: “Aunque no estoy en contra de ello, lo cierto es que la historia carece de humor”.
Sin embargo, sus relatos cortos, influidos por la profundidad psicológica de Henry James y las hermanas Brönte, además de la ambientación gótica de Stoker y Walpole, tienen un acercamiento más experimental. Según nos adentramos en su narrativa, nos encontramos con una mayor complejidad conceptual que hace de Los pájaros y otros relatos cortos como Las lentes azules o El Manzano (ambas incluidas en No mires atrás y otros relatos, La Biblioteca de Carfax, 2018), obras brillantes en su aparente sencillez.
De hecho, en Los Pájaros, la escritora explora también las reacciones psicológicas de sus personajes. Ante un suceso tan súbito y acuciante, aparecen simbolizadas las diferentes etapas del duelo. La negación inicial de los vecinos, de la esposa de Nat, atribuyendo el ataque al tiempo extremo o a que “no son pájaros de por aquí”, se convierte en ira cuando las aves acechan implacables y el vecino coge una escopeta dispuesto a masacrar a los atacantes. Otros intentan negociar poniendo pan en el alféizar de la ventana, mientras que la familia de Nat se aisla en casa, asustada, deprimida, impotente, para finalmente aceptar la nueva situación: “No va a haber noticias. Tendremos que confiar en nosotros mismos”, dice el superviviente Nat mientras enciende su cigarrillo.
Du Maurier muestra con sutileza, sin pretensiones, las consecuencias de un evento apocalíptico sobre la rutina diaria de una familia al uso. La vida de Nat y su mujer pierde ya su sentido pero continua de alguna forma; las costumbres permanecen, automáticas, alienantes. Su esposa se queja de la incomodidad de tener las ventanas cerradas con tablones (“Tendré que encender la luz mucho antes”), Nat se está quedando sin cigarrillos y el lector se pregunta qué más dará todo eso cuando estamos ante una verdadera catástrofe. Lo cierto es que la vida en países en guerra, tanto en 1914 o en 1939, como en 2019, también es un poco así.
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