En un apunte del año 1980, recogido en El corazón secreto del reloj, escribe Canetti: “En la historia de mi vida no se trata en absoluto de mí. Pero ¿quién lo creerá?”. Lo creerá quien, conservando vivo el recuerdo de los tres volúmenes que componen los recuerdos de infancia y juventud de Canetti (La lengua salvada, La antorcha al oído y Juego de ojos: más de mil páginas de recuento autobiográfico), se entere de según qué cosas. Por ejemplo, de que Veza, su mujer, de quien Canetti hace en La antorcha al oído un retrato encandilado (“era una preciosidad, un ser que uno jamás hubiera esperado hallar en Viena, sino más bien en una miniatura persa”), padecía una malformación congénita: le faltaba el antebrazo izquierdo, un defecto que ella disimulaba muy hábilmente y al que Canetti jamás hace alusión.
Hay muchos aspectos de la vida y de la personalidad de Canetti de los que uno se entera con asombro cuando lee estas Cartas a Georg que ahora se publican, y que exigen un importante esfuerzo de adecuación de la lente con que uno se había acostumbrado a contemplarlo. Georg era el pequeño de los tres hermanos Canetti, y el favorito de Elias. Pese a ser seis años menor que éste, tuvo siempre un importante ascendente sobre él. Llegó a ser un eminente neumólogo, especializándose en combatir la enfermedad que terminaría matándolo en 1971: la tuberculosis.
Se trataba, al parecer, de un hombre extraordinario, con gran formación humanística (hizo buena amistad con Roland Barthes cuando ambos coincidieron en un sanatorio). Hasta el final de sus días cuidó a su madre y fue su valedor en las tensas relaciones de ella con Elias. Veza Canetti quedó prendida de Georg, y no tardó en envolverlo con su celo maternal, convirtiéndolo en su confidente.
Las Cartas a Georg apenas contienen media docena de cartas y borradores del mismo Georg. A él le correspondería ser espectador del terrible drama que su hermano y su cuñada despliegan ante sus ojos. Veza lo hace depositario de sus tribulaciones. Sus cartas vuelcan sobre Canetti una mirada transida de amor pero también de despecho. En las suyas, él apenas se defiende frente a su hermano de los reproches que éste, espoleado por Veza, le hace. Por su parte, Veza, horrorizada por el efecto de sus confidencias, defiende a Elias, y reitera su devoción por él y su obra, asegurando que es “la persona más bondadosa y noble que conozco”, también “la más desdichada”, una especie de “niño genial y fascinante”.
Pese a la naturaleza de sus relaciones, los dos se devoran mutuamente con sus celos. Por Veza nos enteramos de que Canetti padece crisis nerviosas que ponen en peligro su salud y que se traducen en episodios de paranoia aguda. Por Canetti, de que Veza cultiva tendencias suicidas y que se sume a menudo en estados de depresión, alternado con otros megalomaniacos.
La correspondencia va de 1933 a 1948, y está dividida en dos bloques bien diferenciados. El primero (1933-1938) tiene por escenario Viena y ofrece testimonio de la vida de dos intelectuales judíos que se abren paso difícilmente en la Austria de los años previos al Anschluss, cada vez más acosados por el ascenso del nazismo. En el segundo (1939-1948), la pareja ha emigrado a Londres y orbita en los círculos de la emigración, sobreviviendo penosamente en medio de los bombardeos que asolan la ciudad y que los fuerzan a instalarse en una aldea cercana, para luego padecer las ruinas y estrecheces de la posguerra.
Siempre sin dinero, recurriendo a la caridad de familiares y amigos, Canetti se mantiene insobornable en su decisión de dedicarse exclusivamente a escribir. Por su parte Veza, que en Viena alcanzó cierta notoriedad en la prensa de izquierdas como autora de notables relatos de tintes sociales, y que en el exilio no deja de escribir dramas, guiones y novelas, no consigue publicarlos y tiene que consumirse con traducciones y trabajos editoriales infrapagados, además de velar por la obra de su marido.
Ya en Inglaterra, el ménage à trois epistolar que, por decirlo escandalosamente, constituye esta correspondencia, refleja el complicado ménage à quatre que durante años Canetti, quien nunca se separa del todo de Veza, mantiene con ella, con Friedl Benedikt, su brillante “discípula”, y con Marie-Louise von Motesiczky, pintora que también bebe los vientos por él y que durante años lo apoya económicamente.
Lo increíble es que en estas circunstancias Canetti, imbuido de una altísima conciencia de sí mismo y del valor de lo que se propone, persevere, a despecho de todo, en la lenta y laboriosa preparación de Masa y poder. Por lo que toca a la vida y la obra de Canetti, estas Cartas a Georg vienen a ser un valioso eslabón que enlaza Juego de ojos con las notas póstumas reunidas en Fiesta bajo las bombas, y aportan un testimonio perturbador y completamente inesperado de su personalidad sin duda compleja, desamparada y llena de aspectos oscuros cuando no abiertamente condenables (sus incesantes sablazos, su alucinante soberbia, a menudo rayana en la fatuidad, su desorden amoroso, que incurre a menudo en la deshonestidad).
Pero la gran “revelación” de esta correspondencia la constituye Veza. Sus cartas son verdaderas montañas rusas en las que pasa de todo. Son desparramadas, desinhibidas, delirantes, salvajes, deprimentes. Transitan sin solución de continuidad de la confesión desesperada a la euforia, de la coquetería al autoescarnio, del cotilleo a la condena. Dan cuenta de una personalidad fascinante y peligrosa, temible y adorable, llena de dolor, de rabia, de amor, de humor, de frustración, de ternura, de contradicciones. Y muestran una mentalidad a la vez abierta y obsesiva, una indescifrable ambigüedad sexual y una sentimentalidad capaz de asumir todos los riesgos y fracasar estrepitosamente y perseverar en la catástrofe.
Mezcla de Yocasta y de Medea, es una figura trágica, admirable y digna de compasión, de la que se comprende que tuviera a los dos Canetti subyugados y que de un tiempo a esta parte haya atraído, en el ámbito germanoparlante, una atención creciente de los estudios feministas.
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